¿Por qué duró tanto la dictadura franquista? Ese enrevesado debate académico que viene de largo —las principales posturas las resumió con maestría Enrique Moradiellos en Franco. Anatomía de un dictador (Turner, 2018)— se ha convertido en una pregunta generacional de un brillante grupo de historiadores españoles especializados en el siglo XX y nacidos ya en democracia. En Generalísimo (Galaxia Gutenberg), publicado a finales de 2022, la tesis defendida por Javier Rodrigo, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, era que las cuatro décadas de régimen tuvieron mucho que ver con un caudillaje providencialista, con la idea que Franco tenía de su propia persona como elegido por Dios.
Su compañero de licenciatura, Nicolás Sesma (Vitoria, 1977), profesor titular de Historia de España en la Universidad Grenoble Alpes, ofrece ahora en Ni una, ni grande, ni libre (Crítica) una respuesta diferente: el régimen franquista no fue la dictadura de una sola persona, sino que su longevidad se explica más bien por un universo de colaboradores e instrumentos políticos capaces de actuar más allá de lo que el caudillo ordenara.
"Llevamos discutiendo esto desde que tenemos 18 años. No nos pusimos de acuerdo en la carrera y no lo vamos a hacer ahora. Pero creo que nuestras visiones son muy complementarias y compatibles: él habla más de la construcción del personaje y yo del sistema que lo rodea", confiesa Sesma a este periódico mientras se le escapa una sonrisa. La suya es una historia visual de la dictadura, con personajes "que se pueden tocar" y muchas referencias culturales, enfocada especialmente a las nuevas generaciones. "El conocimiento de la historia es un proceso de acumulación; este libro es la continuación natural de lo que hicieron mis maestros incorporando nuevas preguntas", resume el investigador.
Los tres aspectos más novedosos son la visión comparada del régimen con el contexto europeo e internacional, el interés por el nivel local y provincial, alejándose de los epicentros de poder de Madrid y Barcelona, y, sobre todo, la ruptura con la imagen de una dictadura personalista.
"Franco creía que le iba a pasar como a Primo de Rivera y que en un determinado momento, cuando hubiese cumplido su propósito, le iban a dejar tirado. Pero la diferencia entre uno y otro es la guerra, que generó una comunidad de intereses y de recuerdos, o incluso de venganza y de haber participado en la represión, que hizo que Franco se pudiese sentir más seguro. Una de las claves de la longevidad de la dictadura es el momento en el que Franco aprende a confiar en toda la gente que le rodea", analiza Sesma.
En la obra concede gran espacio no solo a los tres "validos" del dictador —el "leal pero limitado" Nicolás Franco, el "demasiado ambicioso" Serrano Suñer y el "incondicional" Carrero Blanco—, sino a una larga lista de personajes intermedios sin los que no se podría explicar la extensa salud del régimen. La lista es larga:
Antonio Garrigues, "un pequeño McNamara", embajador en Estados Unidos, un hombre de negocios salido de la sociedad civil que introdujo a Juan Carlos de Borbón y a Sofía a los americanos; Carlos de Miranda, subsecretario del Ministerio de Exteriores en la inmediata posguerra mundial que dio asilo a parte de las familias reales de las monarquías que cayeron tras la contienda; Camilo Alonso Vega, una figura muy interesante para entender la lógica del orden público; Adolfo Rincón de Arellano, alcalde de Valencia y falangista que buscó combinar el proyecto de una "Gran Valencia" con la articulación de una "izquierda nacional" capaz de reflejar la pluralidad dentro del Movimiento; procuradores del Tercio Familiar, como el industrial barcelonés Eduardo Tarragona, que organizaron unas "Cortes trashumantes" para coordinarse sobre temas espinosos como el uso de las lenguas vernáculas...
Sesma califica a todo este dramatis personae de "selectores franquistas". "El tema de las familias franquistas me parecía una traducción demasiado directa del francés (famille politique) y creo que no se adapta bien al funcionamiento de la dictadura", explica. "Prefiero hablar de selectorados, que es un término de dos politólogos americanos, Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, como una cantera de reclutamiento a la que el dictador le tiene que ofrecer suficiente parte del pastel que hay para repartir y al mismo tiempo no tiene que hacerse suficientemente fuerte como para acabar representando una alternativa al dictador. Explican muy bien hasta qué punto la función del dictador es gestionar a todos esos grupos, que además no son compartimentos estancos, sino que entre ellos hay también muchas transfusiones".
