Cándido Méndez, contra el pacto con Puigdemont y la amnistía: "Si esto sigue así, es mejor ir a elecciones"
"No soy partidario de la gran coalición, pero no soy partidario tampoco de la gran chapuza: hay caminos intermedios" / "La amnistía es un elemento de dimensiones políticas, no puede formar parte de un pacto social como pretende Yolanda Díaz" / "Con la Covid, la UE pasó de ser la madrastra que fue en la recesión anterior a hada madrina: ahora será la madre rigurosa".
24 septiembre, 2023 02:32El fotógrafo maldice al comprobar que, efectivamente, se ha puesto a llover. En ese preciso instante se le ha acabado la posibilidad de hacer los retratos en el exterior. Cándido Méndez (Badajoz, 1952) observa, se solidariza, pero pronto pivota y la celebra: "Bien, bien… tiene que llover mucho para que engorden las aceitunas en Andalucía".
Es cierto que uno no puede esconder de dónde viene y a él se le nota en el discurrir de las ideas que lleva toda una vida pensando en la clase trabajadora, sea eso lo que sea hoy día. Y en el fondo tiene razón: puestos en la balanza, que las aceitunas vengan gordas parece más importante que unas fotos.
Méndez estuvo nada menos que 22 años al frente de UGT, desde 1994 a 2016. Hay toda una generación que ha crecido viendo su cara en televisión, viéndole dar rejonazos a la CEOE y alentando huelgas generales a González, a Aznar, a Zapatero y a Rajoy… en definitiva, a todos los presidentes que ha tenido delante.
Ahora observa la vida desde los márgenes. Cuenta que pasea mucho para que le vengan las ideas, pero no tiene pudor en arremangarse y entrar al lío si hace falta. A fin de cuentas, representa a esa vieja guardia del PSOE que se ha rebelado contra la negociación de la amnistía a Puigdemont. Se siente con la autoridad de quien se afilió con 18 años al partido y estuvo más de dos décadas al frente de una institución que fundó el propio Pablo Iglesias.
El ex secretario general de UGT atiende a EL ESPAÑOL en su piso de Vicálvaro. No tiene problema en responder a todo lo que se le pregunta y, como de regalo para el oyente, aporta puntos de vista nuevos a los temas que más trallazos reciben.
Está en contra de la ley de amnistía –acudió al acto de Alfonso Guerra y Felipe González en el Ateneo de Madrid, pese a que estaba invitado a otro evento que le hacía ilusión– y pide al PSOE de ahora que escuche a los del PSOE de ayer. Es más, opina que es mejor ir a elecciones.
Usted estuvo al frente de UGT 22 años. ¿Cómo es el paso de la actividad frenética al retiro? ¿Sigue despertándose pensando que tiene que ir a una reunión con la CEOE?
La verdad es que no, hice una transición rápida y tranquila. Opino que si has desarrollado una actividad muy intensa, como lo es ser secretario general de UGT, una organización tan importante, de tanta trascendencia histórica y con capacidad de determinación… Pues pienso que una vez que lo dejas, déjalo de una vez.
Lo que hice fue reorientar mi vida, abrir otros espacios. El primero que abrí fue apuntarme como voluntario en la Iglesia de San Antón (Madrid), porque tengo una buena relación con el Padre Ángel, que es una referencia de la solidaridad en España. Me dijo que por qué no le echaba una mano y ahora voy casi todos los sábados. También escribo algunas cosas, me invitan a hablar porque hay gente que todavía me considera interesante, y tengo otra faceta: tres nietas y un nieto.
Es curioso lo de la Iglesia. Ahora parece que lo eclesiástico y la izquierda casa mal, antes quizás no era así.
Es verdad. Antes, en algunas huelgas generales contactamos con la Conferencia Episcopal. Manteníamos reuniones periódicas cuando su presidente era el obispo [Ricardo] Blázquez. Venía de Bilbao, en su coche, y cuando venía a Madrid quedábamos y comíamos.
A mí me parece que una organización sindical, que desde la visión del marco constitucional es una organización que representa los intereses de clase, tiene que tener una posición transversal. Lo más evidente es que tenemos como interlocutores a nuestros antagonistas, la patronal. Pero eso es la vitalidad del diálogo social, que es uno de los distintivos de la España constitucional.
