Lo que nos gustaba de la derecha española es que no se metía en la cama contigo como la izquierda. Incordiaba lo justo, pasaba de puntillas por el pasillo y nunca llegaba a molestar.
A diferencia de los curas moralistas del PSOE, la derecha iba a lo suyo como un analista de riesgos, como un contable que sabe que los números son los únicos en esta vida que dicen la verdad.
La derecha no le decía a tu hermana si tenía que volver sola y borracha a casa, eso se lo dejaba todavía a los padres y tampoco le decía a tu abuela que estorbaba, que era hora de ir pensando en la eutanasia que es ese Benidorm de los que no tienen adónde ir.
La derecha se salvaba por discreta, por la falta de extravagancias. Y cuando las cometía, como aquel Aznar casando a la niña para invitar a George Bush a comer jamón, por lo menos lo pagaba en las urnas. La izquierda, de Pedro a Yolanda (pasando por Pablo, Rufián y Otegi, que son nuestras joyas de la democracia, dispendio de virtudes), tienen que hacerlo todo frente al público y esto no tiene nada que ver con la transparencia, sino con la inseguridad.
Nos gustaba la derecha porque, a diferencia de la izquierda, nos dejaba vivir en paz. No estaba organizando motines, revueltas, cercos al congreso, escraches, mareas y gritando en televisión a todas horas.
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La derecha tomaba el vermú sin los escoltas, sin aparcar el Falcon a la puerta del local. La derecha nunca tuvo pitopausia, tenía un señor con bigote cuando España ya se había quitado el bigote y a Mariano Rajoy, que no hablaba inglés, cuando todo españolito que venía al mundo se creía CEO o CTO.
Y tenía a Soraya, que mandaba más que Pedro sin necesidad de sentirse discriminada por ser mujer y lo que es peor, de Valladolid. Soraya, mandamás del consejo de administración de España sin tener el puesto asegurado por la ley de paridad. Eso era la derecha hasta hace un rato. Fría y pragmática como una madre de familia numerosa, que es lo más parecido que queda sobre la tierra a un tiranosaurio rex.
La derecha, a diferencia de la izquierda, lavaba los trapos y las cortinas y los calzoncillos y las entretelas de sus problemas en casa. No estaba todo el día haciendo campaña de sí misma. La izquierda es un tendedero de todos los problemas de la humanidad: desde lo frío que sirvieron el café a que el agua no era mineral.
Y ahora, justo ahora, cuando la derecha está a punto de la Moncloa, empiezan a parecerse a la izquierda y a ponerse pesados. Los de Vox y los del PP. Pero esto es algo tremendamente español. Tenerlo ganado y tirarlo por la borda antes de llegar.