Vigilando la estepa, muy cerca de la frontera soriana, se levantó hace siglos un importante oppidum celtibérico sobre el cerro del Villar, en el municipio aragonés de Monreal de Ariza, que desapareció en algún punto del siglo III d.C., cuando las luces del Imperio romano comenzaban a apagarse entre guerras civiles y crisis monetarias. Arcóbriga, que debe su nombre a un ancestral culto al oso, se perdió en la memoria de los tiempos hasta que a principios del siglo XX se convirtió en una de las obsesiones del polifacético Enrique de Aguilera y Osorio, más conocido como marqués de Cerralbo.
Nadie sabía a ciencia cierta dónde se encontraba la ciudad y las discusiones entre catedráticos y expertos eran continuas. La localidad desaparecida se encontraba en algún punto en la calzada entre Augusta Emerita (Mérida) y Caesaraugusta (Zaragoza), más concretamente en el tramo entre las localidades de Sigüenza y Alhama de Aragón, cerca de Bilbilis. En desacuerdo con Emil Hübner, padre de la epigrafía, el marqués de Cerralbo reconstruyó sobre plano el trazado de aquellas carreteras inexploradas y en 1908 comenzó la excavación en el cerro. Allí pronto apareció una tesera de hospitalidad en latín y celtíbero que nombraba la ciudad.
Luego se identificó la necrópolis prerromana, una supuesta pila de sacrificios humanos y un potente entramado urbano de unas 15 hectáreas. Protegidos por un doble anillo de murallas levantadas en dos mesetas concéntricas, se encontraron sus edificios públicos y varias viviendas. Sobre el poblado indígena se desconoce casi todo más allá de que fue aniquilado e incendiado por las legiones romanas en algún momento anterior al siglo I d.C., como indica una gruesa capa de cenizas.
Especial mención merecen los 700 metros cuadrados que ocupa su complejo de termas, excavado en 2006, donde los antiguos habitantes de esta ciudad dependiente de Caesaraugusta acudían a relajarse o a cerrar suculentos negocios bajo el murmullo del agua.
La mitad de sus piscinas se encuadran dentro de un edificio que a lo largo de su existencia sufrió numerosas reformas que acabaron con las estructuras aledañas. Después de dejar la ropa guardada en sus taquillas, una puerta conducía a los bañistas hacia las diferentes piscinas. El caldarium (agua caliente) y el gran tepidarium (agua templada) contaban con un conocido sistema de calefacción cuyo horno estaba rematado por placas de hierro para ayudar a transmitir y conservar el calor.
Desde las alturas del cerro, en la ladera nordeste y aprovechando el desnivel, se debió levantar un gran teatro donde los actores encandilaban a las multitudes que acudirían a divertirse entre sus gradas, tan sumamente devastadas que se ha llegado a dudar de su existencia. En la misma zona se encuentra una serie de aljibes que garantizaba el suministro de agua potable a la ciudad.
Al lado de las piscinas se encontraba el corazón político de la ciudad junto a un pujante macellum (almacén) rodeado de tiendas y talleres de artesanos. Cerca se situaban también la basílica donde se administraba el entorno y un templo dedicado posiblemente a Júpiter, que contaba con un altar en honor a Mercurio, dios comercial.
Desde esta parte alta, bajando por un tramo de escaleras, se cruzaba un anillo amurallado que daba acceso a un maremágnum de viviendas organizadas de forma muy irregular, adaptadas al terreno y carentes de un cardo y decumano coherentes. Pese a esta caótica distribución contaba con calles empedradas y se han localizado restos de un posible sistema de alcantarillado.
Necrópolis y ¿santuario?
Saliendo de la ciudad y dejando atrás las torres que flanqueaban su entrada se encuentra otra ciudad ajena a este mundo. Una necrópolis a 400 metros al este de la ciudad remonta los orígenes de Arcóbriga al siglo IV a.C. En ella los nativos enterraban a sus difuntos en el suelo o en urnas después de incinerarlos. Gran parte del ajuar lo componen espadas, fíbulas, cerámicas, brazaletes y cuentas de collar repartidos entre el Museo Arqueológico Nacional y el Museo de Zaragoza.
Tal fue el ahínco del marqués a la hora de excavar que muchos consideran el yacimiento agotado, lo que, sumado a su metodología pretérita, convierte al lugar en un sitio difícil de descifrar en la actualidad. El marqués de Cerralbo recogía aquellas piezas que confirmasen sus hipótesis y desechaba las que le contradecían. Así, un posible santuario lo interpretó como un espacio donde oscuros sacerdotes realizaban sacrificios humanos. Su función continúa siendo desconocida y la cerámica del lugar es bajomedieval. "Todo ello obliga a descartar su interpretación como una estructura cultural indígena destinada a la celebración de sacrificios humanos", concluye en un estudio sobre la construcción Silvia María Alfayé Villa, profesora de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza.
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"Otro elemento destacado son los diversos modelos de placas decorativas, habiendo de destacar sus evidentes similitudes de nuevo con la necrópolis de Numancia, confirmando las fuertes relaciones que debieron establecerse entre ambos territorios en las etapas más avanzadas de la Cultura Celtibérica", explican en su monografía sobre la necrópolis Alberto J. Lorrio, catedrático de la Universidad de Alicante, y María Dolores Sánchez de Prado, doctora en Historia de la misma institución.
Cuando la lluvia agita las ruinas de Arcóbriga, los caminos de la ciudad aparecen embarrados complicando su ya de por sí remoto acceso, casi carente de puntos de información. El cadáver de la ciudad desenterrada por el marqués se declaró Monumento Histórico-Artístico en 1931 antes de volver a caer en el olvido con la excepción de algunas intervenciones puntuales a principios del presente siglo.