¿El sindicalismo está en crisis? Salta a la vista que ha perdido fuerza, que los Primero de Mayo no son lo que eran, que su imagen ha quedado deteriorada por casos como el de los ERE…
Si me permites la expresión, es una de las leyendas urbanas que, como una serpiente, aparece y desaparece. Recuerdo la huelga general del 14 de diciembre de 1988, que se la hicimos precisamente al Gobierno de Felipe González, y que no había tenido precedentes porque fue de una magnitud grandiosa. Al día siguiente, se publicaron artículos que decían que era el entonamiento del canto del cisne. Que, después del canto, el cisne iba a pasar a peor vida. No fue así.
Creo que esto tiene una explicación. Nosotros estamos vinculados exclusivamente a los trabajadores y trabajadoras asalariados y autónomos. Son una parte fundamental de la sociedad, pero no son la única parte de la sociedad. Y ahí, tanto UGT como CCOO siguen manteniendo la incidencia que tradicionalmente hemos tenido.
Por ejemplo, ahora se celebra que los dos grandes partidos han obtenido el 73% de la representación. Pero ese porcentaje forma parte de la habitualidad de representación de las organizaciones sindicales en el ámbito que nos corresponde, el de la representación de los trabajadores y trabajadoras.
"Defiendo la igualdad de género, estoy contra el cambio climático... pero para el 90% de la población todo empieza por el trabajo"
Lo digo porque yo nací en 1994, el mismo año en el que usted ascendió a líder de UGT. Me da la sensación que los compañeros jóvenes, aquellos que no están politizados, no tienen claro qué papel pueden jugar los sindicatos en su día a día.
Tú también has crecido conmigo [ríe]. Entre los jóvenes existe esa percepción, sí. Pero si analizamos la situación de hoy, a mí hay dos datos que me preocupan. Son otra cosa, pero tienen que ver. El primero, que hay encuestas que dicen que los jóvenes no valoran la democracia. También, otras dicen que consideran normal la dominación sexual en las relaciones de pareja. Con esto quiero decir que hay fenómenos que afectan al conjunto de la sociedad y tenemos que verlos en sus múltiples facetas.
En cuanto a las organizaciones sindicales, hay un cambio radical que te aseguro que se produce cuando esa gente entra a trabajar. El cambio es radical. Es cuando empiezan los problemas de los salarios, cuando hay que desvelar los misterios de una nómina, cuando se tiene conciencia de los derechos… Algunos, a veces, no paran de seguir maldiciendo la oscuridad, pero hay otros que piensan que la vela que ilumina esa oscuridad son los sindicatos.
Da la sensación de que los bloques estaban antes más definidos que ahora. ¿Se puede seguir hablando de clase trabajadora?
Creo que ese es uno de los problemas que hay en la sociedad. A veces hay un enfoque desde los partidos de la izquierda que se cree que se puede sustituir el pilar estratégico de la clase trabajadora por la suma de situaciones personales o de compromisos que pueden tener las ciudadanas y ciudadanos. Soy defensor decidido de la igualdad de género, estoy comprometido contra el cambio climático, estoy radicalmente en contra de cualquier tipo de discriminación… pero nada de eso puede sustituirlo, porque para el 90% de la población todo empieza por el trabajo.
Otra cosa distinta es qué herramientas o qué instrumentos tienes que utilizar para saber interpretar las necesidades actuales de la clase trabajadora. Tengo mucho interés sobre eso, tengo cosas escritas, aunque sigo sin encontrar la clave de cómo dar el paso. La sociedad digital está provocando situaciones que nos retrotraen a otros siglos.
¿En qué sentido?
Salgo todos los días a caminar y aquí al lado de mi casa hay un centro logístico de Amazon. Tú pasas por ahí y hay multitud de furgonetas, multitud. Copan todo el polígono industrial. Me retrotrae a cosas que pasaban en España cuando yo era pequeño. La gente se iba a la plaza del pueblo, se llevaba azada o su escardillo, su hoz, o se llevaba la vara de varear el olivar… y venía el encargado de la finca se lo llevaba a trabajar. La situación es la misma, solo que ahora la herramienta son la furgoneta y el móvil. Lo que tenemos que hacer es saber interpretar todo este tema. Esto se hizo con la Ley Rider, por ejemplo.
