Tengo 50 años, llevo 7 siendo alcalde, y es la primera vez que empiezo a ver una oportunidad. Tras décadas de sangría demográfica, de tractores más grandes y de ausencia de perspectivas, se plantea un escenario que hace que las cosas en esto del medio rural se pueden dar la vuelta. No digo en todos los lugares, pero sí en algunos, como puede ser el caso de Paredes de Nava, mi pueblo, en plena Tierra de Campos.
La despoblación también ha generado cierta miseria en el pensamiento, trasladada desde hace tiempo al inmovilismo institucional en todo lo competente a esa lucha demográfica. Y ese es el mayor enemigo de la oportunidad que acaba de surgir. La clave radica en que no podemos concebir la soberanía alimentaria sin la soberanía energética. En nuestro campo el precio del trigo llevaba invariable desde principios de los ochenta, anclado en una media de 25 pesetas el kilo, 15 céntimos.
Esto ha dado lugar a que la única forma de mantener el rendimiento en determinadas zonas de secano haya consistido en ir aumentando el número de hectáreas cultivadas por el mismo agricultor, lo que ha conducido a la reducción progresiva del número de labradores.
La llegada de las energías renovables a este tipo de producción agrícola, en ocasiones, conlleva una resistencia por parte del gremio, dado que se sacan tierras de su control, pudiendo generarse un aumento en las rentas a pagar en el resto de las fincas. Estamos hablando de zonas donde no existe un impacto ambiental reseñable y la productividad de los cultivos apenas supera el importe de la PAC.
Esto es importante, son las peores tierras, donde nunca se ha invertido y donde no existen ni protecciones naturales ni cascadas paradisiacas, creo que me explico. Bueno, pues tras más de 40 años ligados a las 25 pesetas el kilo de cereal, 40 años de despoblación, el último año el precio casi se ha multiplicado por tres, rondando ese mismo kilo los 40 céntimos.
Sí, ha subido el gasóleo, disparado el precio de los fertilizantes, pero los costes se han quedado muy por detrás de la rentabilidad de los productos agrarios. Parece que con la situación ucraniana se repite ese dicho de “lluvia, sol y guerra en Sebastopol”. Ese despegue de los precios en el campo dibuja un cuadro incierto, pero puede que próspero. Algo muy distinto a lo ocurrido con la leche y la carne, donde ahora todo pinta peor.
Si los precios agrícolas se mantienen en los próximos años en estos niveles, deberá pelearse por la reducción de los costes y que estos en su galope no pisoteen la ansiada rentabilidad. Con un margen de este calibre habrá que pensar en mejores productividades, más innovación, más salud y más transformación agroalimentaria in situ, lo que a su vez reducirá los costes de transporte.
Y la forma de lograrlo es que la soberanía alimentaria se alíe con la soberanía energética. Europa necesita de las renovables, por limpias, por provechosas y por una cuestión de defensa estratégica. Pero hasta ahora esos proyectos se habían olvidado del lugar donde se instalaban.
Deben planificarse pensando en las tierras agrícolas que ven girar sus aspas y contemplar alternativas de desarrollo social y económico ligadas a ese medio rural. Directamente, estos documentos deben incluir intervenciones encaminadas a mejorar la explotación agraria próxima, abaratar sus costes energéticos o compensar con la generación de industria agroalimentaria que se nutra de esa energía.
Si tenemos 400 hectáreas afectadas por un parque híbrido –solar y eólico– que se obtenga la topografía de esa zona y se diseñen las obras buscando aprovechar en una balsa las aguas pluviales, poner un número importante de ese terreno en regadío y buscar cultivos alternativos.
O concebir las alineaciones de las placas fotovoltaicas de manera que se puedan labrar cultivos entre ellas, que, además, se rieguen con esas aguas pluviales. Pensar en rebaños de razas autóctonas que puedan pastar y limpiar la explotación. Se va a generar mucho más trabajo y riqueza con esos proyectos agrarios y ganaderos vinculados a las renovables que dejando esos secanos en manos de sus actuales labradores.
¿Saben cuantas familias viven con 400 hectáreas de secano actualmente? Una. Sí, sí, como lo leen. Combinando renovables y agricultura muchas más. ¿Y cómo hacemos que las empresas energéticas lleven a cabo esos proyectos paralelos? Hay varios caminos, el primero ya lo ha iniciado Red Eléctrica puntuando positivamente estas iniciativas para lograr la evacuación en sus nudos. Si se ponderasen mucho más en esa selección, mejor.
Segundo, firmando convenios con los ayuntamientos, con compromisos de desarrollo y prosperidad local, e intentado que las energías renovables se localicen, por ejemplo, en los bienes comunales, algo que una reciente sentencia del TSJ de Castilla y León ha pretendido dinamitar. Confiemos en eso de que aún queden jueces en Berlín y la casación imponga cordura.
Y tercero, incluyendo directamente estas intervenciones agroalimentarias en las medidas compensatorias de la declaración de impacto ambiental de los proyectos eléctricos, para lo cual el órgano administrativo agrario deberá cobrar protagonismo en el proceso.
La oportunidad es real y desde los municipios despoblados no podemos dejar pasar el tren. El sector agrario debe ser capaz de exigir que una parte de la energía producida se dedique a sus explotaciones, abaratando así regadíos, innovando y creando industria transformadora.
No solo eso, también está en marcha el hidrógeno verde y sus posibilidades agrarias. Se abren panoramas inimaginables en este mundo rural, hablamos de un futuro distinto. Si abandonamos el lloriqueo, ya solo necesitamos que la administración y algún político lo muevan. La cantidad de ODS que se alinearían en el horizonte de esta tierra.
*** Luis Calderón Nágera es presidente de la Asociación de Municipios SIEMBRA y alcalde de Paredes de Nava (Palencia).