"Hoy nos han quemado Yecla: 7 iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de derecha, y el Registro de la Propiedad. A media tarde, incendios en Albacete, en Almansa. Ayer, motín y asesinatos en Jumilla. El sábado, Logroño, el viernes Madrid: tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas... Han apaleado, en la calle Caballero de Gracia, a un comandante, vestido de uniforme, que no hacía nada. En Ferrol, a dos oficiales de artillería; en Logroño, acorralaron y encerraron a un general y cuatro oficiales... Lo más oportuno. Creo que van más de doscientos muertos y heridos desde que se formó el Gobierno, y he perdido la cuenta de las poblaciones en que han quemado iglesias y conventos: ¡hasta en Alcalá!".
Ese era el breve resumen sobre la alarmante situación de orden público que Manuel Azaña, entonces presidente del Consejo de Ministros, hizo en una carta redactada el 17 de marzo de 1936 en la que constataba su "negra desesperación". "No sé, en esta fecha, cómo vamos a dominar esto", reconocía a su cuñado, Cipriano Rivas Cherif.
La misiva es extraordinaria porque el futuro presidente de la República estaba confesando abiertamente lo que no habría de admitir en sede parlamentaria: que la violencia no era puntual, sino que el desorden era "persistente" en "algunas provincias"; que no se trataba de provocaciones derechistas, sino de "brutalidades de unos y otros"; que la coyuntura no se explicaba sin tener en cuenta la "incapacidad de las autoridades" y que el Gobierno tenía un problema muy serio con los "disparates" de los representantes locales del Frente Popular. Un preciso diagnóstico que nunca vería la luz.
"Azaña es un líder magnificado. Su talla intelectual es indiscutible, pero su talla como líder político deja mucho que desear. En público nunca admitió que había pactado y llegado al Gobierno con un Partido Socialista que se estaba radicalizando a marchas forzadas, y que para contener eso tenía que buscar acuerdos por otros sitios, pero nunca quiso dar ese paso", dice Manuel Álvarez Tardío. "El problema es que tampoco había alternativas a Azaña o a los radicales capaz de asumir un liderazgo potente", matiza Fernando del Rey. La vertiginosa coyuntura de la larga primavera de 1936.
En su nuevo libro conjunto, Fuego cruzado (Galaxia Gutenberg), los catedráticos de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos firman una vastísima y exhaustiva radiografía, sustentada en un copioso volumen de fuentes primarias, de los cinco meses de la vida política española que van del 17 de febrero, el día después de las elecciones que brindaron el poder al Frente Popular, al 17 de julio, jornada en la que se registraron los primeros compases del golpe de Estado militar. Se trata, en palabras de los historiadores, del periodo más complejo y decisivo de la historia de la Segunda República, y a la vez el peor estudiado.
[Lea aquí un capítulo del libro: Un ministro superado]
El resultado es la exposición más completa sobre el "goteo constante" de violencia política desatada en esos 150 días: los historiadores ponen nombre e ideología a víctimas y victimarios, indagan en los antecedentes de los enfrentamientos y auscultan de manera escrupulosa la gestión del orden público encabezada por el Gobierno republicano y su "errático" comportamiento. Otra novedad reside en analizar los hechos de la primavera en su cruda esencia, como si no hubiese existido la posterior Guerra Civil. "Todos los datos que ofrecemos de quién participa, quién inicia la acción, qué papel tiene la policía, etc. tienen mucha más fuerza que todo lo que se había hecho hasta ahora porque nadie había trabajado con este volumen de episodios", resume Álvarez Tardío.
Las cifras hablan por sí solas: en esos cinco meses han identificado 977 episodios de violencia con 2.143 víctimas entre muertos (484) y heridos graves (1.659). Un promedio de tres víctimas al día, el triple que en el resto del periodo republicano, con las provincias de Madrid, Oviedo, Santander, Toledo y Sevilla a la cabeza de la conflictividad, pero donde también sobresalen Málaga —"se parecía a Chicago, igual que una película de gánsteres", revela Del Rey— o Albacete.
Aquí, en el municipio de Yeste, los sucesos del 29 de mayo se saldaron con 18 muertos (un guardia y 17 paisanos) y decenas de heridos por ambas partes: "Lo curioso de este caso es que se entierra el conflicto. En este momento la coalición del Frente Popular sí funciona parlamentariamente e impide que se convierta en un 'Casas Viejas nuevo'. Es posiblemente el hecho violento más grave de la primavera, más allá de la trascendencia política del asesinato de Calvo Sotelo", destaca Del Rey, Premio Nacional de Historia por Retaguardia roja. También hubo varios torturados por la Guardia Civil en un evento extraordinario. "En el libro demostramos, frente a lo que se ha dicho y las imágenes posteriores, que la Policía y la Guardia Civil fueron cuerpos muy leales al Gobierno", subraya Álvarez Tardío.
Unos números absolutos tremendos que además contribuyen a derribar un gran mito: la violencia no fue exclusiva del pistolerismo de falangistas y extremistas de izquierda. "El grueso de la violencia tuvo que ver con la hiperpolitización de la sociedad y el hecho de que esas tensiones, esos conflictos, implicaron a ciudadanos que en principio no estaban en la lucha política de vanguardia, sino que fue la quiebra de la sociedad lo que llevó a esos enfrentamientos cotidianos. La mayor parte de las víctimas respondió a ese panorama atomizado de enfrentamientos entre vecinos", analizan los también coordinadores de Vidas truncadas, un escalofriante puzle de microhistorias que desvela por qué el estallido de la Guerra Civil fue tan brutal.