Vayamos a temas de actualidad. Usted ya no estaba en la negociación de la última reforma laboral, ¿pero cree que se planteó bien? Parece que genera problemas con los parados de larga duración, con los fijos discontinuos…
Creo que la reforma laboral se planteó bien. Y no hay que olvidar, por cierto, que la votaron en contra ERC y Bildu. No se debe olvidar, porque es el buque insignia, en el marco de las relaciones de trabajo, del balance del Gobierno que está hoy en funciones.
Lo que pasa es que no se le puede pretender atribuir virtudes que no puede tener. Por ejemplo, la creación de empleo o la eliminación de la precariedad, que es distinto a la temporalidad. Ha reducido la temporalidad, sí, que era un problema muy grande en la economía española. Pero no ha reducido la precariedad.
La precariedad es un concepto muy amplio. Tú puedes tener un contrato fijo, pero según la última EPA uno de cada cuatro trabajadores tiene una jornada semanal de menos de 30 horas. Con eso no se puede vivir, se vive en precario. Puedes ser fijo, pero eres fijo discontinuo. Y la mayoría son mujeres. En relación con el paro tenemos un problema muy serio, que es el juvenil, que prácticamente duplica el europeo. O que nuestra tasa de empleo es de menos del 60% y en Europa es más del 70%.
¿Está de acuerdo con que hay que subir el Salario Mínimo Interprofesional a 1.200 euros?
Al SMI hay que quitarle ese sambenito que se le ha colgado de que puede afectar negativamente al empleo. Uno de los graves problemas que tenemos en España es el de la productividad. Y gran parte de los problemas que tenemos de productividad se debe a que todavía hay una inercia por la que se pretende que se compita en salarios, y competir en salarios es imposible si tienes que competir con Marruecos, por ejemplo.
Creo que hay que seguir insistiendo en colmatar en las pautas europeas de que el SMI sea el 60% del salario medio y calcular bien ese salario medio. Eso sí, no puede en ningún caso sustituir a la negociación de los convenios colectivos.
Yendo a la parte más política, usted se afilió al PSOE con 18 años…
Llevo 53 años en el partido y en la UGT.
"Los que decimos que la amnistía no entra en la Constitución decimos lo que decía Sánchez la última vez que habló de ello"
Sigue siendo militante, entonces.
Sí, sí.
¿Y como vive debates como el de la ley de amnistía? ¿Cree que Sánchez llegará tan lejos como para llevarla a cabo?
Estoy en discrepancia radical de que la amnistía sea la moneda de cambio para una investidura. Y no estoy planteando una hipótesis, es que lo ha dicho un dirigente político de la otra parte del Gobierno de coalición. Hay un dirigente político de Sumar que lo dijo taxativamente, que era para la investidura. Y he oído eso de que hay que negociar con discreción… Yo he negociado mucho, mucho, mucho y a veces la he cagado. Pero si las negociaciones son discretas, son discretas. Para todo el mundo. Es incomprensible que se diga que hay que mantener la discreción cuando la otra parte [los independentistas] incluso está diciendo que está aceptada.
¿Cree que la amnistía es constitucional?
No soy especialista, pero hay multitud de juristas que así lo dicen. Pero es que el propio presidente del Gobierno, en noviembre de 2022, lo dijo. Le estaban preguntando que si la eliminación del delito de sedición era el precio para apoyar los Presupuestos de 2023. Él dijo que no, que no era el precio porque lo que ellos querían era la amnistía y él no la aceptaba. Dijo que la amnistía no entra en la Constitución. La expresión que utilizó no es "cabe", sino que no "entra". Todos los que dicen en este momento, como yo, que no cabe en la Constitución, no dejan de decir lo mismo que el presidente del Gobierno la última vez que habló de esto.
Hay otro asunto...
Dígame.
Estoy de acuerdo con esos que advierten de los riesgos de la amnistía. No lo hacen desde el pasado, lo hacen con la experiencia del pasado. Conocen, por ejemplo los entresijos del debate de la amnistía del 77. Pedro Sánchez tenía cinco años entonces. Algo sabrán aquellos.
No digo que Sánchez no esté en condiciones: su generación es la que debe gobernar. Pero ya lo decía Edmund Burke: la sociedad es una alianza entre los vivos, los muertos y los que están por nacer.
Tienes que tener eso en cuenta, sobre todo si estás hablando de la Constitución, de la constitucionalidad y sobre algo tan sensible como la unidad de España. Es prudente tener en cuenta observaciones que están advirtiendo sobre las consecuencias de futuro.
