Michael Reid: "Putin está ganando en Ucrania y el apetito político de Europa para evitarlo es limitado"
El excorresponsal de 'The Economist' en Madrid analiza la "tímida" política exterior de España y disecciona el presente de América Latina y Europa.
4 marzo, 2024 02:00Michael Reid (Reino Unido, 1952) arrastra pasos cortos y decididos, atraviesa sin sonrisas una puerta, otra y el vestíbulo, y despliega dos periódicos de papel sobre una mesa baja en la cafetería de un hotel con vistas a la Gran Vía. "Ese periódico —señalo con el dedo— tiene el mismo fundador que el mío". Reid sonríe, con una mueca tímida, y recuerda que, en sus años de corresponsal de The Economist en Madrid, entre 2016 y 2021, leyó a los buenos periodistas del país, pero apenas compartió tiempo con ninguno.
—¿Ha leído los últimos reportajes sobre la inteligencia artificial y el periodismo escrito? Dicen que el oficio se está extinguiendo.
—No soy un experto en inteligencia artificial —advierte—, pero espero que quede un público que atender con unas necesidades básicas de autoridad y credibilidad en la provisión de información.
El reportero inglés peina un cabello blanco como el frío, mesa una barba frondosa sobre su tez rosada, y sus ojos claros y lejanos contagian una cultivada impaciencia. En la cafetería de este hotel formal y ornamentado, a este lado y esta hora de la calle más divisiva de Madrid, su cuerpo se confunde con otros, su acento se reconoce con muchos, y sus palabras se enredan con este libro grueso, pero no mucho, de cubierta amarilla pura y el título más preciso, España (Espasa, 2024), que cumple su primer cometido: evitar confusiones. Le pregunto.
¿Qué es, a su parecer, España? ¿Una constelación de estrellas? ¿Una nación de naciones?
España es un país muy diverso que contiene varias naciones culturales, y uno puede estar relajado en esa realidad: no implica ninguna necesidad de crear nuevos Estados nación.
Usted ve España con ojos amables.
Digamos que los defectos son obvios, pero muchos españoles no son conscientes de sus maravillas. Empiezo mi libro hablando de cómo los extranjeros han visto España desde dos mitos: el mito de la leyenda negra de una España cruel y arcaica, y el mito romántico de un país sensual y holgazán. Pero, en el fondo, lo que hay para los británicos es mucha atracción por el otro, por lo opuesto. Y eso es mutuo, me parece, en la otra dirección. Nos interesan mutuamente nuestras diferencias, pero somos países europeos suficientemente semejantes, con culturas accesibles para el otro.
Y eso le interesó.
Eso me interesó mucho cuando vine por primera vez, como estudiante, durante las vacaciones del verano del 71. Entonces el país era mucho más grande. Había pocas autovías, no había AVE. Intentaba hacer autostop, y a veces se hacía difícil que me recogieran porque llevaba el pelo largo. Así que tomaba el tren más barato, porque no tenía mucho dinero, y se llamaba el Rápido o el Exprés, pero era todo lo contrario: paraba en cada estación. Fui conociendo el país de esa forma, y el país que vi me gustó mucho, me gustó mucho.
¿Sigue pensando que la mejor manera de conocer un país es en tren?
Es una buena manera, ¿no? Pero los trenes van más rápido ahora… y es importante conocer los pueblos, no sólo las capitales.
Michael Reid conoció muchos pueblos y las capitales, leyó muchos libros y los diarios, y viajó mucho y mucho tiempo, entre 1971 y 2008, cuando estiró su estancia española tres semanas a encargo de su revista. "España se había transformado en un país de mucho éxito, una democracia consolidada, una economía pujante con una clase media muy grande que había empezado en los setenta, pero que fue mucho más lejos", continúa. "Me pregunté cómo surgieron los problemas: la austeridad, la corrupción, el populismo, la polarización. ¿Eran defectos inherentes a España o males comunes a las democracias tras la crisis financiera y el surgimiento de las redes sociales?".
