Una de las claves del éxito de las legiones de Roma en Europa, Asia y África residía en una férrea disciplina que debía ser mantenida a toda costa. Amenazados por enemigos en los confines del mundo conocido, el miedo podía apoderarse de los soldados hasta el punto de quedar paralizados o incluso desertar. Por otro lado, olvidados en marginados castellum en tierra hostil, el aburrimiento podía ser atroz.
Un campamento entero fue aniquilado en Hispania en el año 97 a.C. Los guerreros celtíberos se habían encontrado a los centinelas durmiendo en sus puestos después de haberse emborrachado con vino. Un vigilante dormido ponía en riesgo al resto, al igual que los que perdían sus armas o robaban en el campamento, por lo que el castigo habitual pasaba por ser apaleado por sus compañeros hasta morir.
Si la falta era leve -como ser sorprendido borracho en el campamento- podían obligar al soldado a comer de pie, reducir sus raciones o su sueldo por una temporada o ser azotado por la vara de olivo del centurión. Si en aquel momento de humillación el desdichado hacía amago de agarrar la vara, podía ser degradado y enviado a otra unidad, normalmente a un destino peor. Si la falta era colectiva y grave, no se podía ejecutar a toda una legión por lo que se aplicaba la temida decimatio.
Decimatio
Tras un juicio marcial, la máxima autoridad militar -normalmente un cónsul- podía decidir diezmar a sus unidades. Este castigo se aplicaba a unidades pequeñas, pero podían estar destinada a manípulos, cohortes y legiones enteras si estas habían sido humilladas en combate, se habían comportado con cobardía, habían perdido los estandartes o se habían amotinado. Los culpables eran divididos en grupos de diez hombres. Obligados a formar, el general les recordaba la falta cometida y el juramento que hicieron con Roma y los dioses cuando se enrolaron.
Tras el discurso, uno de cada grupo debía morir apaleado por los otros nueve. Para sumar humillación y tortura psicológica, el ejecutado era elegido por el resto. Si el líder mostraba clemencia, el castigo podía diluirse entre 20, 30 o 400 hombres. El castigo era cruel y efectivo. Los desdichados para expiar la culpa colectiva, en una especie de macabro sacrificio humano, eran despojados de sus ropas -no son dignos del uniforme- y conducidos fuera de los muros del campamento, lejos de la mirada de los símbolos sagrados de la unidad.
"A la vista de todos, los desafortunados que han sido elegidos son rozados por un tribuno con una vara. Es la señal para que los compañeros del reo den comienzo al apaleamiento", explica Víctor Sánchez, teniente coronel del Ejército de Tierra, en su obra Las legiones en campaña (HRM). Terminada la ejecución, el resto de la unidad solía ser alimentada solo con cebada y obligada a dormir fuera de la protección del campamento, algo peligrosísimo en zona de operaciones.
Sin embargo, recurrir constantemente a ejecuciones ejemplares podía salir muy caro a los generales. Marco Antonio aplicó una decimatio que fue considerada excesivamente cruel e inadecuada por los hombres de las legiones Martia y IV, motivo por el que terminaron desertando en el año 44 a.C., tal y como explica Rubén Escorihuela Martínez, investigador de la Universidad de Zaragoza, en su artículo Violencia versus represión: castigo y redención en el ejército romano republicano.
Cavar zanjas sin ropa
Una gran parte de los militares romanos prefería utilizar otros castigos menos macabros y más fáciles de digerir para mantener el orden y la disciplina. A los equites se les podía retirar la montura y hacerlos marchar a pie como el resto de la tropa.
En el año 46 a.C., Julio César combatía con sus legiones en el norte de África en su guerra civil contra Pompeyo y sus partidarios. En un momento dado llamó a los centuriones Tito Salieno, Marco Tiro y Cayo Clusinas. "Os considero indignos de ejercer cualquier tipo de mando en mi ejército, os licencio y os ordeno salir lo más rápido posible de África", bramó el victorioso general.
Los expulsados, con lágrimas en los ojos, acusados de cobardía, habían sufrido el segundo castigo más humillante que podía padecer un soldado de las legiones después de ser ejecutado en una decimatio. Licenciados con deshonra, ignominiosa missio, nunca podrían volver a sus hogares donde vecinos y familiares les mirarían con desprecio.
Menos "compasivo" se mostró en el año 75 a.C. Cayo Escribonio Curión, procónsul de Macedonia al mando de cinco legiones. No debía ser un general demasiado brillante pues una de sus legiones se negó a cumplir sus órdenes declarando que "no seguiría su mando imprudente ante una empresa tan difícil y peligrosa", según recogió el senador y militar romano Sexto Julio Frontino.
[El feroz castigo que reservaba el Imperio español para combatir a los vagos y maleantes]
Curión reaccionó rápido y abortó el motín. Les obligó a desvestirse y a cavar zanjas vigilados por hombres armados hasta que, tras unos días de trabajos forzados, deshizo la unidad, borró su nombre y distribuyó a los amotinados en otras legiones.