Laura Rojas-Marcos (Nueva York, 1970) llega a la redacción de EL ESPAÑOL con una sonrisa en la boca. "Mi libro está teniendo muy buena acogida", dice. Y luego reconoce que se "siente feliz" por haber vuelto a su ciudad natal, la Gran Manzana, después de casi dos años de restricciones de viaje.
Esta doctora en Psicología Clínica y de la Salud acaba de publicar Convivir y compartir (Grijalbo, 2021), un compendio de claves para relacionarnos "saludablemente contigo y con los demás". Rojas-Marcos reflexiona en su texto sobre salud mental y emocional y cómo vivimos con otros y con nosotros mismos.
Su último libro arranca con un capítulo titulado El arte de convivir, y yo le pregunto: ¿sabemos convivir con los demás?
No deja de ser un arte que ya viene con nosotros, por lo menos estamos todos predispuestos, genéticamente, a poder convivir. Dependiendo de nuestra personalidad, de nuestro aprendizaje y demás, quizás tengamos más o menos facilidad para ello. No obstante, la capacidad para aprender a relacionarnos, a conectar es algo con lo que venimos a este mundo.
Evidentemente, hay situaciones o entornos de convivencia donde quizás es muy protagonista la agresividad, la negligencia, el rechazo… y son más complejos. No obstante, es muy importante señalar que, a pesar de lo duro que a veces puede ser una infancia o un periodo de vida, es posible retomar, aprender y seguir avanzando.
"Necesitamos aprender a detectar lo que no es real, lo que está manipulado, y no siempre es fácil"
Convivir es un arte como lo es bailar. Porque es el arte de compartir espacio, energía, tiempo, emociones, intereses, y también el arte de aprender a gestionar los conflictos, las adversidades, los pisotones, como puede ocurrir, por ejemplo en un pasodoble. ¿No? O a la hora de bailar el tango, entonces requiere, evidentemente práctica. Requiere interés y requiere, también, paciencia, paciencia.
¿Es más complicado convivir con otros o con nosotros mismos?
Convivir con uno mismo y con los demás es algo diferente. Convivimos con dos grupos o dos tipos de personas diferentes. El primero son los elegidos: nuestros amigos, las parejas, esas personas que elegimos, que no nos vienen dadas, sino que las elegimos a lo largo de la vida.
Después están las personas no elegidas. ¿Y quiénes son esas no elegidas? Ahí están todos los demás: la familia –no elegimos la familia en la que nacer–, los compañeros de trabajo, los vecinos… Los no elegidos pueden ser conocidos o desconocidos. Pero, nuestro mayor no elegido, el que va a marcar nuestra vida, somos nosotros mismos.
Nosotros no nos elegimos. Pero sí estamos forzados a convivir mientras estemos aquí: desde el momento en que nacemos hasta nuestro último suspiro.
Pero ¿es fácil convivir con uno mismo?
Para poder convivir con nosotros mismos necesitamos, sobre todo, aprender a escucharnos, a hablarnos, a convivir con distintas emociones –positivas, negativas, incluso emociones que desconocemos–. Es importante conocerse, conocer y aprender a identificar quién soy, qué quiero, qué es importante para mí, cuáles son mis necesidades o mis deseos. Todo eso, puede ir cambiando a lo largo de la vida.
El aprender a convivir contigo mismo es quizás el pilar esencial para aprender a convivir con los demás, para poder mantener ese equilibrio, para poder comunicar bien, para poder desarrollar la actitud asertiva, para aprender y saber poner límites.
Con la pandemia y los confinamientos hemos tenido como una masterclass de conocernos a nosotros mismos, pero ¿hemos sacado alguna enseñanza positiva de esta situación?
