En los periódicos que se leían en la primavera de 1944 en las localidades británicas de Kent y Essex, a ambos lados del estuario del Támesis, había un montón de notas sobre el impacto de las tropas estadounidenses que se preparaban para la invasión de Europa. Los vecinos se quejaban de que los Jeeps y los camiones bloqueaban los caminos o de que los soldados estaban corrompiendo a sus mujeres —un artículo en concreto mencionaba el hallazgo de un desagradable número de preservativos usados en pleno bosque—. La inteligencia nazi se frotaba las manos con esa información: la acumulación de personal militar en el suroeste de Inglaterra confirmaba que el desembarco se iba a registrar por el paso de Calais, una de las zonas más fortificadas del Muro Atlántico.
Pero todo lo que aparecía en los diarios era falso, una cortina de humo ingeniada por los Aliados desde Londres para engañar a Hitler y sus secuaces. "En tiempos de guerra (...) la verdad es tan preciosa que debería contar siempre con la asistencia de las mentiras como guardaespaldas", le había dicho Churchill a Stalin durante una conversación en Teherán el 30 de noviembre de 1943, donde se había dado luz verde a iniciar los preparativos de la Operación Overlord.
En realidad, en Kent, Essex y Suffolk sí había un ejército, pero era uno fantasma al que se le dio el nombre de Primer Grupo de Ejércitos de Estados Unidos (FUSAG, por sus siglas en inglés). Los alemanes conocían desde principios de 1944 la existencia de este contingente, formado por divisiones estadounidenses y canadienses de verdad —se crearon otras ficticias con insignias y campos de entrenamiento—, que pretendía ser la punta de lanza del ataque. Además, se facilitó que Berlín interceptase y descifrase señales sobre planes militares, promociones y tribunales militares para dar visos de realidad.
Lo más difícil del plan de engaño, que contaba con George Patton como comandante en jefe —el general, temido por los nazis, había caído en desgracia poco antes por abofetear en Sicilia a unos soldados con estrés postraumático a los que ordenaba regresar a primera línea—, residía en falsear el equipamiento. Para ello se pidió a escenógrafos y técnicos de los estudios de cine Shepperton que diseñaran lanchas de desembarco, tanques y cazas que pareciesen reales a vista de un avión de reconocimiento enemigo. Los intérpretes de fotos de la Real Fuerza Área dieron las últimas recomendaciones: hacía falta más presencia humana, así que se llamaron a más batallones, se encendieron fuegos y se pusieron a secar incontables líneas de toallas y ropa interior.
Cuando el decorado estaba listo se impulsó una política de "exhibición discreta". Las embarcaciones, de más de 50 metros, hechas de lona pesada estirada sobre un marco de acero y que flotaban sobre bidones de petróleo vacíos, se botaron en puertos y ríos como el Orwell. Una noche, cerca de Felixstowe, la operación casi se va a pique cuando una barcaza de vela de unos civiles chocó con una de las lanchas de desembarco falsas y esta se desmontó casi al instante. Para evitar que contasen lo que habían visto, la tripulación fue arrestada y retenida bajo custodia hasta después del Día D, el 6 de junio de 1944.
Hitler pica el anzuelo
La operación de engaño conocida como "Robustez Sur" con la que los Aliados pretendían ocultar sus verdaderos planes —el desembarco en las playas de Normandía— fue un éxito total y la reconstruye el historiador Taylor Downing en su libro The Army That Never Was: D-Day and the Great Deception (Icon Books), recién publicado en inglés en la antesala del ochenta aniversario de estos hechos clave en el transcurso de la II Guerra Mundial.
Además del tráfico de radio falso, la aparición de tropas y de vehículos de mentira y las amañadas pruebas de inteligencia —las noticias de los periódicos llegaban a Berlín gracias a agentes dobles del MI5—, hubo un personaje clave en el monumental proyecto de embuste: el general nazi Hans Cramer. Capturado por los británicos en Túnez en mayo de 1943, había sido trasladado a la suntuosa casa de campo de Trent Park, donde se vigilaba e interrogaba entre todo tipo de lujos a oficiales alemanes y prisioneros de guerra que podían manejar información relevante.
Tras un año de cautiverio, se decidió liberarlo en un intercambio de presos con el Tercer Reich. Cramer fue trasladado en coche desde Gales a un puerto en el sur, de donde zarparía hasta Suecia. En un momento del viaje, empezaron a estar rodeados de tropas estadounidenses y británicas que se preparaban para la invasión. Los dos oficiales que le acompañaban, espías en realidad, le dijeron que estaban pasando por Kent, cuando se trataba de la costa de Dorset, la zona de los preparativos del Día D.
A su regreso a Alemania, Cramer contó a su antiguo jefe, Erwin Rommel, lo que había visto y que los Aliados preparaban la invasión por el paso de Calais. El condecorado general, llamado por Hitler a su refugio de montaña en los Alpes Bávaros, repitió toda la información. Coincidía con los informes de inteligencia que manejaba el mariscal de campo Gerd von Rundstedt, comandante en jefe de los ejércitos nazis en el oeste de Europa.
Aunque el führer había reconocido que la invasión se podía registrar en Noruega, Países Bajos o incluso Cherburgo, en la región de Normandía, en el alto mando nazi la idea del paso de Calais era la hipótesis más viable a finales de la primavera de 1944. Así se lo reconoció Hitler al embajador japonés en una reunión celebrada el 27 de mayo, en la que le dijo que los primeros ataques serían un señuelo y que el grueso de la operación cruzaría el canal de la Mancha por esa zona. La transcripción de la conversación que el diplomático envió a Tokio fue interceptada y descifrada por los Aliados, confirmando que sus enemigos habían caído en la trampa.
Hasta seis semanas después del Día D, el alto mando nazi se negó a las solicitudes de transferir tropas acantonadas en la costa del paso de Calais, lugar de destino del 15.º Ejército, con dos divisiones panzer y varias de infantería. Hitler y Gerd von Rundstedt tardaron un tiempo crítico en darse cuenta que el ejército fantasma de Patton no se iba a mover del suroeste de Inglaterra y que el desembarco de Normandía había sido el verdadero y letal golpe de mano al curso de la guerra.