Comienza el "verano peligroso" de Sánchez y Feijóo: cuando acabe este serial, sólo quedará uno
Seguiremos a los dos candidatos en campaña con el reportaje de Hemingway que narró el antagonismo Ordóñez-Dominguín como telón de fondo.
18 junio, 2023 03:46–¿Estás seguro de que quieres escribir esta historia? ¡A Hemingway se lo llevaron de aquí una noche envuelto en una camisa de fuerza!
–No te preocupes. Cuando acaben las elecciones, a mí también me tendrán que sacar del periódico con una camisa de fuerza.
Una coctelería subterránea de sillones rojos. En las paredes, espejos de los años cincuenta, cuando se fundó este hotel. Hemos venido a Casa Suecia, a orillas del Congreso de los Diputados, donde se alojó Ernesto cuando vino a escribir su “verano peligroso”. El verano de 1959. Lo llamaremos “Ernesto” porque, cuando estaba vivo, no había ni un solo español que lo llamara “Ernest”.
Me atiende Chema Insausti, el director de esta coctelería, que piensa que me he bebido todo lo que todavía no ha servido cuando le cuento el motivo de este reportaje. Hemingway regresó a España por última vez para escribir, ¡muy de cerca!, uno de los antagonismos psicológicos más fascinantes con los que se había encontrado: Antonio Ordóñez frente a Luis Miguel Dominguín.
Estas elecciones, las generales del 23 de julio de 2023, van a ser las primeras que se celebren en verano. Y como les ocurrió a aquellos dos toreros, sólo quedará uno cuando culmine la Fiesta. La victoria de uno significa la derrota definitiva del otro. No habrá convivencia posible.
Esto no es tradición. El verano va a ser peligroso por su excepcionalidad. González siguió cuando perdió con Suárez. Aznar siguió cuando perdió con González. Rajoy siguió cuando perdió con Zapatero. El propio Sánchez siguió cuando perdió con Rajoy. Pero ahora...
Feijóo ya ha prometido que se irá si no gana las elecciones. Sánchez no ha dicho eso para no transmitir debilidad, pero abandonará si sale del Gobierno. El presidente, como Dominguín, no lleva bien que se rían de él. No tendría paciencia para sentarse en el escaño y escuchar las canciones sobre su derrota.
(...)
Luis Miguel, como Sánchez, tenía la corona sobre sus hombros, pero ya eran muchos gacetilleros –¡en este caso las malditas y perversas encuestas!– los que lo daban por muerto. Ordóñez, como Feijóo, se sabe un torero con más futuro que su rival, pero a veces le entraban las dudas. ¿Y si todavía es pronto? Dominguín y Ordóñez eran cuñados. Sánchez y Feijóo también lo son. Basta con escuchar alguno de sus mítines, alguna de sus entrevistas.
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Lo que más me interesa del símil no es lo taurino. Porque yo apenas sé de toros. Para mí, “cargar la suerte” no es más que un disco de Andrés Calamaro. Lo importante de este viaje que empieza es la horma que estrenó Ernesto: recorrer el país lo más cerca posible de dos hombres que están intentando acabar el uno con el otro. Perseguirles, escrutarles, dibujarles. En sus entrevistas, en sus mítines, en sus paseíllos.
Tranquilizo a Chema, el de la coctelería Hemingway, porque yo también quiero mi camisa de fuerza. Van a ser unos días ajetreados. Con plazos de entrega, con trenes y aviones, con mítines, con entrevistas, con libretas emborronadas cuya letra, seguro, no entenderé. Pero qué más da. En estos casos, se anota para disparar. Luego las notas no sirven de nada.
A Pedro J. le gusta lo del “verano peligroso”. Duda en llamarlo “verano sangriento”. Va a ser un verano primero peligroso y luego sangriento. No le digo, porque ya lo sabe, que no tendré –¡nos ha jodido!– la pluma de Hemingway ni su manera de mirar, pero sí la misma vocación. Y tampoco le digo, porque ya lo sabe, que le salgo bastante más barato.
