Collage con una imagen de Olena en la sede de CEAR Málaga y fotografías del conflicto.

Collage con una imagen de Olena en la sede de CEAR Málaga y fotografías del conflicto. Y. K. (Efe) / A. E (Reuters) / I. V.

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Los rostros de la diáspora ucraniana en Málaga: "Queremos vivir en paz, pero ningún político nos escucha"

Tatiana y Olena vivieron en sus propias carnes el conflicto de Donetsk, autoproclamada república popular por los separatistas prorrusos en 2014 y preludio de la actual guerra. Ambas buscaron un futuro en la capital.

13 marzo, 2022 08:01
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La Organización Internacional para las Migraciones cifra en dos millones el número de personas desplazadas a causa de la guerra de Ucrania, iniciada por el ejército ruso hace dos semanas. El conflicto tiene su origen en 2013 cuando el entonces presidente ucraniano Víctor Yanukóvich, del prorruso Partido de las Regiones, cede al chantaje del Vladímir Putin y no firma el acuerdo de asociación a la Unión Europea. 

La negativa de Yanukóvich provoca manifestaciones en masa conocidas con el nombre de Euromaidán (la Revolución de la Dignidad). En marzo del año siguiente, Rusia se anexiona la península de Crimea mediante un referéndum ilegal. Un mes después, separatistas prorrusos con la ayuda del Kremlin hacen lo mismo en Donetsk y Lugansk para así autoproclamarlas repúblicas populares independientes. 

Las fuerzas separatistas y Ucrania libran desde entonces una guerra, que se ha cobrado ya la vida de 14.000 personas y ha obligado a miles de ciudadanos a huir del país en busca de una porvenir mejor. Entre ellas están Tatiana y Olena. Ambas decidieron trasladarse a Málaga con sus familias en 2018 tras vivir en sus propias carnes el conflicto de Donetsk, reconocida como república independiente por Rusia a finales del pasado febrero junto a Lugansk y preludio de la actual situación.

Tatiana

Tatiana (nombre ficticio) llevaba una vida bastante normal hasta 2014. Trabajaba como jefa en una empresa instaladora de calefacción de gas natural. "De la noche a la mañana cambiaron la bandera que ondeaba en Donetsk y vinieron muchos soldados con armas. Las instituciones públicas dejaron de funcionar", recuerda sentada en el interior de sede de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado en Málaga.

Los separatistas prorrusos les comunican que pueden seguir como "otro país". "Llegaron con muchos tanques y ocuparon edificios públicos. Ellos no han hecho nada por nosotros", critica Tatiana. Cuando estalla la guerra dejan de tener luz y electricidad regularmente y los estantes de los supermercados pasan a estar vacíos. "Escuchábamos como retumbaba el sonido de las bombas al caer. Entonces nos metíamos en un pequeño sótano no preparado para una situación así", relata. 

En Donetsk habilitaron búnkeres, pero muchos ciudadanos no querían salir de sus casas por el riesgo que suponía. "Tengo mucho miedo por la gente. No quiero que tengamos esta guerra, ni que se derrame más sangre. Vi personas con partes de su cuerpo desmembradas", cuenta horrorizada. Ella desea el fin de la guerra, ya que "es muy difícil no tener donde vivir y no poder volver a casa".

Una Ucrania fracturada

Antes de trasladarse a España, Tatiana intentó establecerse en Kiev donde la discriminaron al ser de la región rusoparlante del Dombás. "Allí no podemos vivir porque muchos no nos quieren. No le gusta que hablemos ruso. Es complicado alquilar una casa y conseguir trabajo. Ucrania está dividida. Mi hija tenía problemas en el colegio. No querían mezclarse con ella. Los niños escuchan a sus padres en casa decir que nosotros estamos en guerra. Eso causa rechazo, pero somos igual que todos los ucranianos", defiende mientras sus azulísimos ojos se enrojecen.

Una amiga suya le habló de España y se dijo: "Puedo probar suerte". Tatiana y su hija llegaron a Murcia en julio de 2018. El Ministerio de Asuntos Exteriores las trasladó a Málaga en diciembre (viven en una modesta casa cerca de la Plaza de la Merced) y tras un largo camino obtuvieron el estatuto de refugiadas. "Aquí son todos muy amables y abiertos, pero los primeros días lo pasamos muy mal", se sincera. Ambas recibieron atención psicológica enseguida. 

En mitad de la conversación suena una sirena y Tatiana se descompone. "Tomo pastillas para dormir. Mi hija tiene miedo al ruido porque piensa que van a ser tanques. Cuando pasan los aviones, me asusto. Sé en España todo es tranquilo, pero mi cabeza vuelve a esta situación que vivimos en 2014. Mi psicólogo me ha dicho que voy a necesitar muchos años para superarlo. No lo olvido", afirma tristemente.

