Diez minutos después de despegar del aeródromo de Barajas, un avión de la embajada francesa con matrícula civil fue ametrallado por dos cazas soviéticos Polikarpov de la aviación republicana. Para esquivar el ataque, el piloto dejó caer el aparato hacia tierra simulando que había perdido el control. En su interior viajaban el corresponsal de la agencia Havas y otro reportero del diario Paris-Soir, Louis Delaprée, que moriría tres días después a causa de las heridas, y el doctor Georges Henny, delegado en Madrid del Comité Internacional de Cruz Roja (CICR), que llevaba a Bruselas a dos niñas españolas para reunirlas con su madre.
El suceso, que ocurrió el 8 de diciembre de 1936, es uno de esos episodios oscuros de la Guerra Civil rodeado de multitud de enigmas. El propio Henny dejó entrever en un informe confidencial a sus superiores en Ginebra que el objetivo era él, pero las causas no están claras. Hay multitud de teorías al respecto: un error, una venganza por haber denunciado el terror rojo, un ataque preventivo por si llevaba consigo más pruebas perjudiciales para el Gobierno republicano o incluso por si transportaba información sobre las defensas de la capital para el asedio del bando sublevado.
Lo cierto es que este pediatra suizo de 29 años que empezaba su carrera médica y que no dudó en atender la solicitud del CICR para sumarse a su misión humanitaria en España, estaba para entonces, tres meses después de su llegada a Madrid, horrorizado por los efectos de la lucha fratricida. "Cada vez estoy más hastiado, y si no tuviera la impresión de ser un poco útil aquí (mucho menos de lo que yo quisiera) ya les habría anunciado a ustedes mi regreso a Ginebra, que espero que no se demore apenas", escribió unos días antes de subirse al avión. El 17 de diciembre abandonaría definitivamente el país.
La odisea de Georges Henny en España es mucho menos conocida que su dramático desenlace, pero su biografía y su estancia en el Madrid en guerra conectan una serie de microhistorias humanas que descubren la brutal complejidad de la Guerra Civil. Y esa es la gran obsesión del periodista y escritor Pedro Corral en todas sus investigaciones sobre la contienda. En su nueva obra, ¡Detengan Paracuellos! (La Esfera de los Libros), indaga en la experiencia del doctor suizo, conservada en los fondos del archivo del CICR, para ofrecer otra mirada sobre las matanzas de los presos de las cárceles madrileñas a manos de las fuerzas leales al Gobierno republicano en los primeros meses de guerra.
"Es verdad que es una documentación conocida por los historiadores, pero yo he querido ponerla a disposición del gran público porque aporta una información muy importante y que le da un contexto absolutamente sorprendente a Paracuellos", explica el autor a este periódico. El día 30 de octubre Henny se puso al frente de una comisión del Cuerpo Diplomático para velar por la seguridad y la vida de los encarcelados derechistas. Escribió una carta a Largo Caballero el 2 de noviembre en la que reclamaba que los reclusos debían ser tratados humanitariamente como prisioneros de guerra, según los convenios internacionales firmados por España.
Dos días después, el presidente del Gobierno contestó al delegado del CICR dando largas a esa argumentación y diciéndole que si quería visitar las cárceles se pusiese en contacto con el ministro de Justicia. "Para mí esto es clave porque otorgarles a los presos la condición de prisioneros de guerra es lo que va a argumentar Melchor Rodríguez [el Ángel Rojo] para parar las sacas el 9 de noviembre, cuando le nombran por primera vez delegado especial de prisiones, y después del 5 de diciembre, cuando retoma su puesto", resume Corral, autor de otras obras brillantes sobre la contienda como Desertores.
La propuesta liderada por Henny recogía el testigo de una iniciativa planteada por el embajador británico a ambos bandos para un canje de todos los prisioneros no combatientes, calificados de "rehenes". Gubernamentales y sublevados brindaron la misma repuesta: achacaron sus desmanes al adversario y ocultaron los propios. "Es difícil admitir aquí que uno puede estar interesado en los presos sin ser un fascista o un espía", escribió en una ocasión el delegado humanitario.
