El Ebro guarda silencio al pasar por El Pilar: está casi seco, en sus niveles más bajos de los últimos 34 años
La poca agua que fluye ahora es un reflejo de la fuerte sequía que vive toda la cuenca, con el 72% de sus unidades territoriales en emergencia.
11 mayo, 2023 02:39"El Ebro guarda silencio / Al pasar por el pilar". Así comienza la jota aragonesa 'Sierra de Luna' que compuso Francisco de Val en 1958 y que, posteriormente, fue interpretada por artistas de la talla de Manolo Escobar o Gracia Montes. Y, hoy, aquella canción, eterna protagonista de los pasodobles en España, cobra más sentido que nunca.
Entre el repicar de las campanas de la basílica del Pilar, en Zaragoza, se aprecia un silencio sepulcral. Apenas se percibe la habitual armonía caudalosa del Ebro a su paso por la ciudad aragonesa. Los viandantes cruzan parte de su lecho con pavorosa facilidad porque el río está casi seco en este punto. Son sus peores niveles para este mes en, al menos, 34 años, cuando la fuerte sequía que sufría España en los años 90 llevó a toda la cuenca a una situación de emergencia. Ahora, el fantasma de aquel episodio vuelve con fuerza.
El que se considera el río más caudaloso de nuestro país no llega a sus niveles medios en primavera. De acuerdo con los datos oficiales de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), en estos momentos el caudal del Ebro a su paso por Zaragoza está en los 30 m³/s, muy por debajo del de hace un año, cuando se registraron 107 m³/s, y de los 190 m³/s que suele registrarse de media en este mes.
Pero esta imagen de un Ebro consumido en su travesía por la capital aragonesa es solo el reflejo del pequeño desastre que se cierne sobre toda la cuenca y que afecta a las 10 provincias que atraviesa en una trayectoria de más de 900 kilómetros. Esta situación ha llevado a la declaración de Situación Excepcional por Sequía Extraordinaria el pasado 26 de abril en la cuenca del Segre, tras nueve meses en emergencia.
Como ya se preveía, esta falta de agua se ha contagiado a más unidades territoriales de la cuenca del Ebro al comienzo del mes de mayo, cuando lo habitual es ver una situación similar a finales de verano, con una campaña de riego avanzada en la cuenca. Pero la realidad ahora es otra.
Según el último informe mensual, de la sequía prolongada tan solo se salvan cinco de las 18 unidades territoriales existentes. Y si se atienden los datos de escasez –entendidos según los usos para los que se utiliza el agua– los niveles son preocupantes para, al menos, seis de las unidades territoriales.
Como asegura María Dolores Pascual, presidenta de la CHE, estos niveles “se parecen más al período de estiaje del verano que de la primavera”, y, por tanto, “eso nos hace pensar que vamos a tener un verano complicado”. Al final, apunta, “la sequía es un fenómeno natural de carácter progresivo y, conforme va avanzando, las medidas tienen que ser más intensas y más estrictas”.
Esta falta de agua es el síntoma de la sequía que comenzó ya hace un año en España y que sigue aferrándose con fuerza a nuestro territorio. Después de un verano especialmente difícil, con temperaturas más elevadas de lo normal, el otoño y el invierno se mantuvieron cálidos y especialmente secos. Una estela que ha continuado, preocupantemente, en los meses que acostumbraban a ser los más lluviosos del año.
Además de las lluvias, la falta de nieve del invierno es la que está agudizando también esta sequía. Como cuenta Rafael Saiz, responsable de política de aguas en el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es esa aportación la que luego, con el deshielo de primavera, va alimentando el caudal de los ríos. Pero, tras un año anormalmente cálido y con déficit de precipitaciones, la realidad es bien distinta. De acuerdo con el último parte de nieve, las aportaciones en todas las cabeceras de los ríos ha sido baja, muy baja o la mínima en cinco años.
Según explica Pascual, “las altas temperaturas que se produjeron hace unas semanas supuso que se derritiera la nieve, pero que no llegase en forma de caudales y se tradujera en reservas de embalse”. Añade que “se produjo lo que se denomina un fenómeno de sublimación, de forma que se evaporó y no ha habido una traducción, digamos, de esa nieve en caudales. Eso ha supuesto también una revisión de las estimaciones”.
