Que la guerra no está bien
parece que es lo más lógico.
Me pregunto para qué
los líderes autonómicos
con el Rey se reunieron
sin acordar nada en claro:
la bombona de butano
y el gasoil por los cielos;
aceite de girasol
a precio de oliva bueno;
y nadie le pone freno
al precio desorbitado
de las cosas de comer.
Ahora bien, todos muy dignos
condenaron la invasión.
Eso lo hicieron muy bien,
nos quedamos más tranquilos,
pero sirve “pa” un mojón.
Celia, Caelius, Caelia,
que proviene del latín
y que significa “cielo”,
descargó sus nubes llenas,
nos trajo lluvias al fin
(unos cien litros por metro)
y siete kilos de tierra
por baldosa en cada patio,
los coches llenos de barro
y fotos en color sepia
gris plata o anaranjado,
de Málaga y sus rincones.
Que llueva, que llueva claro
y sin esos tropezones,
que ya están recomendando
mascarilla en exteriores.
Ay, qué lejos han quedado
las incidencias y cifras
de un Covid casi olvidado,
pero que no se termina.
Se habla de los transportes,
que sus entregas retrasa;
del Metro y la triste guasa
del papelón de Unicaja,
cuando se habla de deportes;
del regreso de Adrián
a las filas malaguistas;
del campo, que está fatal;
de apuros de cofradías
o la Expo universal.
Y parece que no oímos
el estruendo de las bombas
que a diario le destroza
a un pueblo entero el destino,
como habiendo hecho ya nuestros
los horrores que a diario
llena sus calles de muertos
y que no hay telediario
que nos mueva a decir basta.
Entiendo que no lo piensas,
que la mente así trabaja
y que a modo defensa,
en tus cosas te entretienes.
Ucrania queda muy lejos
y pone frente al espejo
cositas que no convienen
a nuestra prisa suicida,
a nuestro ritmo de locos.
Habrá que vivir la vida,
pero no apagar el foco:
solo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.
Solo pido a las portadas
que les dediquen espacio
al herido corazón
de odio y de sinrazón
de un pueblo que a cada paso
solo quiere paz y casa.