Un rosario de colonias y asentamientos comerciales de genoveses, pisanos, florentinos y venecianos plagaban las costas del mar Negro y las desembocaduras del río Don durante el siglo XIV. La Ruta de la Seda gozaba de la Pax Mongolica y las telas, joyas y lacas orientales llegaban puntuales de todos los rincones de Asia Central y China. Los comerciantes itálicos, asentados en tierras del kan de la Horda de Oro (cuyos dominios se extendían desde las llanuras de Ucrania hasta más allá del mar de Aral) chocaron con los funcionarios mongoles. En Tana, donde desemboca el Don, Andreolo Civran, un noble y comerciante veneciano, se sintió humillado por Hajji Umar, recaudador de impuestos.
La disputa desconocida, en septiembre de 1343, acabó con Civran y sus hombres asesinando a otro hombre en una emboscada donde también mataron a parte de su familia y sus seguidores. Aquella escabechina enfureció a Janibek, kan de la Horda, que ordenó expulsar a los mercaderes y perseguir a los culpables, refugiados en la fortaleza genovesa de Caffa (Feodosia, Crimea). Las negociaciones entre comerciantes, funcionarios y diplomáticos estuvieron repletas de combates, asedios y embargos comerciales. El asunto se eternizó y en las rugientes calles de Constantinopla era cada vez más difícil encontrar pan mientras la peste negra se extendía desde Asia Central hasta las puertas de Occidente.
"A principios de la primavera de 1347, los embargos habían terminado y las mercancías volvían a salir de Tana hacía Europa, aunque era muy probable que estuvieran contaminadas (...). Los almacenes estaban llenos de cosechas de temporadas anteriores, ya que los embargos habían impedido la circulación de cereal durante más de dos años, y los roedores habían proliferado", explica en La Horda (Ático de los Libros) Marie Favereau, profesora asociada de Historia en la Universidad de París Nanterre.
En su nueva obra la historiadora desgrana de forma minuciosa y original multitud de claves y datos históricos y antropológicos que explican cómo este desconocido imperio llegó a ser uno de los más extensos de la historia. Más allá de los relatos de violencia y crueldad asiática, los mongoles articularon su poder utilizando grandes dosis de seducción para asegurar la paz y la fluidez del comercio, elementos indispensables para su economía. Dejando a un lado la recaudación de impuestos, los mongoles consideraban que en las mercancías existía algo inmaterial y su intercambio era indispensable para el equilibrio y el orden mundial.
Después de los asedios de Caffa, Gabriele de Mussi, un notario italiano asentado en Piacenza, relató cómo la peste se cebó en las filas mongolas y estos, incapaces de rendir la plaza, arrojaron cadáveres infectados a la ciudad hasta que sus moradores la evacuaron portando con ellos "los dardos de la muerte". Aquella historia se consideró verídica a pesar de que el notario nunca estuvo en la ciudad y que los mongoles temían la enfermedad y profesaban un profundo respeto por sus muertos.
Los italianos quedaron seducidos por la Pax Mongolica, pero terminaron rebelándose contra Janibek aprovechando el crimen de Civran y, a cambio de expulsar a los culpables, buscaron mejorar sus condiciones fiscales a la vez que mantenían todo un pulso con los ejércitos mongoles. "El objetivo del kan nunca fue expulsar a venecianos y genoveses, sino demostrar que él mandaba", apunta la historiadora en su obra, estupendamente documentada.
El fin de la Horda
Durante todo el siglo XIII agilizaron la comunicación entre Occidente y Oriente. Crearon caminos, rutas y aseguraron la protección de mercancías y viajeros, lo que creó las condiciones perfectas para transmitir de forma veloz la peste negra. La temida enfermedad que acabó con un tercio de la población europea pudo tener su origen en una estación comercial a orillas del lago Issyk-Kul, Kirguistán. De estación en estación, la ruta de las pieles se convirtió en la ruta de la peste y los bubones y las fiebres terminaron alcanzando las ciudades rusas de Moscú y Nóvgorod, sometidas a la Horda, a la vez que remontaban los ríos Don y Volga hasta dar el salto al Mediterráneo.
En todos los rincones de la Horda de Oro las cosechas se pudrieron al morir los campesinos; los rebaños se abandonaban y las ciudades comerciales del Volga y los grandes ríos siberianos se convirtieron en gigantescas necrópolis. En Bolgar, en el bajo Volga, se han localizado trescientas tumbas de este periodo: más de la mitad esconden restos de bebés, niños muy pequeños y mujeres jóvenes.
En un imperio en crisis, el kan Janibek logró conquistar Tabriz, en Irán, entre 1357 y 1358 y después de llegar al Volga rumbo a Sarai, ciudad principal de su imperio, murió en extrañas circunstancias. "El choque económico de la pandemia golpeó con fuerza Europa, Oriente Próximo y Asia y sus efectos sacudieron a la Horda como un bumerán", explica la historiadora. En China, los Yuan, dinastía mongola aliada con la Horda de Oro, fueron expulsados. Una rebelión de los chinos Han cuyos líderes tomaron el título de Ming (Brillante) los desterraron a Mongolia. Los caminos se estropearon por falta de mantenimiento y en la Horda de Oro comenzó la anarquía.
En aquellas "tierras de las tinieblas", como las conocían los europeos, había nacido la peste. En aquel imperio multicultural, tantos cristianos ortodoxsos, nestorianos, musulmanes y paganos se sobrecogieron por igual ante la feroz lucha por el poder que duró décadas. La peste además creó nuevos rituales chamánicos de protección ante la enfermedad. Berdibek, gobernador de Tabriz, marchó a Sarai, se proclamó kan y ejecutó a sus doce hermanos y a su propio hijo. La purga causó repulsa en la aristocracia y se rumoreó que Janibek había sido estrangulado. Berdibek era el último miembro vivo de la dinastía jochida nacida de uno de los hijos de Gengis y por lo tanto única persona capaz de gobernar. Un año después fue asesinado.
En la lucha por el poder y el control político, su abuela Taidula jugó un importante papel intrigante en una corte que comenzó a apuñalarse entre sí sin descanso mientras los pueblos sedentarios de Irán y Rusia se sublevaban. Taidula desapareció de la historia en una oscura conjura y el imperio se resquebrajó bajo el poder de gobernadores que peleaban por los esqueletos de ciudades abandonadas, corroídas por la peste y la guerra reclamando el título de kan.
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El modelo mongol sobrevivió más allá de su imperio y en el siglo XV, el Gran Tamerlán recogería gran parte de su legado. A pesar del colapso, la obra de Gengis siguió viva. "Una ética y una cultura que estén basadas en el movimiento han de ser flexibles, pues tienen que adaptarse a las nuevas condiciones que ofrece la tierra. La migración trashumante implica un cambio perpetuo: cada pocos días, un nuevo escenario, un nuevo terreno. Otro río que cruzar. Otro encuentro con gente diferente (...). Los nómadas tienen conciencia de esto y sus imperios encarnaron esta sabiduría", concluye Favereau.