En el año 1976, tenía yo 10 años. Mis recuerdos, las fotos de aquella época, de mi vida, todo era en blanco y negro.
Me sentía miembro de un país y de una sociedad que viajaba en el vagón de cola.
La dictadura, el miedo, la crisis económica, el lastre de la maldita fatalidad española, lo de la furia como réplica a la supuesta falta de talento, el destape y la muleta, la música en inglés que nadie entendía y los vagos y maleantes y la chica yeye. Éramos sin saberlo, adictos o esclavos de ese brebaje en cuya etiqueta se podía leer, “Spain is different” y que nosotros leíamos como “España es inferior”.
Sin embargo, en el 73,74, 75, 76 y 77, en la segunda cadena, en el UHF, los sábados por la tarde, allá a las cuatro, una mujer brava e inteligente se empecinó en demostrar que nuestros complejos eran infundados.
Más tarde llegaría Perico Delgado, pero en aquellos años setenta, la atleta, Carmen Valero, conquistaba medallas en algo que ignoro si aún existe y que se llamaba el “Cross de las Naciones”, rimbombante nombre para una competición internacional de carrera campo a través. Carmen Valero, mujer (dato nada baladí), ganaba las carreras delante de las francesas, rusas y alemanas, fornidas, rubias y altas todas ellas. Y ganaba por fuerza y por talento porque tenía más fuerza y más talento que las demás. Y era española. Era una de las nuestras.
De la mano de Carmen dejé de sentirme un chaval de segunda en un mundo de primera.