Ya no es sólo el pastón que la revista Life pagó a Hemingway por su gavilla de reportajes, sino las dietas. El director de este periódico, en los años de la Transición, prohibió el alcohol en las redacciones. Ahora se arriesga a que la idolatría por el personaje me lleve a meter en la maleta, junto a las libretas, los mismos aparejos que llevaba Ernesto: un frasco de plata con vodka y varias botellas de whisky gibraltareño.
Conforme estos textos –y la campaña electoral– vayan degenerando, me vendrán bien para sobrevivir a las reuniones de portada esos vasos de rosado de 'Las Campanas' que Ernesto tomaba “a modo de laxante suave”.
Pero conviene que volvamos a nuestros personajes: Luis Miguel Dominguín-Pedro Sánchez; Antonio Ordóñez-Alberto Núñez Feijóo. Por fin volvemos a la política antagónica.
Venía siendo un poco cansado esto de los debates a cinco, seis o siete bandas. Me lo decía el otro día Manuel Campo Vidal, el moderador de los cara a cara, nuestro mejor apoderado. “La ciudadanía siempre debería tener derecho a un debate de dos”. Hemingway: “El toreo –y la política– pierde interés cuando no hay rivalidad. Pero con dos grandes matadores se convierte en una rivalidad mortal”.
No diría yo que tengamos dos grandes maestros, pero es lo que nos ha tocado. Además, Sánchez ha mejorado mucho. Es un auténtico matador. Y Feijóo, desde hace unas semanas, se lo está tomando en serio. Le ha cambiado la cara, hasta el color de pelo: las canas han dado lugar, previa peluquería, a un extraño pelirrojo. También ha variado el tono. Es un hombre serio que quiere convencernos de que los tecnócratas también matan.
Para comprender quiénes son Sánchez y Feijóo –qué es lo que se juegan y la virulencia con la que actúan– debemos mirar al pasado. El pasado que yo conozco es el de Mariano Rajoy. Llegué entonces al Congreso. Estaban los de Podemos, habían comenzado los escraches. Pero todo era distinto. Irene Montero, por ejemplo, me dijo que recibiría a Mariano Rajoy en su diván de psicóloga.
Hoy, como Hemingway al inicio de su reportaje, podemos escribir: “Yo no recordaba haber visto en España un tiempo similar. Nadie recordaba tanta sangre y tantas cogidas”. Estas elecciones –este verano peligroso– llegan para poner a prueba la política de bloques. En un lado, Sánchez con Podemos y los nacionalistas. En el otro, Feijóo con Vox.
Para un matador –nos explica Ernesto–, resulta muy importante su cuadrilla. Aquí hablaré mucho de esas dos cuadrillas, que entrañan una particularidad: Sánchez y Feijóo las necesitan para sobrevivir, pero son al mismo tiempo su mayor riesgo.
“Existe la teoría de que un torero es capaz de hacer cualquier cosa”, me dice Ernesto desde este mismo hotel, probablemente desde esta misma coctelería, desde aquel 1959. Nuestros dos protagonistas, como Ordóñez y Dominguín, lo demostrarán. El político en campaña es verdaderamente capaz de cualquier cosa. Cogen niños en brazos, acarician cabras, van al monte, se disfrazan, consumen productos autóctonos, plantan árboles, juegan a la petanca. Es decir: todo lo que hace la gente normal y ellos no hacen.
Dominguín-Sánchez
Empecemos por Luis Miguel Dominguín (1926-1996), trasunto de Pedro Sánchez. Era muy guapo, como nuestro presidente. Gustaba a las actrices de Hollywood como Sánchez gusta a las primeras ministras europeas. Luis Miguel era el torero favorito de Franco. Sánchez también es el presidente español que más ha ligado su trayectoria al Generalísimo.
Se encerró por primera vez con un animal a los doce años. Sánchez también fue muy precoz. Recuerdo un viaje en coche con una de las personas más importantes de su primer equipo. Habían publicado en la prensa una quiniela con los nombres de quienes parecía iban a presentarse a las primarias del PSO
E., mi interlocutor, al leer aquello, llamó a Pedro –entonces era Pedro, como Hemingway es ahora Ernesto–.
–Lo llamé porque me sorprendió. La crónica no le daba importancia. Era un nombre más en el quinto o sexto párrafo.
–¿Y qué te dijo Sánchez?