Los mitos del régimen
El historiador Robert O. Paxton acuñó hace dos décadas, basándose en la experiencia de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini, la teoría de las cinco etapas del fascismo: la creación del movimiento, el momento del arraigo en el sistema político, la toma del poder, el ejercicio del mismo y la radicalización, que condujo a la II Guerra Mundial. "Yo he aplicado ese esquema al caso español y lo que aparece es que la radicalización se produce antes, que es la Guerra Civil, una guerra total que hace que un movimiento fascista hasta entonces pequeño pase por las fases de conquista y ejercicio del poder. De alguna manera, hay como una asimetría en el modelo", detalla Sesma, que define a la dictadura franquista como "fascismo asimétrico".
Historiadores como Ángel Viñas o Paul Preston también han puesto el foco en los últimos años en otra característica del régimen franquista: la corrupción. "Está presente desde el principio. No es algo que Franco considere una debilidad del sistema, forma parte de su manera de controlar a la clase política", añade Nicolás Sesma, que analiza en su ensayo los tres grandes casos: el de la Barcelona Traction Light & Power, la compañía que proveía de electricidad a toda el área metropolitana —el banquero Juan March, figura fundamental en la preparación del golpe de Estado, se convirtió en el tenedor de deuda mayoritario de la empresa, desencadenando un sonado escándalo financiero y problemas con Bélgica—, el pufo inmobiliario de Sofico durante el desarrollismo y el más conocido de Matesa.
La confianza de Franco en su personal político, defiende el investigador, es una de las claves para comprender el origen de algunas medidas trascendentales, como el abandono de la autarquía o la aceptación incruenta de la independencia de Marruecos, lo que evitó embarcarse en una guerra de resultados impredecibles. No obstante, tomando como vara de medir las promesas franquistas de grandeza nacional y de expandir el imperio colonial, la dictadura no hizo grande a España otra vez.
"La política exterior del régimen fue de doble vía: era muy buena para mantenerse en el poder, pero muy mala para el prestigio nacional de España. Y a veces los dos discursos chocaban", analiza Sesma. En este sentido, recoge un episodio paradigmático ocurrido en Madrid en enero de 1954. El anuncio de la visita de la recién coronada Isabel II a Gibraltar provocó una manifestación de los cachorros falangistas del Sindicato Español Universitario que, alentada por el ministro de Exteriores, acabó frente a la Embajada británica. En cambio, el ministro de Gobernación, tras tranquilizar al embajador por teléfono, ordenó a la policía cargar contra los participantes en la protesta. "Recuerdo hablar con algunos veteranos de la manifestación que dijeron que la dictadura perdió ese día para ellos toda la credibilidad porque además lo que se contaba en el periódico no tenía nada que ver con lo que habían vivido", narra el historiador.
"La enajenación de la soberanía nacional con el acuerdo de bases con Estados Unidos, con el acuerdo con el Vaticano o incluso con las negociaciones con el régimen de Perón en el que se ofreció declarar puerto franco el puerto de Cádiz para las exportaciones argentinas a Europa me parece de lo peor desde el punto de vista de un español", añade Sesma, señalando que esa idea de la defensa del prestigio nacional es uno de los principales mitos de la dictadura. "Otro es que se trata de una edad de oro para el Ejército: en los años finales está en una situación catastrófica, con material obsoleto y unos salarios muy bajos. La democracia lo ha tratado mucho mejor, por ejemplo en la dotación de la Armada".
También considera injusta la idea de que Franco murió en la cama porque apenas hubo oposición: "Hay una oposición tan fuerte al fascismo en España que es una guerra de tres años, y la siguió habiendo clandestina, con mucha importancia de las mujeres. Pero es que luego, en los años 50 y 60, el número de condenas a muerte de la dictadura franquista fue mucho más elevado que la primera década de la dictadura de Mussolini. El Proceso 1001, el que le hacen a Marcelino Camacho y los integrantes de la Junta de Comisiones Obreras, en número de años de cárcel es el mayor que ha habido nunca en ningún proceso por libertad de asociación en ninguna otra dictadura. Fue muy dura y muy represiva".