Sánchez dijo esta semana, desde Nueva York, que los ciudadanos ya habían juzgado su acción de Gobierno, refiriéndose a los resultados del 23-J, y que había salido ratificado.
Entiende que ese resultado da estabilidad para seguir desarrollando la misma política. Cuando le preguntas para qué quiere ser investido, dice que para seguir las políticas sociales, para reducir al 8% el paro, para avanzar en la transición ecológica… Esos objetivos los comparto. Pero es discutible extraer como conclusión del resultado del 23-J que te han ratificado.
No hay que ignorar el resultado del 28-M, de las municipales y autonómicas. Y ahí se produjo una pérdida de poder autonómico y municipal tremendo para el PSOE. Y eso tiene consecuencias.
Si luego analizas las del 23-J, el resultado no es satisfactorio. El PSOE, fuera de Cataluña ha perdido seis diputados. Y la coalición electoral, PSOE y Sumar, ha perdido espacio. ¿El resultado ratifica que se pueda seguir así? Creo que es discutible. ¿El resultado facilita que se pueda gobernar con un esquema del actual gobierno de coalición y los apoyos que parece que se persiguen? Yo creo que no se facilita, además por el trasvase de poder al PP.
Eso puede tener consecuencias a nivel de relaciones entre el Gobierno central y los autonómicos y locales.
Por ejemplo, para utilizar adecuadamente los fondos europeos. Ahí el PP se convierte en un socio inexorable porque gobierna más del 60% de la población española en las comunidades autónomas y ayuntamientos. Eso ya no es una discusión política, sino económica. Van a tener que contar, sí o sí, con el PP.
Otro ejemplo es el turismo. Dentro del sector servicios, el turismo es más de la mitad. Y puedes hacer una cuenta muy interesante. España tiene 8.000 kilómetros de costa. Pues el PSOE sólo tiene gobierno en el 6% de esa costa. Tiene que contar con el otro partido.
En Davos dijeron que de aquí al 2030 es necesario incrementar un 80% el empleo existente en materia de servicios a las personas. Es decir, educación, sanidad, dependencia… todo eso está en manos de las comunidades autónomas. Quiero dejar esa reflexión ahí porque estos problemas están quedando en un segundo plano a mi humilde entender.
¿Defiende entonces la gran coalición?
Ni me gusta ni la quiero, que quede claro. Creo que la gran coalición es uno de los elementos que nos permite explicar el ascenso de la extrema derecha en Alemania. No soy partidario de la gran coalición, pero no soy partidario tampoco de la gran chapuza, que es establecer un mecanismo de gobierno donde empiezas a tener problemas desde el primer día. A partir de ahí, hay caminos intermedios. Los tienen que explorar los partidos políticos.
¿Cuáles cree usted que son esos caminos intermedios?
Soy de los que cree que, si esto sigue así, es preferible ir a elecciones que plantear un Gobierno de estas características. Porque si sale adelante, habrá conflicto. No es como la anterior legislatura, ha cambiado el marco. En la anterior había mucha distancia con el PP, el PSOE no necesitaba tanto a los independentistas y la geometría de apoyo era más favorable.
Hay que tener en cuenta que, como consecuencia del Covid, la Unión Europea pasó de ser la madrastra que fue en la recesión anterior a ser el hada madrina. Ahora será la madre rigurosa. Lo que fue un drama para la sociedad española, el Covid, y la guerra de Ucrania, que además de una tragedia para el pueblo ucraniano supone gravísimos problemas económicos para Europa, fue una facilidad para el Gobierno. ¿Por qué? Porque tuvo más recursos.
Antes se tenía una legislatura muy complicada pero por golpes externos. Ahora son internos y desde el principio. Además, con la diferencia de que entonces te protegía la Unión Europea y ahora probablemente no te acucie, pero sí te va a exigir.
La expulsión de Nicolás Redondo es un error. No se puede no tener en cuenta la trayectoria de tres generaciones comprometidas con el socialismo
Usted piensa que la amnistía del 77 no es la misma que la que se plantea ahora. ¿Si la de entonces enmendó el franquismo, qué enmendaría la de ahora?
Una de las intervenciones más importantes en la defensa de la amnistía de 1977 fue la de Marcelino Camacho, por cierto. A mi juicio, aquella amnistía fue el primer escalón para construir la Constitución. Es el puente entre la dictadura y la era constitucional, para generar las condiciones para el debate constitucional. Esa ley de amnistía no perdonó. Reconoció a los que estuvieron en contra del franquismo que no habían cometido delitos, sino que habían padecido un tratamiento injusto y antidemocrático cuando les condenaron. Eso es muy importante.
