En mis cuatro décadas de cubrir elecciones latinoamericanas, he visto muchas elecciones amañadas. Pero lo que ocurrió el 28 de julio en Venezuela tiene toda la pinta de ser la madre de todos los fraudes electorales.
En la mayoría de las elecciones fraudulentas, los autócratas manipulan el recuento de los votos para robarse uno, dos o tres puntos porcentuales y poder proclamarse ganadores. Pero, en Venezuela, Nicolás Maduro batió todos los récords: se inventó un 40% de sus votos, según los recuentos de la oposición y las encuestas de boca de urna.
El Consejo Nacional Electoral de Venezuela, controlado por el gobierno, sorprendió a los observadores con el anuncio en las primeras horas del lunes de que Maduro supuestamente ganó con el 51,2% de los votos, contra el 44,2% del candidato opositor Edmundo González Urrutia.
La líder opositora María Corina Machado, que apoyó a González Urrutia después de que el régimen de Maduro la inhabilitó para presentarse, dijo que las actas en manos de la oposición muestran que González Urrutia arrasó con el 70% de los votos, contra un 30% de Maduro. Fue el mayor margen de victoria en la historia de las elecciones venezolanas, dijo Machado.
Hay varias razones para creer que Machado tiene razón.
En primer lugar, todas las encuestas preelectorales creíbles mostraron que el candidato opositor González Urrutia le llevaba una ventaja de por lo menos 25 puntos porcentuales a Maduro. Una encuesta preelectoral de la consultora ORC le dio a González Urrutia el 60% de los votos, contra un 14.6% para Maduro.
En segundo lugar, una encuesta de salida realizada el día de las elecciones por Edison Research, la respetada firma que realiza exit polls para las principales cadenas de televisión en Estados Unidos y otros países, concluyó que González Urrutia obtuvo el 64% de los votos, mientras que Maduro sacó solo el 31%. La encuesta de salida de Edison Research entrevistó a 6.846 votantes en 100 centros de votación en toda Venezuela.
Los resultados oficiales anunciados por el régimen venezolano “son completamente contrarios a lo que mostró nuestra encuesta de salida”, dijo el vicepresidente ejecutivo de Edison, Rob Farbman, a la estación de radio FM de Colombia. La encuesta mostró que “básicamente fue una victoria aplastante de González (Urrutia) y la oposición”, agregó.
En tercer lugar, la noche de las elecciones, el régimen de Maduro retrasó el primer anuncio sobre los resultados por seis horas y prohibió a los representantes de la oposición acceder a los centros de cómputos del Consejo Nacional Electoral.
Más importante aún, las autoridades electorales de Maduro se negaron a dar a conocer los resultados por lugar de votación, o por mesa, como lo exige la ley venezolana.
Ya antes de las elecciones, Maduro había negado el derecho a votar a unos 4,5 millones de venezolanos que viven en el extranjero, que en su mayoría son opositores al gobierno y representan más del 20% del total de votantes del país. Además, había inhabilitado a Machado, arrestado a activistas de la oposición y censurado a los medios.
“Este fue el mayor robo electoral en la historia moderna de América Latina”, me dijo el expresidente boliviano Jorge Tuto Quiroga, quien fue invitado a observar las elecciones junto con otros exmandatarios por la oposición, pero no pudo entrar al país.
Está por verse si Maduro se saldrá con la suya. La historia está llena de ejemplos de autócratas que trataron de robarse elecciones, y tarde o temprano pagaron un alto precio. El expresidente populista de Bolivia, Evo Morales, manipuló las elecciones de 2019 y pronto se vio obligado a dimitir por una combinación de protestas masivas y presiones internacionales. Algo parecido pasó en Ucrania en 2004.
Las dudas sobre los resultados oficiales de Maduro solo seguirán creciendo mientras no dé a conocer las actas detalladas por centros de votación.
Si Maduro hubiera ganado, debería ser el primer interesado en mostrarle esas actas electorales a su país y al mundo, para demostrar su supuesto triunfo. Pero las ha ocultado, lo que es una prueba más del grotesco fraude que acaba de consumar.