Mientras los terroristas regaban de sangre la multicutural orilla derecha del Sena se nos iba revelando que aquello que nos inventamos cuando lo de Charlie Hebdo era, antes que una cursilada, una obviedad. Entonces decíamos lo de "Je suis Charlie" como una muestra de generosidad y ahora suena ridículo. Quisimos unirnos a la tragedia, es decir que ignorábamos que ya estábamos inevitablemente unidos a ella. ¿Qué nos pensábamos entonces? ¿Que aquello tenía algo que ver con el debate sobre los límites de la libertad de expresión? ¿Con la sátira religiosa y el derecho a la blasfemia? La reacción a aquella masacre fue extraña. Como si hubiéramos olvidados Bali, Madrid o Bombay. Ni siquiera se dejó oír el habitual coro de penitentes occidentales.
Existe una molesta subcategoría de tonto (y de europeo), que es el tonto europeo: aquel tipo capaz de acudir a un funeral para recordarle a los familiares del finado lo poco original de su dolor, pues cuántos mueren como su pariente cada día, y además aleccionarles, con advertencias infamantes, sobre cómo han de comportarse durante el duelo. "Estamos en vilo a la espera de tu reacción", le dicen, con el difunto de cuerpo presente.
Hablamos de personas que ven, como un pecado original, la prosperidad en la que han crecido, y estos episodios de ira y fanatismo como la inevitable penitencia. Es una subcategoría de europeo (y de tonto) que no soporta la idea de vivir en un estado benefactor, previsible, consciente de su falibilidad y cuya ciudadanía asume el riesgo de sufrir periódicas matanzas con tal de no renunciar a sus libertades básicas.
Se diría que tiene vocación de represaliado si no fuera porque en el mundo hay muchos países donde podría instalarse, y no lo hace, para experimentar la ansiada represión. Como todo tonto que se precie es un incansable proselitista, así que casi seguro usted sufrirá estos días las peroratas de algún ejemplar de tonto europeo en su centro de trabajo, en su cafetería habitual o su muro de Facebook. Su forma de razonar es diametralmente opuesta a la de cualquier ser pensante. Sienta una conclusión previa, Occidente es culpable, y luego busca argumentos para soportarla. El resultado es un discurso esquizofrénico, tendente al batiburrillo y absolutamente impermeable.
En cualquier grupo humano hay un porcentaje de tontos, el problema de esta subcategoría es que ha conseguido cierta notoriedad en el mundo universitario y ha teñido de glamour intelectual lo que no es más que un resentimiento patológico.