Que no, que no: que a la derecha se le ha metido en el ojo la raspa de Almudena Grandes y que dicen que no la hacen Hija Predilecta de Madrid, ya os podéis poner como queráis, ya podéis homenajearla a centenares como lectores huérfanos con sus libros en la mano en un entierro como no se recuerda otro, que a ellos esto se la trae al pairo. Mira que eran religiosos hasta hace nada, pero ahora se sienten con ánimo de votar en contra de la condecoración de la escritora con su cuerpo aún caliente. Qué sé yo: dios proveerá. Veremos cuando suenen las trompetas del Juicio Final si hay medallas para todos los muchachos.
Al principio me mosqueó la noticia por lo obvio: hay que ser un cegato intelectual y un fanático pasado de cafeína para no reconocer que la Grandes es un símbolo madrileño que ha narrado la ciudad entera como sólo sabe hacerlo quien la camina. Almudena amaba Madrid y por eso se la estudió de pé a pá, porque uno sólo ama lo que conoce -¿o era que sólo conoce lo que ama?-. Almudena animó Madrid en el sentido profundo de la palabra: le dio vigor y carácter y espíritu y bullicio y contexto en sus libros. Le dio cuerda y la puso a andar, graciosamente. Hasta le dedicó tremenda carta de amor cuando fue pregonera en las fiesta de San Isidro.
Pero oye, que no, que no la hacen Hija Predilecta: después del enfado inicial, he llegado a pensar incluso que la decisión tiene sentido de algún modo extraño, porque los hijos predilectos de cada casa siempre son un coñazo. Muy perfectitos y mansos y cumplidores, en fin, diplomáticos, inofensivos, tibios, justo lo que Almudena no era, por suerte, porque si no jamás habría podido escribir esos libros, porque si las mujeres narrativas solían ser "o la puta, o la madre" -como señaló Bigas Luna-, la Grandes era la tía de puta madre, y ese es un precio a pagar que una asume encantada: el de no poder ¡ni querer! ser nunca la favorita de todos.
La verdad es que el título honorífico de Hija Predilecta es, paradójicamente, de un honor dudoso, porque hasta lo recibió en 1962 la auténtica Carmencita Franco, que tiene guasa la cosa. Se lo quitó hace dos años en un acto simbólico -mira, ya que más nos daba- la Comisión de Memoria Histórica liderada por Francisca Sauquillo. La cría del dictador había sido la única mujer en recibirlo. Machistoide también, el dichoso credencial. Un dulce, señora. Me lo quitan de las manos.
Hijos Predilectos de Madrid son el rey emérito Juan Carlos I -célebre por su historial impoluto-, Plácido Domingo -jajá- y Julio Iglesias -éste sí me va, me va-. Hijos Adoptivos son Rafa Nadal, Raphael, Vargas Llosa o Almodóvar. ¿Por qué? ¿No se han significado también estos dos últimos políticamente? ¿Cuánto: más o menos que Almudena, o de forma diferente? ¿La gracia es que Almodóvar finge que no existió Franco en todas sus películas, excepto en el pegote oportunista de esta última, y que la Grandes atravesó al dictador en casi todos sus libros? Ya me gustaría entender algo en medio de toda esta arbitrariedad.
Dijo Almeida cuando se lo dieron el año pasado al cineasta de la Movida que a ver qué pasaba con nuestro rollo, que no sabía si era muy honorable Almodóvar por el tema de los papeles de Panamá. Ya, José Luis: yo tampoco sé si es muy honorable Plácido Domingo después de que el informe de la AGMA concluyese que era un acosador sexual: tú llámame loca. Dudillas, dudillas.
Estos premios ya lucen charanga: no vamos a pelearnos por ellos. Es todo tan volátil, tan esquizofrénico, tan chiflado. Ahora que Macarena Olona sostiene que Lorca les votaría o asegura que "Anguita estaría orgulloso de Vox" -a pesar de que su partido se negó a ovacionar al político en la Cámara, a su muerte-, lo mismo en unos años te encuentras a Abascal poniéndole una estatua de bronce a Almudena. Total: ya citó a Bertolt Brecht con cariño cómplice. Vivir para ver.
Yo digo que esta condecoración para ellos, y que con su pan se la coman. Debemos inaugurar nuevas y mejores categorías, menos testosterónicas, menos rancias y azarosas. Como mucho mi Almudena -como toda la gente que me interesa- habrá sido Hija Díscola de Madrid, Hija Revoltosa de todas partes. Madrid no es sólo sus instituciones, nunca lo ha sido, esa es la mirada estrecha de los apesebrados. Quién necesita ser la niña mimada de un ente si se puede ser la escritora más leída de tu colosal vecindario.