Hay momentos en los que resulta difícil decir algo. En los que se quiere decir todo y no se puede decir nada. En los que se sabe todo y no se entiende nada.
Uno de esos momentos fue este jueves, cuando a España se le rompió el poco amor propio que le quedaba. En ese mismo día, y en uno de esos momentos históricos de desposesión total, algo bastante parecido a la vida se impuso, por unos momentos, a todo lo demás.
Ese mismo jueves en el que muchos apostaban por la valentía y en el que acabó venciendo el poder, una joven catalana volvió a unir en una gala de premios latinos algunos de los cachitos de ese corazón partío con el celo de la emoción. Con una voz angelical, íntima, bañada en anhelo, Rosalía se elevó y cantó y nos reconcilió por unos minutos con un sentimiento que palpa el alcance de lo que significa ser y sentir.
Actuación completa de Rosalía en los #LatinGRAMMY celebrados en Sevilla pic.twitter.com/3vGpn6nkKR
— MOTOMAMI TOUR (@MOTOMAMlTOUR) November 16, 2023
El mismo día en el que ya no sabíamos lo que quedaba de este país, Rosalía tomó uno de los himnos de una fiera nacional, Rocío Jurado, y arrasó nuestros corazones con eso que tanto queríamos, pero que no sabíamos que tanto íbamos a necesitar: un arte sin dobleces, en estado puro. Hablar y cantar y sentir una emoción que es más fuerte que la que expresó Unamuno cuando dijo eso de "España me duele", y que se concreta en el dolor y en el amor y en la pasión por el otro.
El mismo jueves en el que 179 síes se impusieron a 171 noes, ella cantó e hizo que olvidásemos por unos minutos todo lo anterior, todo lo venidero, todo lo que está mal. Las faltas y las injusticias y los agravios y el malestar.
Sólo quedaba ella, imponente, segura, vestida de negro, y un Se nos rompió el amor que navegaba las aguas de la delicadeza sentida y la ligereza hecha profundidad.
El mismo día en el que España accedió a traspasar la frontera que hasta ahora parecía inquebrantable, y que nos hacía iguales a todos ante la muralla de la ley, una joven catalana de Sant Cugat del Vallés nos hizo ver, por unos minutos, aquello que nos quedaba.
Porque nos queda la emoción. El sentir. Nos queda y nos quedará siempre el arte. El crujir de las caderas y el clavar del tacón y el rasgar de la voz y el vivir de los versos. Nos queda el clamor y el silencio y las palmas y el compás y la rima y el sufrir y la finura y el querer. Nos queda la amistad y el compartir y la risa y el anhelo y la sencillez y el amor y la esperanza y la verdad. Ante todo, la verdad.
Porque todos sabemos lo que está pasando estos días. Todos intuimos también lo que pasará. El jueves a medio día, a toda una nación se le rompió el amor. En gran medida, por no usarlo.
Pero por un día, o dos, o incluso tres, no está de más saber también lo que nos queda. No olvidar lo que nos queda. Porque, aunque pueda parecerlo, no es poco. Porque, si lo olvidamos, no nos queda nada.