Los festivales de artistas, luces y música no han cambiado gran cosa. Ni España tampoco.
En el recientemente celebrado Benidorm Fest las canciones se proponían, los cuerpos pisaban la madera con más o menos garbo y el respetable calentaba sus sentidos. Nada nuevo. Si bien, en este aspecto, la afinación de todo el tinglado va sucumbiendo a la temperatura, a unas zonas corporales, digamos, no concebidas estrictamente para el gusto musical. Se entra en una canción gracias a los atributos, que van de la bonita melodía a la poderosa carne.
Esto ya trascendía en los simposios de la Roma clásica. O cuando la Jurado, vehemente pechumbre patria, cantaba "se nos rompió el amor de tanto usarlo" (qué voz perdida para el flamenco, por cierto). Así mismo ocurría con la mirada de puñal destilado de María Jiménez. O cuando Iglesias (Julio) cubría a todo un estadio con su "me va, me va, me va".
Pero la fiebre tenía entonces algo de discreto encanto. De ahí el pezón televisivo de Sabrina Salerno, un sentido del pecado erecto.
La concursante Bandini, favorita de un partido que gobierna, decoró su actuación con una descomunal teta. Colocar una teta en un escenario, a modo de altar simbólico o yo qué sé, ya sólo puede llamar a la nada, a la insignificancia. Es un recurso de rancio marketing. Parece que el artisteo no escapa a la política, ubre de dineros.
Hagamos un histórico repaso. Estuvo el clero de viejos cantautores progres, siempre en campaña con Felipe cada cuatro años, verdadera murga pesoísta de los años 80.
En un ejemplo más bizarro (aunque parecido a la oda de Víctor Manuel a Franco en 1966, Un gran hombre), podríamos recordar aquel Festival de Viña del Mar en que Arrocet se arrodilló ante el general Pinochet mientras interpretaba la pieza Libre, de Nino Bravo (1973).
O también la movida de un Serrat en rebeldía al pretender cantar en catalán y su reciente altercado con el catalanismo, etiquetado de traidor al entonar en la lengua de Cervantes. Luego tenemos al escuálido y novísimo ejército de raperos odiadores, burguesitos de revolución pendiente como Pablo Hásel.
Al Manhattan levantino llegó la cantante Chanel hasta el número uno del citado evento (el cinco queda en la piel desnuda de la Marilyn, por ahora) y, cómo no, el partido Podemos y sus voceros pusieron el falsete en el cielo. Parece que la naturalidad caribeña de la chica no les gustó.
Tan álgido es su puritanismo feminista como ridículos los eslóganes. La ministra Irene Montero, que apoyaba a la candidata Bandini, hizo suya esta cumbre de las letras: "¿Por qué les dan tanto miedo nuestras tetas?". Obviando la barata demagogia, e incluso algún problema respecto a la temerosidad de cada cual ante dos tetas, me vienen a la mente las tremendas ubres de la mujerona acosadora y felliniana de Amarcord.
A pesar de su música, no tengo mucho más contra las candidatas. Se trata de un espectáculo y la gente quiere arte, brillo y chicha. No me malinterpreten, la chicha es artística, voluptuosa, rítmicamente desaforada. Lo demás corre a cargo de un buen representante.
Pero sólo la voz no hace a un cantante. Ahí Chanel la ofreció por encima de las demás. Tampoco una cosa extraordinaria comparándola con aquellas desgarradoras mujeres de tacones afilados y modulaciones (cantar no es gritar) que nos educaron la sensualidad a los viejos.
El tema musical que representará a España en Eurovisión me deja frío, aunque intuyo la voluntad de la cantante de provocar un efecto contrario:
La reina, la dura, una bugatti
El mundo está loco con este party
Si tengo un problema, no es monetary
Yo vuelvo loquito a todos los daddies
Yo siempre primera, nunca secondary.
Y así, como tenemos una televisión marxista y una sensibilidad más marxista, el conflicto estaba servido. No le faltó tiempo a Podemos para seguir, implacable, su tarea de sembrar el mal rollo. Pablo Echenique dejó caer que el jurado del festival de Benidorm es "como el Consejo General del Poder Judicial", mensaje destinado, como siempre, para alimentar eternas las bandosidades hispanas.
Y el éxito de tal proyecto, que va más de la política formal, tiene su respuesta deseada: p vamos con Chanel o vamos con las chicas woke (el grupo Taxugueiras y su puesta de gala, un saludo "todos, todas y todes").
Yo me quedo, setentayochista y con la piel de quien ha mamado el underground cuando tocaba, con la serendipia versada del malogrado Carlos Cano, que decía:
Y ahora con el destape
De teta y trota
Los camuflajes
Las serpientes con traje
De santurrón.