La escoba leninista de la campaña de la CUP para barrer a todo cristo que no comulgue con la independencia ha hecho que pasara injustamente inadvertida su reivindicación de los "Països Catalans". Porque el lema de los antisistema para el referéndum del 1 de octubre, no hay que olvidarlo, es "Barrámoslos, desobediencia y autodeterminación, Països Catalans".
El término es reciente. Lo pone en circulación Joan Fuster en su libro Nosaltres els valencians (1962), convertido en El Corán de los nacionalistas, que en gratitud reclamaron el Nobel para él. El propio Fuster pidió que el concepto no se considerarse una "flatulencia romántica", consciente de que tendría difícil acogida y de que sus paisanos lo recogerían con "una discrepancia más o menos irreductible", como en efecto así fue.
Hablamos de un ensayo sin bibliografía y sin notas a pie de página, con un título que sugirieron los editores; un libro en el que el escritor construye toda una teoría sobre la identidad catalana a partir de impresiones personales y premisas más que discutibles. Fuster leyó y escribió mucho, pero desde el punto de vista del rigor y para que me entienda Anna Gabriel, Nosaltres els valencians es una paja mental.
Su preocupación es españolísima: el pueblo valenciano es un "pueblo anormal", y cualquier observador diría que está "dimitido", "invertebrado" y "a punto de extinguirse". Hay que decir que la historiografía española -incluida la regional- está repleta de títulos que arrancan de la misma premisa, y que ello dio pie a Julián Marías, por ejemplo, a escribir España inteligible.
Para Fuster, existe un "desconcierto nacional" entre los valencianos que proviene de su "carácter mestizo", al ser descendientes de catalanes y aragoneses -los repobladores en el siglo XIII-, y esa heterogeneidad es una "rémora molesta", pues impide la verdadera cohesión. La solución, "utópica pero racional", escribe, consistiría en integrar las zonas castellanohablantes valencianas con Murcia, Castilla y Aragón, y unir las valencianohablantes a Cataluña y Baleares. Como verá Anna Gabriel, el sentido de paja mental empieza a asomar en toda su plenitud.
Fuster, que considera que los realmente valencianos son los valencianohablantes, algo que escandalizaría al propio Jaime I, tacha al resto de quintacolumnistas. Los llama "lastre", "enemigo dentro de casa" y "aliados" de quienes buscan la despersonalización del pueblo valenciano. Porque hay un enemigo, España, la "triste e inconcebible península en la que vivimos", como existe "un interés explícito por dividir" a valencianos, catalanes y baleares, cuya unión es "el único camino" para "subsistir como pueblo".
Las tesis de Fuster, que identifica lengua con "historia", "cultura" y "forma de ser", son tan descabelladas que, siguiendo su "utópica pero racional" receta, habría que unir con Castilla no sólo a Andalucía, Asturias o Aragón, sino a México, Perú, Colombia o Venezuela. Incluso con mayor rigor, puesto que mientras el Reino de Valencia se incorpora a la Corona de Aragón en 1238, va para ocho siglos, la Conquista de América es históricamente mucho más reciente y, por tanto, los lazos deben de estar más vivos.
El problema de Fuster es que para sostener su doctrina hace como aquel rector universitario del XVI que enterraba lápidas y estatuas romanas en Valencia para evitar cualquier inclinación de las gentes al paganismo. En eso, otros rectores no han avanzado mucho. Aún así, afloran las contradicciones de Fuster, porque mientras sostiene que la castellanización de los valencianos ha sido deliberada desde la Edad Media, admite que en los albores del 1500 ya hay profesores en la Universidad de Valencia que imparten sus clases en castellano sin ningún problema, o que en el siglo XVI los escritores locales adoptan este idioma "de manera espontánea", "sin ninguna presión central", y que algunos lo hacen con el propósito declarado de hacer su obra "comunicable a muchas otras provincias".
No me gustaría decepcionar a Anna Gabriel, pero quizás desconozca que Joan Fuster no aprobaría el examen de Memoria Histórica al que acaban de someter a Machado en Sabadell. Fuster fue falangista con carné en su juventud y participó de forma destacada en las organizaciones universitarias de esta formación de ideología fascista. Quizás de ahí sus reparos al mestizaje y su afirmación de que la "vitalidad social" sólo se da en los pueblos homogéneos. O la alegría que expresa por la expulsión de los moriscos, "una suerte", dice, que evitó que hoy Valencia sea "otra Argelia". O su acusación a las mujeres de contribuir especialmente a sustituir el valenciano por el castellano, por ser "más sensibles a las fascinaciones de la 'distinción'" que los hombres. Et le reste est littérature.