¿Qué concluyó?
Lo segundo, con dos especifidades. Cada país tiene las suyas, y en el caso español es evidente la fuerza relativa de los nacionalismos periféricos y la división tan grande entre derecha e izquierda, tan infranqueable que, creo, viene de la Guerra Civil, o incluso de antes, del XIX. Usé mis experiencias personales al comienzo en mi intento de ganarme cierta credibilidad ante el lector. Cuando vine a vivir en 2016, ya conocía bastante del país.
Ahí tiene la alianza del PSOE de Sánchez con ERC, BNG y Bildu, e incluso con la derecha identitaria vasca y catalana.
Se da la combinación de esas dos singularidades. Así ha surgido un bloque que, irónicamente, era una teoría de Pablo Iglesias, asumida aparentemente por Sánchez. Los nacionalismos culturales son positivos e inevitables, no hay que condenarlos: son parte de la identidad. Pero cuando uno da una prioridad absoluta a una dimensión de la identidad, divide y no une, y hay mucho más en común que cosas que nos diferencian. Y esa es mi dificultad con cualquier nacionalismo. Y para un partido progresista de centroizquierda los temas de clase social tendrían que seguir siendo más importantes que los nacionalismos identitarios.
La derecha teme que el plan estratégico de Sánchez ponga en riesgo la unidad territorial de España.
A mí me parece que es un plan táctico por parte de Sánchez y un plan estratégico por parte de sus socios, y ese es su problema. Hay un escenario posible de que España se convierta en una confederación de confederaciones, y las confederaciones no existen, en la práctica. Eso sería problemático. Tampoco es lo más probable. Necesitaría mucho más tiempo, y los acontecimientos catalanes de 2017 han dejado algunas lecciones, incluso para los independentistas, y muchos de ellos han asumido esas lecciones. No van a lograr una independencia rápida y unilateral. En esta Europa tienen todavía menos opciones que en la Europa de 2017.
¿Por qué?
Hay muchas otras prioridades. Esta es una Europa con una guerra en sus fronteras, con problemas económicos y geopolíticos. Estos problemas locales no figuran como prioridades ni en Bruselas ni en las otras capitales europeas.
"Las monarquías pueden ser aberraciones en el siglo XXI, pero tienen la gran ventaja de la inercia"
Usted aplaudió los indultos y criticó las reformas penales. Ahora estamos en la página de la amnistía. ¿No ve que podamos entrar, incluso en un mandato corto, en escenarios antes improbables?
Escribí que los indultos eran necesarios. Era importante bajar la tensión dentro de Cataluña y nunca es bueno tener mártires en una democracia. Además, las sentencias eran, vistas desde fuera, difíciles de entender. Eran penas duras y largas por actos políticos. Sí, ilegales. Sí, inconstitucionales. Pero políticos. Pero hay diferencias importantes entre los indultos y la amnistía. Puede que hasta este Tribunal Constitucional la declare inconstitucional. Fue muy llamativo que cuatro asociaciones de jueces y fiscales, que normalmente discrepan entre sí, se pronunciaran contra la amnistía. Va a haber bastante tiempo de guerra de baja intensidad entre los tribunales y el Ejecutivo sobre este tema.
Y qué le parecería más probable en un mandato largo de Sánchez, ¿una República española o una República catalana?
Ninguna de las dos. Pero mire, quién sabe, la vida da sorpresas. Estamos al comienzo de una legislatura que puede durar cuatro años o puede durar menos. Y, visto a este día, este es el dato más importante para Sánchez. Lograr una república de cualquier tipo requiere mucho tiempo. Las monarquías pueden ser aberraciones en el siglo XXI, pero tienen una gran ventaja, la ventaja de la inercia, y cambiar sería problemático y divisivo.
La coalición es frágil y da la impresión de que la imagen de Sánchez es mejor fuera que dentro de España.