He oído a [Oriol] Junqueras hablar de represión, decir que hay que acabar con la represión. Estamos en un Estado democrático de Derecho y su alusión a la represión evoca situaciones antidemocráticas. A mí me parece una comparación abominable.
Hay una frase en el socialismo tradicional que decíamos antes mucho: el buen socialista tiene que decir la verdad aunque duela. Y hay protagonistas fundamentales de la Democracia española como son Felipe González y Alfonso Guerra que están diciendo los riesgos de futuro. Pueden ser verdades dolorosas, pero lo están diciendo convencidos y sin ánimo de sustituir a nadie. Hay una obligación moral de advertir de los riesgos.
El pasado miércoles, Felipe González y Alfonso Guerra dijeron en el Ateneo de Madrid que lo que está haciendo Sánchez va contra las resoluciones de los congresos del PSOE y contra el programa electoral.
Yo llevo 35 años sin participar en actos del PSOE porque he estado dedicado a la UGT. Así que las resoluciones no las conozco, pero ellos saben de lo que hablan. Lo que sí puedo decir es que me ha interesado personalmente lo de la expulsión del hijo de Nicolás Redondo. Hablé personalmente con él y no le había llegado ninguna comunicación.
No sé cómo funciona en el PSOE, pero en la UGT hay que darle la oportunidad a la persona a la que se pretende expedientar para que se defienda, y las expulsiones no las decide la ejecutiva, las decide un comité independiente.
En el PSOE creo que funciona exactamente igual.
En base a esa experiencia, creo que se ha cometido un error gravísimo.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra dijo que parece que se les ha olvidado todo el servicio que hizo Nicolás Redondo al partido en País Vasco cuando ETA mataba.
No es una torpeza, es un error. No se puede no tener en cuenta la trayectoria de toda una vida. Más cuando estás hablando de una vida y de tres generaciones comprometidas con el socialismo.
Yo tengo unas vivencias parecidas. Mi padre era 12 años menor que el padre de Nicolás Redondo Urbieta, el abuelo de Nicolás Redondo Terreros, Nico. A veces me acuerdo de mi padre y de su abuelo. Mi padre fue condenado a muerte por el franquismo, lo mismo que el abuelo de Nico. Mi padre fue condenado a 30 años de reclusión, lo mismo que el abuelo de Nico. Hay toda una historia de una familia en el PSOE y toda su trayectoria que no se puede resumir en lo que haya pasado en las últimas cuatro semanas.
Han argumentado que estaba llevando a cabo un continuo "menosprecio" a las siglas del partido.
El menosprecio a las siglas es experimentar una derrota, como ocurrió el 28-M, y que la persona responsable, el presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, que se atribuyó la responsabilidad, sea recibido con un aplauso cerrado. En esos momentos había gente que había perdido la alcaldía o dejado de ser concejal, y lo último que esperaban era un aplauso cerrado al resultado. Y pasó algo parecido el 23-J, que incluso hubo gente que bailó. Ese es el menosprecio. Y, sin embargo, no considero que haya que expulsar a ninguno.
Desde la dirección actual acusan a los viejos dirigentes de ser de otra época y dicen que ha pasado su turno. ¿Cree que los veteranos tienen derecho a intervenir en el debate o cree que deberían mantenerse al margen para no torpedear la estrategia del secretario general?
Las nuevas generaciones deben de ser las protagonistas, eso sin duda. Yo he sido copartícipe de tres huelgas generales contra Alfonso Guerra y Felipe González, ojo, no he sido de sus corifeos. Yo parto de esa situación. Sin embargo, creo que hay que valorarlos. Pero esto es lo menos importante, lo que me parece es que nadie habla de lo que dicen, sino que enjuician lo que dicen.
Que no hay un debate del contenido, ¿no?
Aquí lo importante no es dónde lo dice o cómo lo dice. Aquí lo importante es lo que dice. Todavía no he oído a nadie que diga que está en desacuerdo. Siempre se dice que ahora le corresponde a los nuevos, como si alguien lo discutiera, o que carecen de valor las palabras, pero sin entrar en su contenido. Me gustaría conocer opiniones sobre lo que están diciendo.
