Ángel Viñas (Madrid, 1941) abre la puerta acristalada de la sala Azaña, en el Ateneo de Madrid, y se encuentra una grata sorpresa. "¡Carmen, qué guapa estás!", exclama. Se refiere a Carmen Negrín, la nieta del que fuera presidente del Gobierno de la República y fuente primaria para el historiador gracias a los papeles de su abuelo, que se cuela entre los periodistas que se turnan para entrevistar a su amigo buscando un rápido saludo. Aunque de forma delicada, y mientras le confiesa que todavía no ha podido terminar de leer su nuevo libro —su nombre aparece en la dedicatoria—, pregunta: "¿Me puedo quedar a escuchar?".
En ese republicano ambiente —sala Azaña y ante la descendencia de Negrín—, Viñas, uno de los investigadores más prolíficos sobre el tema de la Guerra Civil, empieza a desgranar su nueva obra, Oro, guerra y diplomacia (Crítica), seis capítulos que indagan en aspecto sensibles —y deformados— sobre las relaciones bilaterales entre España y la Unión Soviética antes, durante la contienda y en los años 50. ¿Su principal conclusión? "El mito de que la victoria franquista en la guerra evitó que en España se estableciera una república a la manera moscovita se deshace como un azucarillo", escribe.
Pregunta. En sus dos últimos libros en solitario ha desvelado las maquinaciones de los golpistas y el apoyo que tuvieron de la Italia fascista de Mussolini y la inacción "incomprensible" de ciertas autoridades republicanas para detener la sublevación. ¿Qué lugar ocupan en este relato las relaciones con la URSS de Stalin?
Respuesta. En el primer capítulo lo que hago es analizar el larguísimo proceso de establecimiento de relaciones diplomáticas y de reconocimiento mutuo y de establecimiento de embajadas que tuvo lugar en la época de paz de la República y que es una pieza completamente desconocida. También hago una referencia sucinta al comercio hispano-soviético en este periodo, otro totalmente desconocido. Eso me sirve para ver en el último capítulo las continuidades y las diferencias de este comercio antes de la guerra y en la guerra, que ya sé que eso a mucha gente le parecerá aburrido, pero es que es muy importante.
»Si en los dos libros que menciona negué que hubiera una amenaza de revolución prosoviética en España, que fue un invento de los conspiradores, aquí lo que demuestro es que Stalin tampoco estuvo muy interesado en hacer de España una república popular, ni se le pasó por la mente.
P. Una de las principales tesis del libro es que no se puede asegurar que la URSS quisiese someter a la República bajo su control político o sovietizarla. ¿Qué nuevas "evidencias primarias relevantes de época", como usted las llama, presenta en este sentido?
R. Ahí está la orientación de la política soviética hacia la España republicana y, sobre todo, el hecho de que a entre noviembre de 1937 y noviembre de 1938 España deja de ser importante para Stalin. La Unión Soviética no envió prácticamente nada en este periodo. Las armas ilustran la política. ¿Y por qué no las envía? Porque tenía dos problemas de seguridad mucho más importantes que España, que eran parar los pies a Japón en tierras de China y la necesidad de mantener un nivel adecuado de disuasión frente al Tercer Reich. Esas dos necesidades vitales para la URSS le dejaban poco margen a Stalin y durante un año prácticamente tuvo a la República a palo seco. Eso se sabía en el momento, pero luego ha desaparecido del mapa de lo que se escribe sobre la Guerra Civil.
P. ¿Las purgas tuvieron algo que ver en esta actitud?
R. Cuando yo estuve en Moscú hablé con Oleg Khlevniuk. Es el único historiador que ha dicho con toda claridad que las purgas tuvieron lugar por motivos internos, por supuesto, pero que la experiencia de la República española las exacerbó. Stalin seguía la guerra: la sublevación de una parte del ejército, la sublevación de las fuerzas de seguridad, la sublevación de la policía... "Esto a mí no me va a pasar". Entonces aplica una lógica demencial, que es que se te juzga y se te purga, no por lo que has hecho, sino por lo que podrías hacer. Quien pagó el pato no solo fue la República española, sino también los rusos.
"A los soviéticos les pilló por sorpresa el envío del oro del Banco de España"
P. Dice que ha redondeado la historia del oro de Moscú. ¿Qué nuevos datos muestra?
R. Demuestro que a los soviéticos les pilló por sorpresa, que no fue una coña de Stalin lo de pedir el oro, sino una idea de Negrín por las razones perfectamente lógicas y explicables que vuelvo a reiterar. Con documentos soviéticos desmiento las mentiras de Orlov [el agente de la NKVD destinado en Madrid que en sus memorias dijo que Stalin le ordenó, mediante un telegrama supersecreto que recibió el 12 de octubre de 1936, que se negara a firmar cualquier documento si los españoles pedían un recibo].
»Y luego doy a conocer la recepción en Moscú que tuvo la entrega de la documentación de Negrín al Gobierno español en 1956, con el pollo que aquí se montó de propaganda, la reacción que hubo en la URSS gracias a que se han publicado unos documentos que no ha manejado nadie, que yo sepa, y a los que les he dedicado un capítulo. Es decir, que hay cosas nuevas, aunque no todo, porque escribir algo nuevo sobre la Guerra Civil es prácticamente imposible. Lo que puedes hacer es desmontar mitos y sustituirlos por el dato. Lo nuevo en este libro son los capítulos primero y último: el comercio soviético y las relaciones entre la URSS y la República desde 1931 hasta 1936.
