La declaración institucional de Emiliano García-Page contra el acuerdo entre los socialistas catalanes y Esquerra Republicana es tremenda para el PSOE por dos razones. Primero porque es eso, una declaración institucional. No hablamos de un canutazo ni de unas manifestaciones recogidas al vuelo por los periodistas.
Lo expresado por el presidente de Castilla-La Mancha tiene la solemnidad buscada y el carácter extraordinario que requiere una situación excepcional que amenaza con cambiar de forma irreversible el país.
En segundo lugar, sus palabras apelan directamente a la conciencia de los militantes y dirigentes del PSOE, e incorporan un llamamiento implícito a los diputados del partido para que, llegado el momento, se rebelen en el Congreso contra el acuerdo.
Los discursos en defensa de lo obvio suelen tener un inconveniente: el bostezo del auditorio. No ha sido esta vez el caso con Page.
El líder socialista ha estampado imágenes poderosas. Como cuando ha dicho que desde los indultos hasta la amnistía, pasando por la reforma del Código Penal para beneficiar a los implicados en el procés, "los guionistas" siempre han sido los mismos: "los independentistas". Y que Aragonès y Puigdemont han logrado su propósito haciendo precisamente que el PSOE reescribiese su guión, "en contra de lo prometido a la ciudadanía".
O cuando ha subrayado que bendecir el cupo catalán afectará "al bolsillo de la gente" y que es en este tipo de cuestiones "donde se retrata a cualquier partido político".
O cuando ha dicho que la riqueza nacional "es nacional", que no hay una riqueza parcelada en territorios, porque la riqueza es "como un recipiente de agua" en el que no caben compartimentos.
O cuando ha explicado que si las personas que más tienen pagan más en el IRPF para contribuir a la solidaridad, no tiene sentido que ese criterio "no valga también para los territorios".
Son argumentos que ha rematado con una incómoda declaración que puede llevar a revolverse en su escaño a más de uno: "Como socialista, no me representa ni me vincula nada más que lo aprobado en los congresos" del partido.
Luego ha sido el turno de Pedro Sánchez, en la Moncloa, con ocasión de su balance de curso. Es llamativo que haya querido responder a Page antes de que le preguntaran los periodistas. Lo ha hecho con cierta arrogancia y media sonrisa: "La noticia sería que Page hiciera una rueda de prensa apoyando al Gobierno de España". Page, metido en el saco de la derecha y la ultraderecha.
En realidad, la frase podría volvérsele muy bien en contra: La noticia sería que Sánchez hiciera una rueda de prensa diciendo alguna vez no a los separatistas. Sospechosamente, cada vez que dice sí, él sale beneficiado, porque a cambio recibe el apoyo necesario para seguir en la Moncloa.
Queda claro que el marco que quiere establecer Sánchez en esta disputa interna es el de todo un partido detrás de él, frente a los mismos cuatro gatos de siempre que tratan de aguarle la fiesta.
Pilar Alegría, la ministra portavoz, ya había marcado el martes la pauta a seguir desde la sala de prensa de Moncloa. "Han sido dos miembros, dos personas del Partido Socialista, que han trasladado su opinión [contraria al concierto catalán]; son opiniones que ya hemos leído en otros momentos y que además siempre vienen de estas dos mismas personas", dijo en alusión a Page y a Javier Lambán.
En mitad de su discurso de hoy en Toledo, Page se ha querido vacunar contra esa crítica: "Creen que me insultan, pero me alegra ser el de siempre -y no voy a pedir perdón por no tener habilidad ninguna para estar cambiando permanentemente de opinión- para esforzarme en mantener lo que me he comprometido con la ciudadanía".
Pero sí, el quid de la cuestión es saber cuántos Pages hay en el PSOE, si son "dos" o hay más socialistas dispuestos a decir "hasta aquí" a la dirección del partido, como por cierto hizo en su día el propio Sánchez con fortuna. Es su última oportunidad. No habrá más.