Cubierto con un manto púrpura, Justiniano, soberano del Imperio bizantino, dio inicio a las carreras de cuadrigas el 13 de enero del año 532 d.C. El clamor de los espectadores hizo vibrar las gradas y comenzó a subir en intensidad. El pueblo bramaba al unísono: ¡Niká! ¡Niká! ("¡Vence! ¡vence!"). El ambiente era mucho más tenso y asfixiante que en otras ocasiones.
Al poco de empezar nadie prestaba atención a los aurigas que se jugaban la vida en la arena. Los Verdes y los Azules, los dos equipos que competían en las carreras de todo el Imperio, movilizaron a la afición, cada vez más encolerizada. Las autoridades decidieron cancelar el espectáculo y la ira desbordó Constantinopla. "Las diferencias entre facciones se habían olvidado. La multitud hablaba con una sola voz y no era agradable de oír", explica en Bizancio: los primeros siglos (Ático de los Libros) John Julius Norwich, diplomático británico educado en el New College de Oxford y comendador de la Real Orden de la Reina Victoria.
La muchedumbre saltó a las calles dispuesta a incendiarlas. Las iglesias de Santa Sofía y Santa Irene ardieron junto con el Senado y otros edificios públicos. Después de linchar a los guardias, asaltaron las celdas y liberaron a los presos del palacio del prefecto de la ciudad. Aprovechando el caos y la anarquía comenzaron los saqueos, los ajustes de cuentas y los turbios crímenes sexuales. Al tercer día de caos, los cabecillas de las revueltas se dirigieron a casa del anciano general Flavio Hipacio. Lo sacaron casi a rastras y, a falta de diadema, le proclamaron emperador en el palco del Hipódromo con un collar de oro. Los consejeros de Justiniano comenzaron preparar la evacuación. Estaba todo perdido.
La histeria y la ansiedad reinaban en el cercano Palacio imperial. El ambiente era el de un naufragio. La emperatriz Teodora decidió plantarse ante su marido y sus consejeros en cuanto conoció el plan de huida: "Todo hombre que ve la luz del día debe morir tarde o temprano; ¿y cómo va a tolerar un emperador que lo conviertan en un fugitivo? (...). En cuanto a mí, me atengo al antiguo dicho: la púrpura es el sudario más noble."
Aquellas palabras hicieron mella en los presentes que, heridos en el orgullo, resolvieron que la única salida era imponerse por la fuerza. Llamaron al general Ilírico Mundus y a Flavio Belisario, comandante en jefe. Ambos, junto al anciano eunuco Narsés, movilizaron sus escasas fuerzas y trazaron un plan. La represión iba a ser brutal.
Los "hinchas"
Este episodio es sólo uno de los cientos que sacudieron la agitada y turbulenta historia del Imperio bizantino. La obra de Norwich alcanza hasta el sibilino reinado de la emperatriz Irene que, en el siglo VIII, cegó a su propio hijo y reinó en solitario. En sus páginas se desgranan las principales polémicas, herejías, reinados y conjuras que sacudieron los primeros siglos de este imperio que sobrevió casi mil años a la caída de Roma.
Volviendo al Hipódromo y la rebelión de Niká, ¿cómo se había llegado a esta situación desesperada? Los Verdes y los Azules habían nacido de los equipos de aurigas que se enfrentaban en la arena. Su popularidad y capacidad de mover a las masas pronto les hizo convertirse en partidos políticos semiindependientes en los que se apoyaban funcionarios, nobles, terratenientes, comerciantes y el propio clero. El pueblo llano seguía los colores de forma fanática y entusiasta. Las facciones acabaron teniendo la obligación de organizar las milicias en caso de guerra, aunque no por ello su rivalidad en las calles y en la arena era menor.
Justiniano subió los impuestos y quiso imponer su autoridad sobre las facciones: les recortó poder y privilegios y, cuando una pelea callejera entre facciones forzó la intervención del ejército, ordenó la ejecución de varios cabecillas. Dos de ellos se dieron a la fuga y, después de ser capturados, el prefecto de la ciudad resolvió encerrarles y matarlos de hambre. "Por alguna casualidad, los dos hombres eran un azul y un verde; así por primera vez, las dos facciones se encontraron bajo una causa común", explica Norwich.
La magnitud de la Revuelta de Niká en el Hipódromo sorprendió al emperador. Las calles rezumaban odio hacia Justiniano y su gobierno. Al segundo día intentó negociar y le exigieron la destitución del prefecto de la ciudad y de Juan de Capadocia, un administrativo sumamente impopular. Justiniano accedió y ofreció una amnistía general. Lejos de calmar los ánimos, un día más tarde exigían un nuevo emperador.
Lo encontraron en Flavio Hipacio, general retirado y sobrino del emperador Anastasio I (491-518). Este no halló la manera de escaquearse de la furiosa turba que le proclamó emperador contra su voluntad en el Hipódromo, punto neurálgico de la rebelión.
Represión
Una vez Justiniano decidió resistir a toda costa ordenó a sus generales organizar la represión. Belisario e Ilírico Mundus se dividieron y rodearon el Hipódromo. El destino quiso que Ilírico se encontrase en la ciudad con un destacamento de mercenarios escandinavos que se sumaron a la guardia imperial. Después de una señal, el ejército entró como un trueno en el Hipódromo desde varias puertas. La muchedumbre aulló de pavor ante las feroces espadas del emperador. A la salida esperaban los hombres del eunuco Narsés con órdenes de acabar con los fugitivos.
[La fuerza de élite formada por feroces y borrachos vikingos que defendió el Imperio bizantino]
La matanza fue espantosa. Los cabecillas no esperaban una reacción tan contundente. "Mientras los mercenarios, exhaustos por la carnicería, hurgaban entre los treinta mil cadáveres, rematándolos cuando era necesario y despojándolos de los objetos de valor, el tembloroso Hipacio fue conducido ante el emperador", cuenta el autor.
Consciente de que el usurpador había sido arrastrado por la muchedumbre, el emperador quiso mostrarse clemente. La emperatriz Teodora no le dejó. A pesar de ser un anciano había sido proclamado por el pueblo y podía volver a ser el centro de nuevas rebeliones. Justiniano escuchó a su esposa y ordenó que Hipacio y su hermano Pompeyo fueran arrojados al mar después de ser ejecutados.
Constantinopla estaba en ruinas y el emperador vio su oportunidad para reconstruirla a su antojo. "El 23 de febrero del año 532, sólo 39 días después de la destrucción de su predecesora, comenzaron las obras de la tercera y última Iglesia de la Santa Sabiduría (Santa Sofía)", concluye Norwich.