Además del reconocimiento del catalán en el Congreso y en la UE, de la amnistía y el derecho de autodeterminación, el partido de Carles Puigdemont exige ahora el reconocimiento de una deuda histórica de 450.000 millones de euros. ¿Qué opina?
Lo que pretenden es poner en cuestión el Título VIII de la Constitución, el de las autonomías. Además, dicen que les tienen que transmitir los tributos y, en un acto de generosidad, aportarían una cuota de solidaridad. Lo que están exigiendo es el cupo vasco, con otras palabras. Que, por cierto, el señor [Íñigo] Urkullu se ha movido ya, y ya vamos allá también. Van a aumentar las desigualdades.
¿Entre territorios, entiendo?
No lo digo yo. Lo dice el secretario general del PSOE en Andalucía, el señor [Juan] Espadas. Ha registrado una propuesta en el Parlamento andaluz para profundizar en el autogobierno y, entre otras cosas, argumenta que hay riesgo en la próxima legislatura de que aumenten las desigualdades. No lo digo yo, ya se está percibiendo.
Dice Sánchez que hay que, leo textual, "devolver a la política lo que nunca tuvo que salir de la política".
Estoy de acuerdo. Siempre es la hora de la política. Pero en democracia la política no puede significar sustituir al Poder Judicial. ¿Qué ocurre con la visita de Yolanda Díaz a Puigdemont? Que provoca un choque institucional. Es el Poder Ejecutivo que va ahí y, por lo tanto, está reconociendo explícitamente a una persona que el Poder Judicial está persiguiendo. Y lo hace como si no hubiera pasado nada. No hubiera pasado nada si hubiera ido a ver a los siete diputados de Junts, porque los ha elegido el pueblo español. Pero cuando haces lo que has hecho, se da la situación de que el Poder Ejecutivo, institucionalmente, está confrontando con el Poder Judicial. Es un tema muy delicado, lo que percibo es la gravedad. Cualquiera percibe esa gravedad.
¿Le parece progresista Puigdemont?
No, no, no. En general, los partidos independentistas son reaccionarios. Por una razón muy sencilla: lo que quieren es una quiebra de la solidaridad. El progreso es expandir la solidaridad y la igualdad entre los seres humanos. Aquel que pretende parcelar y discriminar en función de dónde se viva es reaccionario. Estos, además, son especialmente reaccionarios. El Gobierno puede hablar de un Gobierno progresista, la coalición, pero no de una mayoría progresista.
Dijo Yolanda Díaz que la ley de amnistía tiene que ser un pacto político y social y que se debía incluir en él a las organizaciones sindicales. ¿Si siguiera al frente de UGT qué le habría respondido?
Lo que sé es que la organización ha dicho que no van a hablar de la amnistía.
Pepe Álvarez ha dicho que "hay que hablarlo internamente"...
Claro, cuando tenga conocimiento. Yo es que creo que el planteamiento de Yolanda Díaz no es acertado, simplemente porque la amnistía es un elemento de dimensiones estrictamente políticas, esto no puede formar parte de un pacto social.
Tiene otra dimensión, porque están hablando de un hecho de envergadura política: la Declaración Unilateral de Independencia. Ahí no tiene cabida un pacto social, ahí lo que tiene cabida es la ley. Creo que es desnaturalizar lo que es lo que son los objetivos y las características de un pacto social. No puede ir en ningún caso por ahí, ese es mi criterio en este tema.
Ya la última. Usted fue diputado en el Congreso. ¿Se habría imaginado con pinganillo?
[Ríe] Aquí hay una dimensión económica, esto cuesta dinero. Hay quien dirá que es el chocolate del loro. Bueno, pero el loro come mucho chocolate, porque chocolate por aquí y chocolate por allí… Eso no es baladí, sobre todo en la dimensión europea.
He leído que el Gobierno español ha dicho que en Europa ellos corren con el coste. Pero, claro, lo dicen en 2023, donde somos receptores netos de fondos de la Unión Europea, en torno a 13.800 millones de euros. Habrá muchos europeos que dirán: ¿oiga, pero en esto van a emplear el dinero que les estamos dando?
Segundo, creo que lo importante es ver para qué. Yo no estoy en contra, en absoluto, estoy a favor de la defensa de las lenguas. Esta situación creo que se resolvió satisfactoriamente cuando se planteó en el Senado, que es la cámara territorial. Creo que no va a facilitar la comunicación, al contrario, en el para qué creo que no se van a conseguir los objetivos.