"Lo que hace Henny cuando escribe a Largo Caballero es mantener viva esa propuesta de intercambio; se convierte en la persona que está encabezando toda la acción a favor de los presos", subraya el investigador, que lamenta: "Se está pidiendo la liberación unos días antes de que comiencen las matanzas de Paracuellos de los presos que tienen los republicanos, pero a condición de que los franquistas liberen a los suyos. Y ninguno de los dos bandos hace caso".
Un telegrama conservado en los archivos de la Cruz Roja Internacional confirma que el 10 de noviembre los representantes extranjeros conocían que en torno a un millar de presos habían sido ejecutados a 24 kilómetros de Madrid. Tres días más tarde, Henny se quedó mudo por el hedor y la estampa de contemplar cuatrocientos cuerpos mal enterrados en una acequia entre el castillo de Aldovea y el río Henares. Sobre la responsabilidad última de las sacas, Corral señala a Largo Caballero: "Que Cruz Roja le pida a un presidente del Gobierno que haga algo por los presos y este conteste con evasivas tres días antes de que empiecen las matanzas, pues es muy llamativo...".
Microhistorias humanas
Si bien el eje vertebrador de la historia es la peripecia de Henny, Corral hace una encomiable labor de investigación disfrazándose de periodista sobre el terreno, narrando todo lo que ocurre en Madrid hasta diciembre de 1936: la vida de la ciudad, la represión, las peticiones de asilo a las embajadas, las inquietudes de los representantes diplomáticos, la tensión en los ministerios, los efectos de los bombardeos franquistas, la anarquía que reinaba en las cárceles... Y en el dramatis personae aparecen figuras fascinantes como la de Luis Zubillaga, secretario del Colegio de Abogados de Madrid.
Amigo y camarada de Melchor Rodríguez, tuvo un papel clave en el nombramiento de este como delegado de prisiones y fue el primer abogado de oficio de los militares juzgados en el tribunal popular de la Modelo. "En su consejo de guerra en ningún momento saca pecho de haber tenido una intervención decisiva en parar las sacas de Paracuellos", resalta el autor. "La primera condena fue de 30 años, pero el auditor de guerra dijo que había que fusilarlo por haber firmado un folleto insultando a Franco, y ni ahí habla de su actuación. Es un personaje que me parece absolutamente admirable". El abogado formaría parte del PSOE clandestino durante la posguerra y defendió a socialistas perseguidos por el régimen.
En el excelente y profundo ensayo, apoyado en numerosa documentación, se cuentan en detalle algunos episodios bastante desconocidos impulsados por el CICR, como un fallido intento de evacuación de los civiles del Alcázar de Toledo o las negociaciones para que los cerca de dos mil niños de las colonias de verano que quedaron en un limbo por el golpe militar pudiesen regresar con sus familias —algunos no lo harían hasta el desenlace de la guerra—.
"Es un libro que he escrito con gran responsabilidad", dice Pedro Corral antes de que se le pueda preguntar por nada. El también diputado del PP por la Asamblea de Madrid es un apasionado investigador de la Guerra Civil cuya obsesión radica en recoger con ecuanimidad la dimensión humana de la Guerra Civil, las microhistorias que entierran los estereotipos y levantan armazones de complejidad sobre el horror vivido en 1936-1939.
En ¡Detengan Paracuellos! recopila relatos estremecedores, como la de la jefa de milicias de la cárcel de Conde de Toreno, la única mujer fusilada en Salamanca durante la contienda —fue capturada en la batalla del cabo Machichaco cuando buscaba a los hijos y a un sobrino de una expresa como favor— o el cuerpo de camilleros de la Modelo que Papá Pistolas formó con prisioneros, a los que se le puso un brazalete de la Cruz Roja, para recoger a los heridos del frente de combate.
También reivindica el investigador a los funcionarios de prisiones. "Han quedado un poco al margen de la historia de las matanzas de Paracuellos cuando tienen un papel trágico a más no poder: son personas que se ven a cumplir órdenes reglamentarias", sentencia. Una de sus revelaciones más sorprendentes es el caso de Alfredo Estrella Coronado, administrador de la cárcel de Porlier en la época de las sacas. Al acabar la contienda, su expediente de prisión se sobreseyó y fue readmitido en el nuevo servicio del nuevo régimen. Un funcionario del terror rojo premiado por Franco. Las paradojas —la complejidad— de la Guerra Civil.