El prestigio que ha alcanzado la condición de víctima está teniendo efectos retroactivos curiosos. Los protagonistas de Romeo y Julieta denuncian ahora al estudio por los planos de desnudos rodados cuando eran menores de edad.
Si usted está pensando en la versión de Baz Luhrmann que protagonizaron Claire Danes y Leonardo DiCaprio en 1996, se ha quedado corto de moviola. Hay que retroceder todavía 28 años más. Hasta 1968.
Septuagenarios, los entonces adolescentes Olivia Hussey y Leonard Whiting consideran ahora que Franco Zeffirelli les engañó con artimañas. Que si al principio no, que si luego ropa interior color carne, que si finalmente mejor nada porque si no, era inviable.
El resultado son unos pocos segundos de metraje en los que pueden verse los senos de ella y las nalgas de él. Suficientes para que, según su abogado, ambos lleven 55 años sufriendo episodios de ansiedad y otros desequilibrios emocionales y hayan perdido multitud de oportunidades laborales. Algo que explicaría sus poco rutilantes carreras en el cine, pese al gran éxito en taquilla de aquella adaptación de Shakespeare. Todos estos daños merecerían un resarcimiento valorado en 500 millones de dólares.
Que hablen juristas y psicólogos. Pero el cotejo de algunos hechos contradice este relato tan desgraciado. Hussey repitió con Zeffirelli once años después, cuando interpretó a María en Jesús de Nazaret (1977). En unas declaraciones a Variety sobre el 50 aniversario del filme (2018), afirmó que el director “era un genio” que rodó con “muy buen gusto” una secuencia “absolutamente necesaria para la película”. Ese mismo año, esta vez para Fox News:
“En Estados Unidos era un tabú, pero en Europa muchas películas incluían ya desnudos. Nadie le daba demasiada importancia, pero el hecho de que acabara de cumplir 16 años le dio mucha repercusión. El numeroso equipo de rodaje quedó reducido a un puñado de personas. Se rodó al final de la jornada […]. Era ya la etapa final del rodaje, así que para entonces ya nos habíamos convertido en una gran familia. Así que no hubo tanto problema […]. Mediada la filmación me olvidé completamente de que no llevaba nada de ropa”.
Cuesta no imaginar al Walter Matthau de En bandeja de plata detrás de algo así. Más al saber que la defensa de los actores ha aprovechado una ley del estado de California que anula de manera temporal la prescripción de los delitos relacionados con el abuso de menores.
La batalla recuerda a la que, con más voluntad que sentencias que refrenden su acierto, planta Spencer Elden contra los supervivientes del grupo Nirvana. Es el adulto en el que se ha convertido el bebé que buceaba desnudo en la portada del disco Nevermind (1991). Si recién llegado a la vida perseguía un dólar, rebasada la treintena multiplica la cantidad por 150.000 en concepto de “daños y perjuicios”.
También aquí hay picapleitos que hablan de un sufrimiento arrastrado durante toda la existencia a raíz de lo que llaman “explotación sexual infantil comercial”. De nuevo, la biografía de la presunta víctima choca con el retrato. Aunque con el bañador puesto, Elden repitió la pose como guiño varias veces a lo largo de los años. “¿Quieres ver mi pene otra vez?” fue, según confesión propia a MTV, una frase recurrente que utilizó para ligar.
Hay diferencias entre los dos casos, claro. Lo de la foto del disco enseña el pasaporte en la frontera con lo abiertamente risible. En cambio, hubiera sido mejor que la secuencia de Romeo y Julieta se rodara con mayores de 18 años. Que se lo digan a Maribel Verdú, que no había cumplido la edad que da derecho al voto cuando filmaba escenas de desnudos con actores que podían ser sus padres en películas como El juego más divertido (Emilio Martínez Lázaro, 1987).
Pero cualquiera salía con esas en el año del mayo francés y la resaca del verano del amor. Es el enésimo ejemplo de las contorsiones, dignas del Circo del Sol, que son necesarias para encajar el pasado en el molde del presente.
El tema de fondo es lo suficientemente serio como para no ser objeto de según qué orquestaciones. Daños colaterales de un tiempo en el que los periódicos se sacan de la manga conceptos como “ecoansiedad” para decirle al lector de qué más puede sentirse víctima. Todo, qué paradojas, para demostrar que hay cosas que nunca cambian: el cotarro lo siguen moviendo los abogados en busca de la pasta.