No hay nada más estúpido en este mundo de vivos que un sujeto (da lo mismo el sexo) declarándose proabortista. La pregunta pertinente e inmediata a su grandilocuente declaración es si seguiría siendo proabortista con carácter retroactivo. Es decir, si estaría dispuesto a que alguien, un médico o un chamán, segara su vida bajo el argumento de que se trata de un “derecho”. De un derecho disfrutado por terceros (y superior al suyo) que dictamina la oportunidad o no de vivir.
Curioso que en esta época de adoración a la infancia, la sociedad o es abortista o pasa del asunto. Así, entre los adultos infantilizados y sus pequeños dictadores domésticos, el ministerio de Irene Montero va a reformar una ley que permitirá a las menores de 16 años interrumpir un embarazo sin permiso paterno (durante las primeras catorce semanas). Salvajada teñida de rancio progresismo, ahondamiento en el ideal de una sociedad libre de cualquier responsabilidad individual, maleable por tanto.
Resulta evidente que ciertos supuestos propios de la salud o de la monstruosidad humana, como la violación, deberían sugestionar un debate, un esfuerzo por hilar fino jurídicamente. Pero aquí la derecha se acobarda y la izquierda ve en el tema una de las pocas reivindicaciones románticas que le quedan.
La primera, tan perezosa, se ha rendido; y la segunda, henchida ante este triunfo cultural, alza automáticamente el tono de la indignación.
[El PP no hará campaña contra la ley del aborto porque sería "caer en la trampa del Gobierno"]
Ambos son corresponsables de que una cifra espantosa de personas nunca lo serán, ya por criminal dejadez o por criminal ideología. Los números de semejante cosa, que tratan de ocultarse, se reproducen como un vertedero de la democracia que nadie desea ver. Es una gran derrota colectiva.
A propósito, conviene traer a algún intelectual de izquierdas que tenía, digamos, un cierto sentido de la moral. Pier Paolo Pasolini decía: “Me siento traumatizado por la legalización del aborto, porque la considero, como muchos, una legalización del homicidio. En los sueños, y en el comportamiento cotidiano (cosas comunes a todas las personas) yo vivo mi vida prenatal, mi feliz inmersión en las aguas maternas: sé que allí yo era existente. […] Que la vida es sagrada resulta obvio: se trata de un principio todavía más fuerte que cualquier principio de la democracia”.
También el filósofo socialista Norberto Bobbio añadía al argumento antiabortista lo siguiente: “He hablado de tres derechos. El primero, el del concebido, es el fundamental; los otros, el de la mujer y el de la sociedad, son derechos derivados. Por otro lado, y para mí este es el punto central, el derecho de la mujer y el de la sociedad, que suelen esgrimirse para justificar el aborto, pueden ser satisfechos sin necesidad de recurrir al aborto, evitando la concepción. Pero una vez hay concepción, el derecho del concebido sólo puede ser satisfecho dejándole nacer”.
[El caos para aplicar la ley del aborto de Irene Montero: faltan personal y médicos que lo hagan]
La creatividad legislativa de la ministro Montero luce en este gabinete maquiavélico y gris. Incluye la “baja laboral por regla dolorosa”, como si hasta ahora cualquier médico no pudiera firmar una baja por ese dolor o por otros, como la migraña o el desamor. Pero se trata, fiel al estilo pueril, de fingir importancia. De darle siempre una pátina histórica a las chorradas y a las ocurrencias, algunas tan peligrosas como esta última que nos ocupa.
Pasolini, perteneciente a una izquierda minoritaria y más seria que la actual, consideraba el aborto legal una gigantesca molicie de las mayorías, una libertad tácitamente introducida en nuestros hábitos por el consumismo ramplón: un “nuevo fascismo”. A este novel fascio conocido como “nueva izquierda” y liderado en España por Montero, madre de tres hijos, habría que recordarle estos versos del músico Lorenzo (ahora conocido como Jovanotti), nada sospechoso de derechista:
Hay bebés que no tienen futuro
Porque quizás alguien lo ha decidido
Hay bebés que no nacerán
Y van directamente al Paraíso
Porque no hay lugar para ellos entre nosotros
Hay bebés que no nacerán
Porque nos hemos rendido