Es curioso pensar que en siete años conoceremos un mundo mucho mejor en términos de distribución de la riqueza, sostenibilidad, igualdad... Sobre todo porque, si echamos la vista atrás, no lo hemos conseguido en varias décadas (desde que nos dimos cuenta de lo insostenible que estábamos haciendo este mundo).
No obstante, soy de las personas que piensan que el ruido implica movimiento, por despacio que lo haga, y desde luego es el antecesor de cualquier cambio. Confío, por tanto, en que no en 2030 (siento quitar la tirita así, sin avisar), pero sí unos años después, podremos hablar de un mundo efectivamente “mejor” en los términos arriba referenciados.
Y mejor no es ni más ni menos que un mundo más comprometido con las personas y con el medio con el que interactúan. Porque simplemente pensar que un mundo mejor equivale a que las personas sean más ricas, ya hemos visto que no vale de nada.
¿Podría darse el caso de que la riqueza, igual que la energía, “ni se crea ni se destruye”? Es decir, ¿que en el mundo siempre existiera la misma riqueza y únicamente lo que puede cambiar es su distribución? En ese caso, lo suyo sería pensar que un mundo “mejor” implicaría que todos tuviéramos la misma riqueza, lo cual me parece de todo menos posible.
Me quedo, por tanto, con la idea de que un mundo mejor implica llegar a tener un mundo más comprometido con las personas y con el medio.
Para ello, planteo la siguiente hipótesis: ¿qué pasaría si de lo general pasáramos a lo particular y pudiéramos plantear una pirámide de compromiso en torno a nuestra responsabilidad con los ODS? Una especie de conciencia de escala donde cada individuo fuera un actor protagonista en torno a la consecución de los objetivos ODS.
Me pongo como ejemplo. Yo, como promotora de una micropyme de tecnología ubicada en la Milla del Conocimiento “Margarita Salas” de Gijón Impulsa en Asturias, mi responsabilidad con los ODS es clara: ser un vehículo capaz de generar una sociedad más rica en términos de conocimiento (divulgación) y riqueza (empleo, recursos) en nuestro entorno (Gijón, Principado de Asturias), y hacerlo de la manera más igualitaria y sostenible posible.
Y lo hago desde la visión de una mujer emprendedora y tecnóloga, responsable de visibilizar además que hay una alternativa profesional en esta rama para todas las personas, independientemente de su edad, género o condición.
Particularmente, entiendo los ODS como un ejercicio de responsabilidad en esa pirámide de compromiso que comentaba. Pero la realidad es que en la tercera liga (o cuarta) en la que nosotros jugamos, ese compromiso casi desaparece para instaurarse una jungla generalizada donde todos hacemos malabares con el objetivo de ser rentables (regla número 1 de cualquier entidad con ánimo de lucro, aunque a veces se nos olvide).
Y eso a la vez que la sociedad nos exige que seamos sostenibles, eficientes, eficaces, baratos, mediáticos, comprometidos... y además, molones, que si no, no eres nada. Sin embargo, el mayor y mejor compromiso que podemos adquirir nosotros, los autónomos y pymes de todo el mundo, con los ODS es seguir vivos hasta entonces.
Si, por el contrario, tu empresa juega en primera división… Ojo, ahí sí que vas con todo. Sobre todo porque puedes contarlo, y eso, socialmente (y económicamente), vende mucho. Y si no, basta con echar un vistazo a LinkedIn y ver la cantidad de puestos creados a raíz de la publicación de los ODS en las empresas del IBEX-35.
Así que sí, te toca poner toda la carne en el asador y darle duro a los 17 ODS con acciones concretas que la sociedad pueda entender y validar. Porque sí, la validación social es importante en este juego. Y si buscando esta validación social te topas con cerrar un ejercicio con unos beneficios muy superiores a los ejercicios anteriores, piénsate muy bien qué es lo que vas a contar y qué acciones concretas vas a llevar a cabo. Porque hoy en día, el beneficio penaliza.
¿Llegaremos, por tanto, a cumplir con los ODS?
Si, pero no en 2030
¿Podemos hacer algo para cumplirlos?
Sí, siempre que particularicemos e individualizamos los objetivos, cada uno en su campo de acción (uso de transporte público, reciclaje y reutilización, compromiso social…).
La buena noticia es que, por suerte, mientras los millennials convencemos a la generación Z de las implicaciones individuales en la sociedad (y con ello, con los ODS), los centenialls ya vienen con ello de serie.
Algo estaremos haciendo bien como sociedad.
***Susana Pascual es autora de este artículo y CEO de Pixelshub