Sánchez habla inglés muy fluidamente y es, con diferencia, el político español más hábil y sofisticado en términos analíticos, y puede ser muy persuasivo. Todo lo que pasa aquí queda lejos de ser el fin de la democracia española. La derecha no se hace ningún bien con sus exageraciones constantes. Pero hay motivos para preocuparse, no por la democracia, sino por el Estado de derecho. Si el partido gobernante admite el concepto de lawfare, si admite que eso es lo que hay y no Estado de derecho, ¿dónde acabas? ¿Los españoles tienen que acatar la ley o no? Si se hacen cambios ad hominem y ad hoc en el Código Penal para satisfacer deseos personales, ¿dónde termina el proceso? Eso sí suscita preocupación entre los que miran de cerca desde fuera.
¿Y qué hay de la imagen de España fuera?
Los españoles son muy críticos de sí mismos. Afuera se ve un país que se ha modernizado, un buen europeo. Pero hay algo que me llama la atención. El Gobierno español no quiere participar en la operación de la Unión Europea en el mar Rojo, y eso no es ser un buen europeo. Puedo entender que, por motivos políticos legítimos, España no quiera participar en la operación de Estados Unidos y Reino Unido. Pero la misión europea tiene, como único propósito, defender la navegación en aguas internacionales, y España importa bienes por el mar Rojo, como el resto de Europa. Al no participar, España actúa como un free rider, como alguien que se beneficia de los esfuerzos y los gastos de otros sin aportar nada.
¿Qué cree que pesa más en la decisión: la política interior o la exterior?
Mi impresión es que responde a la presión política interna.
Algunos españoles claman al cielo por un país bañado por el Atlántico y el Mediterráneo, con casi 50 millones de habitantes, posiciones en el norte de África y vínculos de sangre con América, y sin embargo titubeante en el mundo. España está en el corazón de Reid de más de una manera, y la esforzada expresión de neutralidad no esconde ciertas señales de angustia cuando salta el asunto.
Reid fue corresponsal en México y jefe de redacción en Brasil antes de instalarse en Madrid, y sus ojos vieron y sus pies pisaron tanta tierra americana como los viejos colonos. El periodista inglés reunió, en este tiempo, dos o tres ideas claras. "España tiende a dar a América Latina por descontada y a asumir que la entiende muy bien y que puede hablar en su nombre", escribe en su nuevo libro. "Ni lo primero ni lo segundo son verdad".
"Para empeorar las cosas, la política exterior española en esa región se ha politizado en una doble vía", continúa. "Por un lado, con Sánchez en la Moncloa, España ha mantenido dos líneas políticas contradictorias a propósito de América Latina: ha habido una política oficial —acorde con la postura de la UE y de Estados Unidos— de apoyo a la democracia y a las libertades, pero, en paralelo, ha habido otra impulsada por Podemos y, de manera menos comprensible, por Zapatero que ha buscado complicidad con la izquierda populista y autoritaria de la región".
¿Qué prioridades exteriores tiene España?
Está fuera de discusión que la prioridad número uno de la política exterior es Europa. Y la segunda es, retóricamente, América Latina. Pero, en la práctica, la segunda tiene que ser el norte de África. Debería haber mucho más estudio sobre esta región, porque es crucial para España. Son vecinos complicados. No es fácil manejarlos, y no se ha manejado bien.
Aquí se analiza poco que, entre Marruecos y España, Marruecos es el fuerte. Tampoco se habla de disuasión militar...
El potencial de volatilidad y acontecimientos problemáticos para España con sus vecinos del norte de África sigue ahí. Sería importante para el país que se dedicaran más recursos a entender lo que pasa en esos países. El caso de Ghali evidenció que la Inteligencia marroquí es muy superior a la española, y no debería ser así. Me parece preocupante el trato que están recibiendo. No vivimos en el paraíso, lamentablemente. Un país democrático necesita un servicio de inteligencia sujeto a la ley, sí, pero capaz de resolver problemas. Ayudaría que se sacara la política exterior de la disputa partidista. No es posible hacerlo del todo, pero se puede hacer más.