Como resultado, este año el inicio de la campaña de riego ha comenzado con restricciones para asegurar el abastecimiento del agua de boca que, como insisten desde la CHE, está garantizado para todo el año, porque “hay mecanismos para gestionar la sequía”. De esta forma, los recortes alcanzan el 50% e, incluso, el 70% en Lleida. Apenas están teniendo agua de riego en la cuenca del Segre.
Los embalses de la cuenca del Ebro se encuentran al 51,2% de su capacidad. Estos niveles están un 25,6% por debajo de lo acumulado hace solo un año por estas fechas, y hasta 26 puntos porcentuales menos de la media en los últimos 10 años.
No se recuerda una sequía así desde, al menos, la de 1989. Entonces la falta de precipitaciones también hizo mella en el caudal del Ebro, informan desde la CHE. No obstante, es importante recordar que parte de la culpa del bajo caudal también está en los usos del agua.
En 1913, no había infraestructuras de regulación. Apenas había embalses y apenas había canales. Por el Ebro bajaba todo el agua. En 1997, sin embargo, la media del caudal baja a 100 m3/s, porque se deriva a obras de regulación que son necesarias para satisfacer el consumo humano, el regadío (que consume el 80% de las reservas) y las industrias.
Una 'sopa verde'
A su paso por Zaragoza, la poca agua que queda en su lecho luce de un color verdoso por las algas que han proliferado en los últimos días en su superficie. Como explica Saiz, el bajo caudal de los ríos está relacionado con una peor calidad del agua y, en función de la temperatura, hay parámetros físico-químicos que se alteran.
Estos cambios “repercuten en procesos biológicos, como puede ser producción primaria: presencia de microorganismos vegetales dentro del agua”. En este sentido, y dependiendo de la temperatura, “se pueden producir fenómenos de expansión de algas como lo que vimos en el Mar Menor, llevado a un ecosistema en colapso y a gran escala".
En base a esto, en algunos embalses y en algunos tramos de los ríos, cuenta Saiz que “cuando falta caudal, se producen ese tipo de fenómenos locales de eutrofización, y eso tiene una consecuencia directa sobre la cantidad de oxígeno que lleva un sistema de agua y también sobre su capacidad para depurarse”. De tal forma que, si un río o un acuífero llega contaminado, el agua del embalse estará en peores condiciones y puede afectar a la cantidad de reservas acumuladas.
La importante sequia que estamos sufriendo se deja notar ya de forma importante en el río Ebro, que a su paso por Zaragoza baja con un caudal de apenas 30 m3/s, y nos deja estas impactantes imágenes en las afueras de la ciudad pic.twitter.com/b3DEUoQEjg
— Meteo Aragón (@meteo_aragon) May 7, 2023
Además de eso, el bajo caudal afecta a la propia función del río. Más allá de esa proliferación de algas, cuenta Saiz, “las consecuencias ecológicas son terribles”. Hace el símil con la sangre que lleva nuestro cuerpo. “Es la que aporta los nutrientes y la energía, y si a una persona le quitas parte de esa sangre y la dejas con lo mínimo, todo empieza a fallar. Lo mismo ocurre con los ríos: empieza a fallar su función ecológica”.
En este sentido, cuando un río está sometido a un estrés hídrico como el que sufre ahora, “la degradación del hábitat avanza más rápido”, apunta el experto. No obstante, también explica que obras de regulación como los embalses han alterado ya el funcionamiento normal del río. Lo que, sumado a un momento de falta de agua natural, impacta de manera más grave y deja una biodiversidad peor preparada y peor adaptada a situaciones excepcionales como la actual sequía.
Por este motivo, el experto insiste en que los embalses están construidos para funcionar durante varios años y con esas reservas se va gestionando el agua que se concede. Así, considera que “en años anteriores las restricciones no han sido suficientes”. Más aún, teniendo en cuenta el escenario de cambio climático actual.
“Se antoja más importante la labor de los gestores del agua para decidir adecuadamente cómo repartir estos recursos y cómo usarlos. Ahí está el gran reto”, apunta. Y concluye: “Estamos acostumbrados a tener más certeza de la que el cambio climático nos permite tener, y hay que producir también ese cambio de mentalidad en todos nosotros”.