En este país sólo importa la vida de una mujer cuando se la quitan, como a Rocío: cuando la asesinan. En este país sólo importa la violencia vicaria cuando un padre mata a su hija tirándola al mar; y ni siquiera entonces, sino cuando encuentran el cuerpecito sedado y ahogado de la niña Olivia (porque antes de eso no lo llamaban “secuestro”, porque antes de eso decían que un hombre y sus crías habían “desaparecido”).
En este país tenemos que ir con el cadáver por delante para que se nos tenga en cuenta: en este país nos colman de dignidad sólo en nuestros entierros, con los cuerpos quién sabe ya si descuartizados, quién sabe ya si violados, quién sabe ya si desfigurados después de las palizas, de las puñaladas, del ácido o del fuego. Les gustamos más cuando nos han quemado vivas, como a Ana Orantes. Les gustamos más en bolsas de basura. Les gustamos más cuando no tenemos derecho a la réplica, ni a la justicia, ni a la venganza. Les gustamos más, mucho más, cuando ya no podemos escribir esto.
En este país a las mujeres se nos quiere más que nunca cuando estamos muertas, cuando ya no molestamos: en este país se nos escucha cuando ya no podemos hablar. En este país se nos llama “feminazis”, “histéricas”, “aprovechadas” o “exageradas” hasta que nos revientan el costado, hasta que nos arrastran de los pelos por el suelo, hasta que nos sangra la boca de una patada, hasta que matan a nuestros hijos. En este país o tenemos parte de lesiones o partida de fallecimiento o no tenemos nada. En este país se nos llama “cuentistas” hasta que nos desgarran la vagina, hasta que eyaculan dentro de nosotras, hasta que nos asfixian mientras nos penetran, hasta que acabamos rotas en un maletero.
En este país sólo se nos coge cariño a los veinte años de haber sido acosadas, cuando Netflix nos dedica un documental, como a Nevenka. En este país sólo recibimos un sucio tuit de Rocío Monasterio cuando ya no tenemos nada que perder: en este país, la diputada de Vox Carla Toscano vistió una camiseta que rezaba “lágrimas de feminista” el día de 2020 en que se homenajeaban a las 41 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas ese año. En este país se ovaciona a Plácido Domingo después de sus acusaciones de acoso sexual y se le ríen las gracias a El Cigala cuando dice, tras pasar la noche en comisaría por una denuncia de violencia de género, que “las mujeres sólo quieren dinero”.
En este país se frivoliza con el machismo hasta cuando Carmen Calvo espeta que el temazo no es la subida de la luz ni la hora a la que poner las lavadoras, sino quién pondrá esas lavadoras (las mujeres). En este país se dibuja a dos niñas secuestradas por su padre y echadas al mar con colas de sirena, como en un relatito mono de Disney. En este país, La Sexta titula a ese mismo “reportaje de urgencia” Mar Adentro.
En este país, cientos de miles de chavales se descojonan cuando unos youtubers payasos bromean en directo con cómo uno de sus amigos se “follaba en un descampao’” a una prostituta el día de su cumpleaños y se parten, también, mientras niegan que la acabaran apedreando. En este país, los españolitos se la gozan viendo hasta el hartazgo o el vacío testicular porno de violaciones, de bukakes, de MILFs, de adolescentes, de animes que parecen niñas. En este país donde tanto la pía el PSOE y tanto calla Podemos, aún no se ha abolido la prostitución y a los puteros se les trata con honores de caballero -¡se les invita a cachimbas!, ¡se les hace precio!-.
No se rasguen las vestiduras con las últimas noticias si después se burlan de las feministas: a nosotras esto nos destroza, pero no nos sorprende. No sufran tanto ahora si luego callan cuando ven a un hombre insultando a su pareja por la calle, o si se hacen los locos cuando uno de sus colegas cosifica a una mujer y la trata como a una muñeca hinchable, o si llaman dramática a una compañera de trabajo que pide ayuda porque está siendo acosada.
No se hagan los nuevos ahora si después recitan como papagayos que no tiene nada que ver que un tipo sea un maltratador con que sea un mal padre. No griten “qué desgracia” ahora cuando cuestionan cómo va una mujer vestida por la calle a la hora de ser asaltada, ni cuando son ustedes mismos los que esbozan un “qué tetas” o “¿a dónde vas tan sola, guapa?” (pero de broma, claro: uno mismo siempre lo hace de broma).
No tilden, con condescendencia, a estos asesinos de “locos” o de “dementes”. No traten el problema como algo en lo que no participan: se llama “machismo” y está en todas partes. Cada uno de sus escalones nos conduce hacia la tumba. No se engañen. Llámenlo por su nombre de una vez por todas. No se exculpen. No nos jodan.