Por supuesto que sí. Tenemos que partir de que no ha sido una experiencia positiva, porque todos hemos perdido, ya sea a personas, trabajo o seguridad. Todos hemos tenido que aprender a convivir con los sentimientos de incertidumbre, de ansiedad, de miedo. Ha habido muchas emociones. Evidentemente, hay personas que lo han tenido muchísimo peor y han vivido una serie de experiencias traumáticas, dolorosas, de desgarro, de las que les va a llevar muchos años recuperarse.
Ninguna experiencia dolorosa es algo bueno. Pero, y aquí viene el aprendizaje, frente a la adversidad, siempre hay algo que en un momento dado podemos trabajar para aprender, para poder crecer, conectar y entender qué es lo que ha pasado, y qué, de toda esta tragedia, me llevo.
Entonces, ¿qué aspectos positivos saca?
Como terapeuta, he podido observar que muchas personas, frente al confinamiento, sobre todo esos meses mas duros, han aprendido y han redescubierto a las personas con las que conviven. Han vuelto a conectar, a hablar, a compartir… Quizás, incluso a resolver una serie de cosas que a lo mejor llevaban años pendientes, han resuelto fantasmas del pasado o resentimientos. Y eso es algo muy positivo.
En el día a día, muchas familias, e incluso personas que han estados solas, han aprendido a organizarse y a compartir. Y algo que a mí personalmente me ha emocionado, es la generosidad hacia desconocidos, hacia tus familiares y amigos. Todos hemos querido –incluso necesitado o exigido– querer ayudar a otros.
"Las redes son libertad; el problema está en el uso que se hace de ellas"
Pero también hay mucho trauma y lo que se denomina síndrome de estrés postraumático en la población general y en los profesionales esenciales. Y, sobre todo, y tengo que decir que a mi también me ha pasado, lo que se denomina el trauma vicario.
¿Trauma vicario?
Nos pasa sobre todo a los que nos dedicamos a ayudar, o somos cuidadores, o estamos dentro del sistema de salud. Llega un momento en que el sufrimiento ajeno se convierte en propio, además del que tú también tienes.
Volvamos a los aprendizajes…
Ha habido muchos aprendizajes, sigue habiendo. Esto todavía no ha terminado, lamentablemente. Muchos –no todo el mundo– hemos tenido la oportunidad de revisar y de aprender a no dar por hecho y a ser agradecidos. Y sobre todo un concepto que trabajo mucho, especialmente con gente joven: además de esos derechos que uno siente que debe reivindicar, tenemos una serie de deberes. Y para una buena convivencia es importantes colaborar, contribuir y ser coherente entre lo que pensamos, lo que decimos, lo que sentimos y lo que hacemos.
¿Han cambiado las prioridades de la gente?
Pues sí, he visto que para muchas personas han cambiado las prioridades. Por ejemplo, prioridades en relación a las relaciones familiares o incluso sobre a qué dedico mi vida. Personas que a lo mejor no eran felices o no les gustaba su trabajo. O incluso personas que estaban involucradas en relaciones tóxicas y dañinas. Después de esta experiencia y de la reflexión y del análisis, han decidido ser valientes y dar un paso no solamente a la hora de buscar ayuda, sino de cambiar y de darse la oportunidad de mejorar.
He trabajado con muchísimas parejas cuya relación estaba deteriorada, y esta situación tan dramática y dolorosa les ha ayudado o empujado a revisar su vida, cuáles son sus prioridades o sus objetivos. Y quizás también a priorizar el autocuidado. Y esto está directamente relacionado con la propia salud, no solamente la física, sino también la mental y emocional.
La salud mental, la física, la emocional y la relacional son pilares esenciales, y si tenemos las cosas claras, si nos conocemos y sabemos esa diferencia entre lo que quiero, lo que necesito, lo que creo que debo hacer, dónde están mis compromisos y propósitos, podremos ordenar nuestras prioridades, y también trabajar la diferencia entre lo que es urgente, lo que es importantes y lo que puede esperar.
Las redes sociales han jugado un papel bastante importante en nuestras vidas, especialmente estos dos últimos años. ¿Hemo desaprendido lo que es la convivencia con ellas?
