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Rara vez hablo de política, ni en esta columna ni en la vida. Me aburre y uno nunca es hábil debatiendo sobre asuntos que le aburren, ni falta que hace. Pero la gestión es otra cosa, eso me encanta. El talento para supervisar, coordinar y decidir se me antoja apasionante y, por ello, me gusta analizarlo y me atrevo a opinar sobre él.
Iré al grano: vaya pastel tienen montado, señores gobernantes.
Si a mí, que intento andar lo más desinformada posible sobre sus tejemanejes por aquello de la salud mental, se me llevan los demonios, no quiero saber lo que les pasa a quienes analizan las noticias a cada minuto. Porque a cada minuto la lían parda.
Podemos empezar por el principio, que parece lo lógico: la manifestación del 8-M, los partidos de fútbol, bien de terrazas y bien de marabunta cuando el bicho ya andaba saltando entre nosotros y ustedes bien lo sabían. Y no me digan que no.
De entrada, cerraron los centros de investigación, muy lógico teniendo en cuenta que es en ellos donde se encontrará la solución a este sarao de dimensiones galácticas. Nos contaba hace un par de días el Dr. Eduardo López-Collazo, director científico del IdiPaz, inmunólogo y físico nuclear, que los mismos que ven excesivos ciertos presupuestos destinados a la ciencia (sí, esa que salva vidas), están gastándose un dineral comprando en el extranjero las famosas PCR, las mismas que aquí podrían desarrollar y optimizar científicos a los que se les paga 900 euros al mes. No hablamos de opiniones, sino de hechos, unos que a los señores gobernantes se les han pasado por alto.
Ahora que se han abierto algunos laboratorios, la burocracia sigue siendo un obstáculo tremendo a la hora de conseguir permisos para la investigación. Quizás no se han enterado, señores gobernantes, pero andamos con prisa y entre esas probetas anda la respuesta que estamos buscando: qué es este virus y cómo acabar con él. Algo muy sencillito que parecen no entender, cómo tantas otras cuestiones, ya no políticas, sino de la vida en general.
Contaba Eduardo, muy educadamente, que no es una cuestión de dejadez (faltaría más) por parte de los señores gobernantes, sino de desconfianza. Yo, que ando bastante más asalvajada que el científico, en lugar de desconfiados les llamaría ignorantes, que no estamos hablando de chamanes, por el amor de Dios. Su ignorancia está cocinada a base de desconocimiento, ineptitud e incapacidad para calibrar sus limitaciones, que son muchas.
Las personas normales (que no comunes), cuando se enfrentan a un reto, piden opinión a quienes saben más y, si se ven incapaces de afrontarlo, dejan sitio a otros mejores, pero eso supone reconocer la superioridad del prójimo y aquí de humildad andamos justitos, señores gobernantes.
Su inutilidad a la hora de gestionar me temo que va mucho más allá de la silla de su despacho. Ya lo escribí en su momento, quiero ver en esas sillas a gente brillante, demoledoramente inteligente, pero me encuentro con unos señores con los que no me tomaría ni un café, porque yo solo tomo café con gente interesante.
Cuando leí la primera noticia sobre los paseos de los niños pensé que era un meme. Al comprobar que no, cavilé sobre la posibilidad de que hubiera algún factor desconocido para la plebe que justificara tal gilipollez. Ojalá, pero no. Aquí lo único desconocido es la sensatez de los señores gobernantes. ¿Como es posible que nadie con medio dedo de frente les gritara, antes de anunciarlo, que aquello era una barbaridad tremenda?
Algunos dirán que rectificar es de sabios, pero yo excluiría cualquier palabra de la familia de sabiduría al referirme a los señores gobernantes. Este anfibio gubernamental extraño, formado por varios seres indefinidos, que se han montado con tal de aferrarse a sus sillones, nos está costando demasiado caro. Con la que hay liada lo del cambio se nos antoja difícil y además no hay repuesto válido. Ya que están ahí, intenten resolver algo, pero antes de actuar, por favor, pregúntenle a alguien con más sentido común que ustedes, o sea, a cualquiera.