La presión socialista
Más allá del reguero de muerte que inunda las casi 700 páginas del ensayo, resulta muy revelador el seguimiento de la política gubernamental para abordar esa situación que, para sus adentros, tanto preocupaba a Azaña. Era una gran paradoja porque a la gente, cegada con la censura y el estado de alarma, se le decía que todo estaba tranquilo. Manuel Álvarez Tardío arranca con la evaluación: "No hay prácticamente ningún momento de la primavera en el que las políticas no estén de alguna forma condicionadas por lo que podríamos llamar el desbarajuste en la calle. El Gobierno no gozó de tranquilidad para hacer política pública. Y esto es un síntoma del debilitamiento de las instituciones y el fortalecimiento de los extremos. ¿Por qué Falange, que era un grupo irrelevante, de repente tiene esa explosión? Es que si no se ve el contexto, no se entiende".
Otra pregunta obvia es por qué el Gobierno no adoptó medidas más drásticas para frenar a los más exaltados de sus propios socios. "Tiene que ver con las servidumbres del momento. Desde el primer momento está amarrado literalmente por su alianza con la izquierda obrera, que era consciente de que sin sus votos el Gobierno republicano no sería nada", aclara Fernando del Rey. "La clave es la tenaza de la izquierda socialista", añade su compañero. "Toda la UGT, el gran sindicato campesino de los socialistas y los jóvenes tenían atenazado y controlado al PSOE. Para hacer otra política de orden público tendrían que haber roto con los socialistas, el Frente Popular".
En unas pocas semanas, a una velocidad sorprendente para este tipo de cambios estructurales, resultado de la presión desde abajo, desde la calle, se aprobó la amnistía de los presos relacionados con la revolución de ocubre, se registró un asalto al poder local y se repusieron en sus cargos municipales a los destituidos en 1934, se aprobó un decreto de readmisión de los obreros y otro para la "republicanización" de las fuerzas del orden, se suspendió toda actividad de Falange... Pero por encima de todas estas actuaciones políticas, el "gravísimo" error de la República fue culpabilizar exclusivamente a los "fascistas" y a las derechas de los episodios de violencia.
"En el libro demostramos toda la cronología de ese error, cómo se empeñan en lo mismo hasta bien avanzado junio", reconoce Álvarez Tardío. "Incluso en julio lo vuelven a reproducir: tras la muerte de Calvo Sotelo solo detienen a derechistas", agrega Del Rey. "Y así se entiende cómo van perdiendo progresivamente el apoyo de la clase media liberal, que no era antirrepublicana", retoma el coautor de 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. "Se dice que el problema de la primavera es la radicalización del PSOE, pero el problema es que quien estaba en el Gobierno en solitario era la izquierda republicana, y tenía la mano tendida de una parte de la derecha católica y del centro derecha". Los dos historiadores subrayan que en mayo hubo conversaciones para una alternativa de "convergencia de centros" que fue enterrada por Azaña y Casares Quiroga, el nuevo presidente del Consejo.
Los cinco meses que se reconstruyen en Fuego cruzado esconden paralelismos con el presente que cualquier lector mínimamente perspicaz puede identificar. Pero los autores advierten del peligro de hacer comparaciones: "Afortunadamente, la España actual, con todos sus problemas, con todas las tensiones que estamos viviendo, con toda la desazón que nos causan nuestros políticos, está a años luz de aquel país. El libro refleja que la politización, las quiebras que se produjeron por arribar, llegaron a la sociedad en una época donde todo el mundo iba armado al menos con una escopeta de caza o una faca".
"La historia nunca se repite, pero sí se puede aprender de la historia si se utiliza como aleccionador, no para fortalecer los muros", añade Álvarez Tardío, identificando como la principal parábola de este periodo "la fragilidad de la democracia": "La democracia no es un lugar al que llegas y se mantiene solo, sino que la tienes que mimar, cuidar, cultivar... La sensación que tenemos con la primavera de 1936, aunque intentemos olvidarnos que hay una guerra después, es que cuando las personas moderadas y civilizadas que confían en la policía y en las instituciones se van viendo desamparadas, al final los radicales van comiendo el terreno. Para mí lo más importante de este trabajo es que aporta mucha información para entender cómo se llegó a esa situación".
Las excepciones
A pesar de la "agitación multiforme" registrada entre febrero y julio de 1936, los catedráticos también recogen algún caso excepcional en el que las autoridades republicanas gestionaron con mano firme los episodios de violencia provocados por los extremistas de izquierda. Uno de ellos se registró en Córdoba, una provincia muy conflictiva en las décadas anteriores. La clave de la relativa tranquilidad se encuentra en la figura del gobernador Antonio Rodríguez de León, de Unión Republicana. "Tenía muy claro lo que era la aplicación imparcial de la ley; no fue inmaculado, pero lo hizo racionalmente bien y de pronto los conflictos cayeron en picado y los pactos laborales se imponen", cuenta Fernando del Rey, a lo que apuntilla Álvarez Tardío: "Pero las provincias en las que los gobernadores se mantienen fuertes y en el Estado de derecho son minoritarias, si no estaríamos hablando de otra historia".