P. ¿Qué fue lo que caracterizó a estas relaciones?
R. Fue una relación, en contra de lo que se ha dicho, ininterrumpida. La República tenía relaciones —y la monarquía alfonsina también— con la Unión Soviética para suministrar petróleo a Campsa. Luego las relaciones fueron intensificándose, se trató de ver cómo se podía compensar esas importaciones que había que pagar en divisas o por acuerdos de trueque. Y así, poco a poco, se fue llegando al reconocimiento mutuo en 1933. Lo que no se sabía era lo que pensaba el Gobierno republicano, porque eso no salía en la prensa.
»El largo proceso entre julio de 1933 y enero de 1936, en el que no hubo un establecimiento de embajadas, sí hubo negociaciones para definir el estatus de las mismas, de los consulados y de los funcionarios que iban a ir a uno o a otro país. Todo eso quedó en agua de borrajas. La razón probablemente tiene que ver con la entrada de la CEDA en el Gobierno. Pero aún así, en el año 35 siguió habiendo contactos y en el 36 ya se cerraron las conversaciones.
P. ¿Y cuando estalla la guerra?
R. Franceses, ingleses, alemanes e italianos tienen una red diplomática y consular en España y los rusos no tienen nada. Por eso Stalin, a principios de agosto, decide que se mande un tío a Madrid para saber qué pasa. ¿Quién informaba a Moscú? El PCE. Eso, en una situación de guerra, ya no funciona. Hay que mandar agregados militares, comerciales, agentes de seguridad... una embajada. Y los españoles republicanos responden en septiembre, enviando a Marcelino Pascual. Como digo, no es el producto de una conspiración.
P. Escribe que se pasó de una lógica estándar como la que tenían otros países occidentales a una cooperación activa no prevista. La República necesitaba armas y suministros, ¿pero qué buscaba Stalin?
R. El objetivo de la URSS hay que enmarcarlo dentro de la política de la Komintern que se establece en el verano de 1935. La idea que impone Stalin fue que ante la amenaza fascista la Unión Soviética tenía que buscar la alianza con las democracias occidentales. En ese momento surge la Guerra Civil y Stalin quiso hacer ver a Francia y sobre todo a Inglaterra que la URSS defiende la democracia. No tuvo otra alternativa porque no se pudo inhibir de entrar en la Guerra Civil: hay un partido comunista que empieza rápidamente a evolucionar, los nazis y los fascistas han atacado a un régimen democrático... No puede estar al margen. Es verdad que firma el acuerdo de no intervención, pero no tiene la menor intención de respetarlo. Y las primeras armas soviéticas llegan a principios de octubre de 1936.
"Escribir algo nuevo sobre la Guerra Civil es prácticamente imposible"
P. Ahora que está tan presente el envío de armas con la guerra de Rusia, ¿la no intervención fue la condena de la República?
R. Sí. La no intervención evitó de entrada que la República tuviese acceso a la compra de material de guerra en los arsenales estatales de las potencias occidentales. Pero lo que no se dice es que también se le prohibió la compra en las grandes compañías de traficantes de armas. Todo se tuvo que hacer de una manera más o menos tolerada en Francia y otros países, pero no así en Inglaterra. Cito el caso de la Soley Arms Company, una gran empresa de venta de armas que tenía unos arsenales inmensos con 600.000 rifles o fusiles, pero era inglesa. Y claro, no aceptaron que la República pudiese abastecerse con las divisas que tenía tras la venta del oro. Si a la República la dejan comprar estas armas y municiones tiene para armar al Ejército Popular dos veces. Pues no, tuvo que ir al contrabando.
P. Miguel Campos, en Armas para la República, destaca que la conducta de las bancas inglesa, francesa y estadounidense dificultó también las transferencias de fondos para adquirir divisas. En este sentido, Negrín envió el oro del Banco de España a Moscú para obtener divisas.
R. Exacto, esa fue una de las causas fundamentales. El oro era la pieza fundamental en la defensa republicana. Sin él no había nada que comprar, ni armas, ni alimentos, ni petróleo. En el capítulo sexto cito un informe que se eleva al Gobierno sobre las consecuencias que produce la pérdida del carbón asturiano, y diciendo a los ministros que hay que comprar carbón de la URSS. Hubo que montar una economía de guerra. Los sublevados no tenían ese problema: no tenían divisas, pero tenían alimento. Nunca hubo hambre en la zona sublevada.
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P. Siendo la URSS el único suministrador de la República, ¿llegó a abusar de esta posición ventajosa?
R. En primer lugar, para el suministro de armas, sobre todo de armas modernas, es decir, piezas de artillería o aviones, la Unión Soviética era monopolista de oferta. No había nadie que pudiera suministrar ese tipo de armamento a la República. Luego he llegado a la conclusión de que aun cuando los rusos probablemente eran duros negociadores comerciales con todos los países, también con los capitalistas, en algunos casos evidentemente subieron precios y vendieron a precios superiores a los del mercado internacional.
»Respecto a las armas se aplicó un sistema diferente de precios, de tipos de cambio múltiples. ¿Por qué se hizo? Ni idea. Solamente los rusos lo pueden decir. Estos tipos se elevaban a la aprobación del Politburó. ¿Pero cómo se hacían? Ni idea. A veces eran altos, a veces eran bajos, a veces coincidían con los del mercado normal. La única posibilidad es ver qué hicieron los soviéticos con China, a quienes vendieron muchas armas. Esa es una cosa que yo no puedo resolver. Como principio general de que la República fue estafada en el comercio normal por los rusos, yo no he encontrado una evidencia taxativa. He encontrado casos en que sí y casos en que no.