El inmenso entramado de calzadas que desarrollaron los antiguos romanos para controlar su vasto Imperio se extendía a lo largo de más de 300.000 kilómetros, según los cálculos de los expertos. La civilización de los césares impulsó la construcción de vías principales para unir las grandes ciudades, secundarias para conectar asentamientos más reducidos y hasta caminos efímeros para facilitar el movimiento y abastecimiento de las legiones en sus campañas militares.
El recorrido de muchas de estas calzadas se conoce gracias a mapas como los Vasos Apolinares, cuatro pequeños vasos de plata del siglo I d.C. en los que estaba grabado el itinerario y las 104 estaciones por las que transcurría la Vía Augusta, desde Gades (Cádiz) hasta Roma, de unos 2.750 kilómetros. Con la forma cilíndrica similar a la de un miliario —una columna de piedra que actuaba como marcador de las millas (milia passumm), es decir, una especie de señal de la Antigüedad—, algún viajero los depositó en las termas de Vicarello, al norte de Roma, como objetos votivos.
No obstante, el mapa más famoso y detallado de la Antigua Roma es el Itinerario Antonino —cuyo nombre estaría relacionado con el emperador Marco Aurelio Severo Antonino, más conocido como Caracalla, y no con Antonino Pío—. En este documento se detalla el recorrido de las principales vías del Imperio a través de una serie de listas de puntos de parada y las distancias entre ellos. Los investigadores creen que está basado en documentos oficiales, probablemente de un estudio organizado por Julio César y desarrollado durante el reinado de Augusto, aunque la versión que se conserva es de finales del siglo III d.C., del reinado de Diocleciano.
Los proyectos de construcción de calzadas alcanzaron todos los territorios bajo dominio imperial. En Hispania, en el limes occidental, el Itinerario Antonio recoge más de una treintena de rutas. Estas fueron algunas de las más importantes:
Vía Augusta
Fue la más extensa de la Península Ibérica: unos 1.500 kilómetros que conectaban la Bética con el norte de Hispania bordeando el Mediterráneo; aunque la ruta difiere en función de la fuente. Según el Itinerario Antonino y cogiendo como referencia la nomenclatura adoptada por el arqueólogo Eduardo Saavedra, esta era la vía II, y transcurría desde el Summus Pyrenaeus, en el Pirineo catalán, hasta Castulo (Linares), pasando por Tarraco (Tarragona), Saguntum (Sagunto) o Carthago Nova (Cartagena). En los Vasos de Vicarello, la ruta gira hacia el interior al pasar Valentia (Valencia) y discurre por Saltigi (provincia de Albacete), Corduba (Córdoba) e Hispalis (Sevilla) hasta finalizar en Gades.
Aunque su nombre original se lo dio el emperador Augusto, que impulsó una serie de restauraciones en el trazado a finales del siglo I a.C. —así lo corroboran los miliarios documentados en la Comunidad Valenciana o Murcia—, recibió también otras denominaciones como Vía Hercúlea o Camino de Aníbal. A lo largo de la geografía peninsular se encuentran diversos identificadores que señalizan el itinerario de la Vía Augusta, como el arco de Bará, en Tarragona, o el arco romano de Cabanes, en Castellón. La autovía A-7 y otras carreteras nacionales siguen en algunos tramos su mismo recorrido.
Vía I
Esta ruta comenzaba en el mismo punto que la Vía Augusta, en el Pirineo oriental, y se dirigía hacia Tarraco. Sin embargo, en vez de seguir hacia el sur, tomaba rumbo al oeste, hasta Legio (León), ciudad fundada en torno al campamento de la Legio VII Gemina, uno de los asentamientos militares más importantes de la Península. Estaba dotado de fuertes recursos defensivos para controlar, fundamentalmente, el oro extraído de Las Médulas. La calzada pasaba por 23 mansiones y localidades como Caesaraugusta (Zaragoza) o Virovesca (Briviesca, en Burgos), cubriendo 647 millas romanas, casi mil kilómetros; y guarda parecido con la Vía XXXII, que iba de Tarraco a Asturica Augusta (Astorga).
Vía de la Plata
Otra de las fuentes que proporciona información sobre el recorrido de las calzadas romanas peninsulares es el Itinerario de Barro, una serie de cuatro tablillas de arcilla fragmentadas de mediados del siglo III que mencionan un puñado de carreteras del noroeste de Hispania. La tercera tabla dibuja una vía que subía desde Emerita Augusta (Mérida), ciudad fundada por Publio Carisio en el año 25 a.C. con el objetivo de acoger a los soldados de las guerras cántabras, veteranos de las legiones V Alaudae y X Gemina, hasta Asturica Augusta. Coincidía en parte con la Vía XXIV del Itinerario Antonino —esta se desviaba hacia el este a la altura de Zamora— y desde finales de la Edad Media se la conoce como Vía de la Plata, convirtiéndose en un camino de peregrinos.
Vía XX
Aunque no era de las más largas —207 millas romanas, unos 300 kilómetros—, esta ruta tenía una característica que la diferenciaba de las otras incluidas en el Itinerario Antonio: parte de su trazado discurría por el agua. Era una de las cuatro opciones para ir desde Bracara Augusta (Braga, Portugal) hasta Asturica Augusta, pero en vez de seguir un trayecto lógico y en línea recta hacia el este, subía por Tude (Tui) hasta Brigantium (A Coruña) y bajaba hacia el sureste atravesando por Lucus Augusti (Lugo). En la misma denominación de la vía, la expresión per loca maritima —por lugares marítimos— ya hacía referencia a la necesidad de una embarcación.
Vía XXV
Esta era una de las tres rutas, junto a la XXIV y a la XXIX, que conectaba Emerita Augusta con Caesaraugusta, cruzando en diagonal el interior peninsular. Tenía una longitud de 348 millas romanas —algo más de 500 kilómetros— y pasaba por 16 mansiones. Atravesaba y conectaba importantes asentamientos como Toletum (Toledo) o Complutum (Alcalá de Henares).