Ya he perdido la cuenta de las veces que han denunciado o intentado poner en la picota al programa El Hormiguero en el último mes. La candidata "sorda, bollera y etcétera"; el Ministerio de Igualdad en diferentes ocasiones; Santiago Abascal y Vox; la tal Mónica López y toda su rémora…
Y cuando pisas tantos callos, has de preguntarte qué estás haciendo tan bien. Y si encima eres líder en audiencia noche tras noche, ya les pueden ir dando a las Mónicas López del mundo, que tú tienes a Jennifer Lawrence, a Bizarrap y a Rosalía haciendo cola para entrar en tu plató.
"Hoy día, quien no viene a El Hormiguero no es nadie". Lo dijo Mario Vaquerizo el pasado jueves en antena, con un aguijonazo implícito a esta actrizvista que afirma que "la gente de la cultura no podemos ir a estos sitios que blanquean el fascismo". Claro, las cucarachas nunca tuvieron hueco en los hormigueros. Oye, chica, que a ti te paga Movistar. De hipocresía, amén de sectarismo, vas bien servida.
El caso es que yo llevo unos tres meses, por cuestión profesional, viendo todos los programas de Pablo Motos y compañía. Y poco a poco empiezo a desentrañar cuál es el ingrediente de su éxito y, sobre todo, cuál es el motivo por el que levanta tantas ampollas. Que, evidentemente, son indisociables.
A ver, El Hormiguero es pescado en blanco. Y a quién no le gusta. O, mejor dicho, a quién le hace daño el pescado en blanco. Sí, lo sé, a los del primer párrafo.
Esto es, tú llegas del curro o del gimnasio reventao y te pones a cenar una tortilla francesa o un sandwich mixto viendo la tele, y no tienes ganas de un sermón de Wyoming o de la otra dándote la turra con el feminismo desde el pico de la mesa.
Te pones a Pablo Motos (que, oye, no es Carlos Alsina, pero se ha convertido en el Jimmy Fallon español con su culturilla de saldo y sus tres chistes verderones), y te lo ves ahí con sus batallitas de la ruta del bakalao, haciéndole una faena de aliño a Reverte, a Elsa Pataky o a Antonio de la Torre, y echas un buen rato.
Y, ya, cuando parece que está la cosa finiquitada, se saca el truco de la manga: las hormigas. Trancas y Barrancas. Ahí está la clave del programa. Al ser unos guiñoles se les permite ir más allá y explorar límites que un entrevistador de carne y hueso no se atrevería a sobrepasar. Y tocan, sobre todo, temas de bragueta. Porque a los españoles lo que nos gusta es eso, hablar del folleteo.
Fácil. Entretenimiento. No se pide más.
Vale, que de un tiempo a esta parte han metido tertulia política. Pues ole por ellos porque lo de la ciencia, con perdón, es un coñazo soberano.
Joder, pero es que enumeras los tertulianos y nombras a los tres comentaristas de izquierda más sensatos, a la par que entretenidos, de este país: Cristina Pardo, Juan del Val y Rubén Amón. Amén de María Dabán (está sí, de centroderecha). Sumado al toque de tabasco que le pone Miguel Lago (otro izquierdista).
¿Dónde está el fascismo aquí, Mónica López?
¿Que critican sin contemplaciones a Sánchez? Pues claro. Cualquier persona con una brizna de sensatez se llevaría las manos a la cabeza, no daría crédito, con la desfachatez con la que se maneja este tipo, de la que sufre metástasis su cohorte.
Pero Sánchez, además de un desvergonzado, es muy listo. Y a sabiendas de que tiene que hacer lo imposible para intentar mantener alguna opción de gobierno, es consciente de que (después de más de tres años concediendo entrevistas exclusivamente a medios amigos) debía salir de su zona de confort y aventurarse en busca del votante de centro o de la izquierda con sentido común. Y escogió los dos mejores altavoces.
De lo de Alsina salió vivo gracias a la táctica del atún (escurrirse). Y mira que este le montó un sistema de almadraba que ni los de antaño en Sancti Petri.
Pero me temo que esta noche saque rédito de chez Motos, porque allí se expone a 4 millones de espectadores que no tienen pensado votarlo ni por error. No tiene absolutamente nada que perder. El hombre de las mil caras es un galán y lejos de la celada política, moviendo las caderas al comienzo del programa, es capaz de llevarse al huerto a cualquiera.
Y mañana miércoles, Feijóo debuta en el mismo escenario. Y este sí tiene muchísimo que perder. Virgencita que me quede como estoy. Y es especialista en meter la pata cuando menos conviene. A bote pronto, lo recuerdo en un mitin en el mirador de San Nicolás alabando la puesta de sol de Finisterre sobre la de La Alhambra. En Cádiz le he oído soltar lo que sigue: "He llegado a Cádiz, tengo la pupila dilatada sin necesidad de ir al oftalmólogo. Tienen una luz impresionante".
A ver si al final El Hormiguero no va a acabar blanqueando al sanchismo.