Cuando el 11 de septiembre de 2001 se produjo el atentado contra las Torres Gemelas, el Gobierno de George W. Bush dijo que aquello no se trataba de un acto terrorista sin más, sino que era un ataque a Estados Unidos (en sentido bélico), aunque después no podía fijar con claridad de dónde (de qué Estado) procedía dicho ataque. Y es que la guerra (y no tanto el terrorismo) implica la acción de los Estados. “La guerra no es, pues, una relación de hombre a hombre, sino una relación de Estado a Estado en la que los particulares son enemigos sólo accidentalmente, y no como hombres, ni siquiera como ciudadanos, sino como soldados, como defensores de la patria […] Cada Estado sólo puede tener como enemigo a otro Estado, y no a hombres” (Rousseau, El contrato social).
El caso es que, sea como fuera, Estados Unidos procedió a actuar en función proporcional al significado de la palabra ataque y se produjo la invasión de Afganistán (que era el Estado que protegía a los dirigentes de Al-Qaeda, responsables de los atentados contra las Torres Gemelas).
La situación del norte de África, que afecta directamente a la frontera española a través de Canarias, de las plazas de Ceuta y Melilla, y de otras plazas soberanas situadas en esa región, está marcada por las fuertes diferencias socioeconómicas que existen entre un lado y otro de la frontera, con un diferencial en los índices de desarrollo sin parangón con respecto a cualquier otra frontera del mundo.
A esta situación socioeconómica se le une una problemática, ya de naturaleza política, que es la producida por el expansionismo marroquí que amenaza la soberanía española de dichas plazas, así como de las islas adyacentes (incluyendo Canarias). La reivindicación por parte de Marruecos de Ceuta, Melilla y Canarias, además de los intentos de anexión del Sáhara (con la batalla casi ganada al encontrar el respaldo de los Estados Unidos), se llevó en numerosas ocasiones, por parte de la diplomacia de Hassan II, a la asamblea de Naciones Unidas desde la creación de Marruecos en 1956 (aprovecho para recordar que uno de los que más alentaron el nacionalismo marroquí fue Franco para tener la retaguardia cubierta al saltar a la península en el contexto de la Guerra Civil).
De manera que el problema, crónico, está completamente enquistado, con crisis periódicas (desde la Marcha Verde hasta la oleada de estos días sobre Ceuta, pasando por Perejil y el 11-M) en las que convergen múltiples intereses (británicos, con Gibraltar, franceses, norteamericanos, con la base de Rota, chinos, rusos, etcétera).
Hablar de crisis humanitaria sin más es dejar cojo el problema al evacuar (eticistamente) todo el entramado geopolítico que hay detrás. Pero hablar de un ataque de Marruecos y de una invasión de la soberanía española es también obviar ese mismo trasfondo de intereses en una zona cuya desestabilización es muy fácil dadas, insisto, las diferencias socioeconómicas entre un lado y otro de la frontera (durante la reciente oleada inmigratoria en Canarias no se habló de ataque a la soberanía española).
Pero es que, además, invasión, en sentido político, implica hacerse con cierto control de un territorio de soberanía ajena. Cosa que no ha ocurrido en absoluto en Ceuta. Ese lenguaje amarillista que habla de ataque y de invasión es propaganda de un partido cuya baza electoral es la de no ceñirse al corsé de lo políticamente correcto (lo que llaman dictadura progre) y que, con esta coartada, procede a bautizar la realidad en la pila del patrioterismo fanfarrón.
Ataque, en contraste con lo sucedido el 11 de septiembre en las Torres Gemelas, cuando Bush se refirió a ello con tal expresión, es una fórmula retórica y propagandística que no lleva aparejada ninguna iniciativa de respuesta proporcional a la expresión. Frente a un ataque invasivo de Marruecos sólo cabría una respuesta: la declaración de guerra a Marruecos. Una respuesta que no está en los planes de nadie, ni siquiera en los de quienes utilizan esa fórmula (prueba de que es pura retórica propagandística). Y no está porque hablar de ataque, sin más, no recoge lo que allí está sucediendo. ¿Y qué está sucediendo?
Sucede que Marruecos quiere sacar partido, desde la perspectiva de su política expansionista, de ese abigarramiento geoestratégico que siempre ha representado la región del Estrecho. Para ello utiliza a conveniencia, como lleva haciendo desde hace años, la presión inmigratoria que ejerce África sobre Europa. Hablar de ataque aquí es sesgar completamente la situación, sobre todo cuando esos mismos que así hablan obvian que respaldando este ataque marroquí están los Estados Unidos. Es una agresión a la frontera española que le sirve a Marruecos para presionar diplomáticamente a España en relación con distintos intereses (principalmente el Sáhara) y para encontrar respaldo internacional.
En definitiva, la oleada de inmigrantes que entró en Ceuta estos días no pretende convertir esa parte de España en una parte de Marruecos (aunque esto sea un objetivo que sí está en los planes del expansionismo marroquí). Esos inmigrantes entraron, con la aquiescencia e incluso la invitación de las autoridades de Marruecos, para ser acogidos en España. Dicho de otro modo, buscan vivir en una Ceuta española, y no en una Ceuta convertida en marroquí. No hay ataque ni invasión, sino saturación de frontera para ganar en el terreno diplomático y sacar partido geoestratégico.