Pero los españoles damos menos importancia a la política exterior que ustedes o los franceses. ¿Hay alguna razón de fondo que lo explique?
Tal vez la larga historia de declive. Tal vez la condición de país posimperial. Tal vez una cierta inseguridad. Y en la práctica la relación con América Latina es mucho más complicada que en la palabra. Hay una condición posimperial que los españoles no siempre tienen en cuenta. No será automático, ni mucho menos, que América Latina quiera sentirse dirigida o patrocinada por España. América Latina quiere, de hecho, una relación de igualdad total.
"Que haya visiones tan distintas del mundo entre Lula y Milei no ayuda a América Latina"
Lo más llamativo es que, a las críticas al "extractivismo europeo", se une el furor por el extractivismo chino y la dialéctica rusa.
Es evidente que, sobre todo en los últimos veinte años, hemos ido hacia un mundo mucho más multipolar. Un país como Brasil tiene una importancia estratégica en el mundo. China ha aparecido en América Latina como un socio muy importante para el comercio y la inversión, y hay implicaciones en esto. Europa ha perdido peso, en términos relativos, pero sigue siendo importante, sobre todo como inversor. Pero en Europa se da poca importancia a América Latina porque está lejos y no ha crecido económicamente al ritmo de los países asiáticos, y porque tampoco es un problema estratégico. Y todo indica que no se ratificará el acuerdo con Mercosur. Me parece una oportunidad perdida.
¿Por qué?
Porque es una forma de dar contenido real a la retórica de una alianza estratégica. Por eso es una oportunidad perdida...
Ahora Milei aparece como un agente disruptor que bloquea la entrada de Argentina en los BRICS, mira hacia Estados Unidos y Europa…
Hacia Estados Unidos e Israel, como Bolsonaro. Cada vez se ve más en América Latina que la política exterior se convierte en una materia partidista. Cada gobierno de turno quiere hacer la integración con sus amigos y no con sus adversarios, según sus preferencias ideológicas y no según el interés nacional subyacente. Eso pone muy difícil que América Latina se proyecte afuera con una sola voz, y que haya visiones tan distintas del mundo entre un Lula y un Milei no ayuda.
Lula y Bukele sirvieron, cada uno a su modo, como inspiración para sus vecinos. ¿Tendrá Milei ecos en el resto del continente?
Milei tenía y tiene una gran oportunidad. Ganó diciendo que iba a hacer un programa de ajuste y estabilización radical. Su victoria indica que los argentinos lo creen necesario. No es como Ménem o Fujimori, en los 90, que ganaron haciendo campaña contra esas medidas, y luego las adoptaron. Lamentablemente, Milei no ha mostrado hasta ahora la capacidad de pasar del modo campaña, de denuncia y agresividad, a otra forma de comportarse en la que se necesita habilidad política, capacidad para construir alianzas en el Congreso y para negociar y aplicar su programa. Le va mal, pero es una moneda al aire. Puede tener éxito y puede fracasar, y de eso dependerá su influencia.
Cuando se produce esta entrevista, coinciden episodios definitorios en el mundo. La guerra de Nayib Bukele contra el crimen organizado, con sus prisiones grises, incomunicadas y repletas de sentenciados sin juicio, le valió una victoria masiva en las elecciones de El Salvador, y prácticamente un régimen de partido único. "Entiendo el interés que suscita", reconoce Reid, "pero veo difícil que su modelo sea exportable".
Las primarias republicanas agotan sus plazos en Estados Unidos, y los demócratas temen que la candidatura tan probable de Trump pierda el voto popular en las elecciones de noviembre, pero baste para derrotar en el cómputo final a Joe Biden. "Si gana Trump", anticipa, "su prioridad pasará por la política doméstica y será complicado para América Latina, especialmente para México. El Partido Republicano es mucho más hostil ahora con México por la gestión migratoria y el tráfico de drogas, sobre todo de fentanilo".