–¿Pedro?
–Sí, perdón. Pedro. ¿Qué te dijo Pedro?
–Voy a ser presidente del Gobierno.
–No, no. Me refiero a cuando le preguntaste si iba a presentarse a las primarias.
–Eso. Me dijo que sería presidente del Gobierno.
–¿Qué pensaste?
–Lo mismo que tú, que estaba loco.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón nació en Madrid el 29 de febrero de 1972. ¡Año bisiesto! Todo en él iba a ser inesperado. Se licenció en Económicas, hizo (o no hizo, yo ya con este asunto me he liado) la tesis y jugaba al baloncesto. Bastante bien, dicen. En el Estudiantes. Tiene un hermano director de orquesta. Su padre, también Pedro, dirigió el INAEM y ocupó cargos de responsabilidad en el Ministerio de Agricultura –esto último lo dice la Wikipedia–. Su madre, Magdalena, fue funcionaria de la Seguridad Social. Sánchez, por cierto, hizo la mili.
Fijémonos en el inquietante parecido físico entre Sánchez y Luis Miguel. Escribió Ernesto: “Muy moreno, alto, casi sin caderas, con un rostro grave y a la vez burlón”. Luis Miguel tenía una estatua en bronce en su finca. Tamaño natural. Eso le sorprendió a Hemingway, como nos sorprendió a nosotros que el presidente publicara un libro autobiográfico estando todavía en el cargo. El famoso “Manual de resistencia” que le escribió Irene Lozano.
Un diputado que fue vecino de Sánchez me contó que el presidente no era un hombre “demasiado de izquierdas”. “Vivía en una urbanización en Pozuelo”. Quería demostrarme así, gráficamente, que lo de Podemos había sido para él inesperado. Un peaje para mantenerse en la presidencia. Una cuestión de poder, y no de ideología.
Pero Hemingway lo dejó escrito. Luis Miguel, con tal de culminar la faena, con tal de ganar las elecciones, “podía hacer cualquier cosa con un toro”. Con un votante. “Tenía un extenso repertorio de pases y trucos elegantes”.
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Una de las primeras personas que conoció al Sánchez político fue Carlos Westendorp, ministro de Exteriores con Felipe González. Amigo de los padres de “Pedro”, lo contrató cuando a él lo nombraron alto representante ante la ONU. Eran los días de la guerra de los Balcanes.
Westendorp me contó que, en las reuniones difíciles, solía decirle a Sánchez: “Pedrito, ¡culo de hierro! No nos movemos”. Y si algo ha demostrado el presidente es tener un pedazo culo de hierro. Culo “resiliente”, diría él. Mi abuelo, que sí sabe de toros, conoció a Luis Miguel Dominguín cuando era novillero: “¡Era un atleta!”. Dos atletas.
Conocí a Sánchez un día de noviembre de 2015. Ya había sido concejal de Madrid y diputado nacional. Se presentaba a las elecciones por primera vez. Hicimos una entrevista de campaña… jugando al ping pong. Él había tratado de insuflarme el miedo a través de su equipo, que me hizo llegar más o menos este mensaje: “Pedro juega muy bien, ten cuidado. Aprendió en Irlanda”. Eso es como haber aprendido democracia en Corea del Norte.
Efectivamente, no tenía mucha idea del asunto. Le tomé el pelo –¡qué tiempos aquellos!– porque fue el único candidato que vino a jugar a ping pong con corbata. Pegó un raquetazo a la bola y me señaló con la pala: “¡Conmigo no te metas!”. Sonreí, pero ya era una de esas ocasiones en las que no sabes si Sánchez va en broma o en serio.
El partido acabó con una estrepitosa derrota para “Pedro”. Nos estrechamos la mano y dijo: “La revancha en Moncloa”. Me partí de risa. Nunca hubo revancha, pero acabó en Moncloa. Ahí estaba esa determinación. Fría, inquietante… Poderosa.
No he vuelto a ver a Sánchez mano a mano desde entonces. Siempre lo he perseguido envuelto en una nube de cámaras y micrófonos. No tendrá ni repajolera idea de quién soy. Esto me reporta una gran ventaja para escribir el reportaje: lo seguiré entre bambalinas –entre escoltas– con poco miedo a ser descubierto.
