La responsabilidad afectiva consiste en ser responsables con las consecuencias de nuestras acciones respecto al resto. Un término que se ha popularizado cada vez más en la sociedad y en redes sociales, pero del que no siempre se profundiza.
Es una forma que tenemos de actuar en la que consideramos cómo influye en otras personas lo que hacemos y decimos. Engloba gestos, presencia, comunicación de estados emocionales, expectativas, explicaciones sobre actos…
Además, la responsabilidad afectiva no es algo que se tenga o no se tenga –no es una esencia o habilidad–. Por el contrario, es una forma de comportarse por lo que se puede aprender o mejorar para conseguirla.
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Es un término difícil de definir, ya que no hay dos personas con las mismas historias, aprendizajes, recursos, condiciones y experiencias. Es decir, no hay dos parejas iguales, por lo que generalizar un sentimiento se escapa de nuestras manos.
Responsabilidad afectiva no es sinónimo de hacernos cargo de las emociones de los demás, y es que no pasa nada si a veces priorizamos al otro. Sin embargo, explican los expertos, supone un problema cuando eso se convierte en la forma de funcionamiento habitual, o cuando lo hacemos desde la obligación y no desde la elección.
También, esta responsabilidad se basa en cómo reaccionamos ante las emociones ajenas, validando las emociones de la otra persona cuando nos las exprese.
Y eso aunque el equilibro entre tener en cuenta lo que piensan y sienten los demás y lo que pensamos y sentimos nosotros, especialmente si hablamos de las relaciones románticas, sea complicado.
Claves de la responsabilidad afectiva
Para llegar a la responsabilidad afectiva es necesaria la comunicación asertiva, una forma de defender nuestras necesidades, peticiones y derechos sin pisotear los de otra persona.
Es un elemento clave en la responsabilidad afectiva porque nos permite llegar a acuerdos comunes, trasladar expectativas al otro, pedir perdón, o aclarar situaciones para evitar conflictos.
Empatizar, comunicar y preguntar cuando algo no se sabe o entiende es la clave cuando dos personas quieren entenderse y sanar su relación. Porque, en ocasiones, la dependencia en exceso puede hacer caer en una toxicidad que anule al otro.
Por eso, es necesario identificar estos patrones para ponerles freno. En ello, la comunicación, dicen los psicólogos, es clave.
En ocasiones tomar decisiones con la cabeza y no con el corazón puede liberarnos de situaciones que a la larga serán más dolorosas. La RAE lo deja claro y es que define de forma separada los términos "querer" como "amar, tener cariño" y "necesitar" como "tener necesidad de alguien o algo".
Si algo hay que dejar claro, aseguran los psicólogos, es que no somos responsables afectivamente, sino que nos comportamos de forma responsable con personas concretas en momentos concretos.
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Verlo como una forma de comportarse nos permite no dormirnos si nos sentimos identificados con este concepto, y tener esperanza de cambio si no nos sentimos interpelados por el concepto.
Entenderlo como una forma de actuar en cada momento y con cada persona y no como algo global, abstracto, que forma parte de nuestra personalidad, permite no darlo por hecho, con el riesgo de dejar de cuidarlo.
Y es que, si algo está claro, es que dependemos de los demás, de nuestro entorno y de nuestra comunidad, y eso es algo que no se puede evitar. Por eso, lo único que nos queda es cuidarnos los unos a los otros para que al menos esa dependencia se mueva dentro de unos márgenes que no sean dañinos ni tóxicos.