La invasión rusa de Ucrania continúa, y la resistencia adopta una posición defensiva a la espera de los suministros occidentales, bloqueados por los republicanos en Estados Unidos y por la burocracia en la Unión Europa. El asesinato de Alexéi Navalni aplaca a la oposición rusa a semanas de que Putin firme su perpetuación en el Kremlin. Los sondeos de las europeas de junio proyectan la crecida del tribalismo.
¿Dónde pone usted el ojo en Europa?
En la fuerza de la derecha populista nacionalista y de la izquierda dura y populista. Es importante que haya un centrismo dispuesto a seguir con el proyecto europeo, por un lado. Y por otro, como ha dicho Josep Borrell, Europa enfrenta realidades que exigen más perfil geopolítico y en seguridad y defensa. No es fácil ponerlo en práctica. Pero, hoy día, Putin está ganando en Ucrania, y eso tiene consecuencias muy preocupantes para el resto de Europa.
¿Por qué cree que Ucrania está perdiendo?
Porque los recursos materiales de Rusia para la guerra son muy grandes, y porque el apetito político en Estados Unidos y Europa para seguir dando a Ucrania el apoyo económico y militar necesario se ha demostrado limitado.
"La tradición democrática importa, y Rusia tiene una tradición democrática casi nula"
Muchos europeos apelan a Alemania para que lidere un cambio interno que supla los cortes de suministro de Estados Unidos.
Alemania ha dado pasos importantes en los últimos dos años. Ha aumentado el gasto de Defensa y ha permitido la exportación de armamento a Ucrania, pero tiene sus propios problemas domésticos con una economía estancada. Alemania vivió bien durante mucho tiempo con la exportación de coches a China, la garantía de seguridad de Estados Unidos y la energía barata de Rusia. Las tres cosas se tambalean, y este Gobierno de coalición es impopular y débil. Claro que Alemania sigue siendo Alemania, y es un país muy fuerte.
No deja claro si es optimista sobre Alemania para liderar el cambio.
No soy futurólogo... Me limito a hacer un ejercicio de análisis.
La Alemania actual sería impensable en los años cuarenta, igual que sucede con España. ¿Verá Rusia pronto algo parecido?
Es importante recordar que, en el siglo XIX, España tuvo más años de gobierno constitucional que Francia. La tradición democrática importa, y Rusia tiene una tradición democrática casi nula. De 1906 a 1917 tuvo un constitucionalismo débil, y de comienzos de los 90 hasta el surgimiento de Putin. Es muy poco tiempo y es un país continental. Es muy difícil vislumbrar, a corto plazo, una evolución democrática de Rusia. No es imposible, pero no lo veo posible a corto plazo, ni a medio plazo.
Y resalta el valor de mantener el proyecto europeo, pero muchos nacionalistas anhelan su propio Brexit. ¿Qué sentimientos se extienden entre sus compatriotas cuatro años más tarde?
El Brexit fue una revolución nacional-populista que tomó el Partido Conservador, igual que el trumpismo ha tomado el Partido Republicano. Pero esa revolución se ha agotado ante sus propias contradicciones. Las consecuencias económicas no han sido catastróficas, pero sí negativas, y hay una mayoría que ahora lo ha entendido. El Gobierno pasajero de Liz Truss trató de negarlo y fracasó estrepitosamente. Sunak apoyó el Brexit, pero es un hombre racional y está separando la política interna de las relaciones con Europa. Con dificultades, pero lo está haciendo.
Y este año tienen que votar.
Sí, y todo indica que tendremos un gobierno laborista. No sería un gobierno que intente volver inmediatamente a la Unión Europea. Ese sería un proceso complejo y no está claro que el resto de europeos lo deseen. En cambio, ese gobierno acercaría posturas para temas que tienen que ver con el movimiento de personas o con colaboraciones en Defensa. La relación sería menos ríspida. Puede llevar una década que se empiece a pensar en avanzar hacia un mercado único, o hacia algo parecido. Pero sería bueno para el Reino Unido.