Luis Miguel, como Sánchez ahora, era el rey de los toros. Es verdad que se había retirado hacía unos años, pero resultaba el presidente en la práctica. Dio lo mejor de sí mismo cuando Antonio Ordóñez amenazó su liderazgo. Afrontó aquel verano peligroso dispuesto a arrimarse a la muerte. Con esa determinación. Fría, inquietante… Poderosa.
Ordóñez-Feijóo
Antonio Ordóñez (1932-1998) tenía todo a lo que aspira Feijóo. En palabras de Hemingway: “Coraje, habilidad en su profesión y gracia ante un peligro mortal”. Hubo un día en que Ernesto se dio cuenta de que Antonio “podía matar bien si se lo proponía”.
El tiempo de los tecnócratas ya pasó. La economía de hoy, es cierto, nos pide a un tecnócrata, pero la dictadura de la imagen reclama algo más: alguien capaz de matar. Esto es muy peligroso para Feijóo, que quiso vestirse como un moderno para la portada de una revista y acabó pareciendo el preso de un gulag.
Feijóo debe lograr –como le pedía Hemingway a Ordóñez– “dar rienda suelta a su lava encendida”. Y está en eso. Esperemos, por su bien, que se haya percatado de que no tiene que ver con la apariencia, sino con la convicción y las ideas. Con el verbo.
El otro día, en una entrevista en Onda Cero, sorprendió por su determinación. Quizá se pasara un poco y a ratos sonara impostada, pero hubo una mejora. Me lo dijo Miguel Ángel Rodríguez, el asesor más maquiavélico y eficaz del PP: “Ha hablado más corto, más claro. Se ha puesto en modo candidato”.
Feijóo nació en Ourense en 1961. Su familia materna tenía un ultramarinos y su padre, Saturnino, trabajaba en las hidroeléctricas de la zona. Con diez años, le metieron sus pocas pertenencias en una maleta y lo llevaron interno a los maristas de León. De ahí deben de venir esa seriedad y esas maneras un tanto sacerdotales. Feijóo es un poco curilla.
Se sacó las oposiciones en la Xunta cuando su padre se quedó en el paro. Desde entonces, ha estado vinculado a lo público. Igual que Sánchez, no tiene experiencia en el sector privado.
Conocí a Romay Beccaría, su padrino. Un gallego venerable que hoy calza noventa y pico. Me dijo que Alberto es un “tío excepcional”, lo mismo que dijo Westendorp de Sánchez. Beccaría lo fichó para su consejería en Galicia y luego para el ministerio cuando Aznar lo nombró titular de Sanidad. De ahí, Feijóo pasó a Correos. Por tanto, ya vivió una primera temporada en Madrid.
Esta vez le ha costado más dejar su tierra. Vivía en Galicia como un virrey. Su actual pareja, Eva Cárdenas, era directora de Zara Home. Y tienen un niño, Alberto, que lleva la camiseta del Dépor y pregunta mucho a ver cuándo se vuelven.
Ernesto conoció a Ordóñez en el Hotel Yoldi de Pamplona. Subió a la habitación y el torero lo recibió en pelotas, con una hoja de parra en la entrepierna. Yo tuve la suerte de conocer a Feijóo vestido. Fue en el congreso de Sevilla, cuando lo encumbraron presidente del PP. Simpático, despistado, en calma.
Una vez, le preguntaron a Ernesto en qué consistía su trabajo mientras escribía “el verano peligroso”. Contestó Ordóñez por él: “Decir lo que hemos hecho mal. Ese es su oficio. Así gana dinero”. Eso mismo intentaré. Escribir bien, hablando mal, para ganar dinero.
Luis Miguel y Ordóñez, Sánchez y Feijóo, ya asoman por el callejón. Perseguiré sus miradas, sus gestos, sus resbalones, sus frases icónicas, los líos con sus cuadrillas. ¡Ay, las cuadrillas! ¡Qué alegría!
Cuando termine este reportaje, sólo quedará uno. En otros lugares de este periódico encontrarán la información, las entrevistas, los análisis, lo serio. Pero aquí hemos venido… a disfrutar de la Fiesta.