Marcharse con una mano delante y otra detrás

A la mujer le preocupa seriamente la actual guerra. "Queremos vivir en paz. ¿Quién escucha? Ningún político nos escucha. Queremos volver a trabajar y vivir en nuestra ciudad. Yo creo en Ucrania. No tengo interés en los políticos, ni le deseo a nadie lo que hemos vivido nosotros. Cuando una persona no tiene fuerza psicológicamente. Me preocupo por todos. Nosotros no queremos este conflicto. ¿Dónde van a ir sin casa? Yo tenía unos zapatos, unos pantolones y una mochila cuando me marché", rememora. 

Para ella, ha sido "muy difícil" porque perdió su trabajo y tuvo que decir adiós a sus seres queridos. "Llevo tres años y medio sin dar un abrazo a mi familia. Toda lo hacemos por teléfono. Echo de menos el olor a carbón. Pero prefiero vivir en Málaga y así puedo nadar en el mar. No tengo frío. Mi hija padece psoriasis y necesita estar cerca del mar. Con todos los conflictos, se pone peor", confiesa.

Esta mujer de mediana edad vivió en la capital ucraniana y ahora, al verla sitiada, no da crédito. "Recuerdo haber paseado sus calles. Me conozco de memoria sus plazas y sus vías", dice. "Aquí hay mucho sol, mar, comida y techo. Conoces a gente, pero mis amigos no están aquí. Extraño mucho mi país, aunque ahora es muy difícil volver. Yo sólo quiero vivir", suscribe. 

Olena

Olena Bukhtiiarova, natural de Donetsk, lleva también cuatro años en Málaga capital. "El tiempo pasa muy rápido", responde cuando se le pregunta cuando llegó. Lo hizo acompañada de su padre nonagenario. Antes del conflicto trabajaba como cocinera de banquetes y llevaba una vida "cómoda". "No puedes estar bien si caen bombas. Dejamos atrás una casa con cabras, vacas, gatos, perros y gallinas", rememora.

Cuando empezó la guerra su padre estaba enfermo del corazón. Buscaron hospital y no pudieron entrar en uno porque su territorio estaba cercado por los rusos. "No tenemos culpa ninguna. Todo es por dinero", señala tajantemente. Su hijo se marchó a Lituania y allí le dijeron que España prestaba ayuda a los refugiados. En 2016 pisó por primera vez Marbella y luego se mudó a la capital. 

Un año sin entender español

La mujer voló con su padre desde Kiev hasta Madrid. "Allí había gente muy pobre y sin trabajo, enfadada, que me culpaba de todo", reprocha. Hasta trasladarse a Málaga vivieron varios meses en un hotel para refugiados en la capital. A la ciudad andaluza llegó en shock. "Estuve un año sin entender nada, sólo por gestos. Fui a clases de español de Cruz Roja y aprendí el idioma", cuenta. 

En Málaga recibió atención psicológica. "No quería hablar con ninguna persona. He tenido que cambiar mi mente para vivir después. Fue muy difícil pensando en los problemas que teníamos. "Todo saldrá bien", me digo. Viví un conflicto. No pensaba que esta guerra iba a pasar. Viví en Ucrania y Rusia, y he viajado mucho", relata. 

Olena confiesa que necesita "mucha fuerza" para superar su gran crisis. "Hoy a mucha gente le pasa y no sabe cómo vivir. Miras la tele y todo son malas noticias. Mi gente está ahí dentro. Esto no puede ser. Todos sufrimos. Mira el precio del aceite y la gasolina. Ha subido. ¿Para qué sufrimos? Yo quiero que todos vivan en paz y armonía. El mundo necesita cambiar", insiste.

A pesar de todo, ella dice ser "feliz" en Málaga. Incluso ha cambiado mentalidad. "Antes trabajaba mucho y me compraba hasta oros. Aquí llevo una vida más sencilla. "Mira qué buena luz, qué buen planeta", me digo. Cada día rezo a dios", declara mientras desea que su hijo de 34 años le dé nietos pronto.

Discriminación

Igual que Tatiana, ella también ha sufrido en primera persona discriminación por haber nacido en una zona rusoparlante. "Respeto a toda la gente. Ucrania es un gran país. Yo no tengo la culpa de la guerra, ni quiero hacer el mal a nadie", deja claro la excocinera con estudios en Psicología y Pedagogía, reconvertida ahora en limpiadora (en concreto trabaja para la Comisión Española de Ayuda al Refugiado en Málaga donde nos reciben con una amplia sonrisa y los brazos abiertos).

Ella sueña con que los países se ayudaran mutuamente. "En Estados Unidos y Europa hay buen ambiente. Mi hijo está enamorado de Málaga. Nuestras raíces pueden estar en cualquiera lugar", asevera al final de la emocionante charla. Sin embargo, las dos ucranianas echan de menos su país y el dolor no remite. Mientras tanto, esperan noticias del frente y desean que la pesadilla acabe cuanto antes para todos.