José Luis de Arrese Magra estaba indignado al enterarse de que había llegado a El Pardo una serie de acusaciones muy graves contra su persona. En concreto, se decía que el gobernador civil de Málaga había participado en el llamado "complot Yagüe", una conspiración de ámbito nacional contra Franco que pretendía crear un gobierno de generales con apoyo de falangistas radicales, así como apartar al dictador en caso de que se opusiese. Preparó rápidamente unos informes que avalaban su actuación en contra de la conspiración y se marchó a Madrid para defenderse.
El día 9 de mayo de 1941 se reunió con Franco. Arrese no solo logró convencer al caudillo de su lealtad, sino que durante este encuentro y otros dos mantenidos los días 12 y 16 del mismo mes tuvo un notable éxito al ponerse en valor como un falangista leal y disciplinado. Del fantasma del procesamiento pasó a la titularidad del Ministerio de la Secretaría General de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, el partido único del régimen. El dictador necesitaba un nuevo hombre de confianza en ese momento en el que su relación con su principal consejero político, su concuñado Ramón Serrano Suñer, se había deteriorado.
Fue el gran salto de la carrera política del dirigente falangista que gozó de la mayor confianza de Franco y por más tiempo. Arrese ocuparía el cargo de ministro secretario general hasta 1945 y en esos años, según analiza Joan Maria Thomàs, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Rovira i Virgili, en Postguerra y Falange (Debate), consolidó a la organización como fundamental brazo civil organizado del régimen y a sus miembros como franquistas para siempre. "Es un hombre que pone orden y asegura la extrema fidelidad del partido para su jefe nacional, que continuará durante los años posteriores", explica el historiador a este periódico.
Con material de archivo inédito, el especialista en la historia del falangismo reconstruye en este ensayo el papel que desempeñó Arrese durante la primera de las dos etapas que fue ministro secretario general del partido —recuperaría el cargo entre 1956 y 1957—. "Significa una nueva adaptación de las varias que hizo Falange desde su fundación hasta su disolución, en este caso a la situación de cambio de la II Guerra Mundial a partir de 1943, incluyendo una desfascistización del ideario falangista, pero en absoluto sin dejar de pretender que Falange fuese hegemónica dentro del régimen", resume el autor.
A principios de 1941 existía una profunda frustración en la cúpula de la organización. La aprobación de leyes sindicales, las del Frente de Juventudes o los decretos relacionados con la Sección Femenina aventuraban una etapa de fascistización, pero su escasa aplicación y la negativa a la entrada de España en la II Guerra Mundial junto al Eje les llevó a exigir, a través de Serrano Suñer, que ejercía una errática dirección de FET y de las JONS, todo el poder político y un ejecutivo monocolor a excepción de las carteras militares.
No lo lograron con el citado complot ni tampoco lo intentaron de forma violenta, como había hecho el partido fascista en Rumanía ese mismo año. Franco resolvió la crisis dando tres ministerios a falangistas, pero no alteró el equilibrio de la coalición autoritaria de su régimen. Con el nombramiento de Arrese, que también reclamaba la hegemonía para Falange, aunque siempre sometida a las órdenes del caudillo, el dictador se garantizó una lealtad sin tachas del partido a su autoridad, tan solo desafiada por incidentes protagonizados por los sectores más radicales.
Giro y caída
Una de las cuestiones más interesantes que analiza Joan Maria Thomàs es el nuevo impuso que dio Arrese a la "desfascistización" del partido y de su ideario. A partir de 1943, cuando la II Guerra Mundial cambia de signo y la derrota de Hitler y sus aliados empieza a ser evidente, el ministro secretario general da un giro ideológico a su discurso para acercarse a los Aliados y empieza a defender que Falange no era fascista ni totalitaria, sino católica.
"Pero en ese camino él tiene también sus propios límites porque es un fascista. Su gran decepción es que Franco no tiene esos límites y llega a decirle que la ideología no es lo fundamental, que se tiene que adaptar a la coyuntura. Franco nunca suprimirá la Falange, lo cual es un éxito de Arrese. Pero por otra parte, Franco va más lejos de lo que hubiera querido nunca Arrese aprobando dentro de la ley del Fuero de los Españoles derechos como la libertad de expresión y de asociación", detalla el historiador.
Arrese, que en la segunda mitad de 1940 había apoyado la entrada de España en la contienda mundial y el envío de la División Azul al frente oriental, se acabaría autoasignando el papel de intérprete máximo del pensamiento del fundador José Antonio Primo de Rivera, y sin apenas contestación por la familia del falangismo. También se erigió en una suerte de muro frente a las alternativas políticas que cuestionaban la existencia del partido único e incluso del propio régimen, como los monárquicos juanistas y carlistas. Exigió mano dura contra las "deserciones" y toleró o amparó actuaciones escuadristas de los miembros de la organización en las calles.
"El libro aporta datos completamente nuevos y desconocidos en cuestiones de violencia", asegura Thomàs. "Lo que me he encontrado es que los falangistas ejercieron la violencia contra los enemigos del régimen, pero también contra otros sectores del régimen. En Alemania, por ejemplo, hubo una purga en 1934 contra las SA y se asesinó a mucha gente, pero después se acabó. Lo que es insólito en el caso español es que hubo mucha violencia contra adictos a Franco. En agosto de 1942, en una concentración del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Begoña en Bilbao, un falangista lanzó una bomba de mano contra los carlistas hiriendo a 82 personas. Es un caso extremo, pero hay muchísimos más que aparecen en el libro y que tienen una gran credibilidad al estar basados en informes internos".
La imagen histórica de Arrese es bastante negativa si se consultan memorias de señeros dirigentes franquistas y falangistas de los primeros años del régimen, como Serrano Suñer o Dionisio Ridruejo. ¿Se ha minusvalorado el papel de Arrese en base a estos testimonios? "Absolutamente", responde el historiador. "El odio, a veces brutal, de Serrano era por el batacazo que se llevó al perder la partida: Arrese le sustituyó como principal consejero del partido para asuntos políticos. Le consideraban un donnadie y vieron cómo ascendió. Y ahí no hay que negarle una cierta capacidad al personaje, pero lo que pasa es que Arrese era muy exagerado, un hombre muy prendado de sí mismo".