Más que desaprender diría que continúanos aprendiendo. Parto de la idea de que las redes sociales, las nuevas tecnologías, son algo muy positivo. No solamente nos acercan al que está más lejos, sino que también nos da la oportunidad de poder informarnos libremente. Evidentemente es bueno saber dónde buscar. Pero que exista eso es libertad.
Tenemos la libertad, pero como en todo entorno libre, también todo tiene su otra cara, ese lado oscuro. Las nuevas tecnologías no son el problema, es el uso que se hace de ellas. Son las personas que las utilizan. Hay quienes las quieren utilizar para algo constructivo, para aportar, para dar, para compartir, para enseñar, para ofrecer información, o para enseñar a pensar.
Pero el ser humano es imperfecto, y ahí todos tenemos un lado oscuro. Quizás algunas personas son más perversas, más psicópatas, más dañinas y utilizan o manipulan. Ya sea o para fomentar el miento, o para controlar, o para hacer a las personas sumisas, y robarles esa libertad. El lenguaje, la comunicación, es fundamental, y qué comunicamos, o cómo comunicamos. Ahí hay un papel de responsabilidad que tenemos todos los que comunicamos.
"Todos hemos sufrido trauma vicario: llega un momento en que el sufrimiento ajeno se convierte en propio"
Pero hay mucho hater.
Están esas personas a las que les gusta crear confusión, y ese concepto que quizás antes no era tan evidente, pero probablemente sí existían: los haters, que aunque se utiliza el término anglosajón, se traduce como odiadores. Se te ponen los pelos de punta: hay personas que se dedican a odiar, que viven y conviven con la negatividad, con el odio, la rabia y la envidia, y eso mueve miedos y hace mucho daño.
Más allá de los haters, se suele decir que las redes sociales muestran versiones irreales de la vida de la gente.
Primero tenemos que partir de que el ser humano siempre quiere mostrar la mejor versión de sí mismo. En general, cuando nos hacemos una foto, aunque sea de grupo, la mayoría –y esto está probado científicamente– lo primero que busca en la foto es si sale bien: cómo se ve la propia imagen. A todos nos preocupa nuestra imagen. Hay personas que utilizan las redes sociales para dar una imagen de sí misma que no es tan realista, y no porque utilicen filtros. Quizás lo que necesitamos pensar es, sobre todo, en esas personas que quieren manipular o transmitir un mensaje que en un momento dado puede influir negativamente en otros.
¿Por ejemplo?
Hay personajes, ya sean públicos o no, hombres o mujeres, que utilizan esas imágenes, por ejemplo sobre el cuerpo, que pueden despertar en otros cierta inseguridad o incluso alimentar inseguridades hasta el punto de que puede llevar a gente joven a desarrollar trastornos alimenticios o dismorfofobia. ¿Qué es lo que a alguien le puede llevar a querer competir o producir eso? Ahí hay mucho que rascar e investigar.
¿Por qué estamos tan obsesionados por nuestra imagen?
Ya lo describía el psicólogo Abraham Maslow: queremos ser queridos, aceptados, pertenecer, pero también ser admirados. Todos tenemos un ego, pero no hay que confundirlo con el amor propio.
¿Cuál es la diferencia?
El amor propio es sano, como hay una parte del ego que es positiva: quererse, respetarse, hacerse respetar y saber marcarse ese límite. Pero después hay un ego que es muy peligroso, tanto para uno como para los demás, que es el que despierta ese narcisismo que lleva a las personas a utilizar a otras, a manipular, a utilizar con intenciones negativas.
En las redes sociales, los que trabajamos en salud mental observamos que esos egos son muy evidentes, pero a la vez tienen unas consecuencias muy negativas en la vida y en los sentimientos de otras personas. No hay filtro.
¿Y la solución?
Sobre todo, a la hora de educar, a los estudiantes, a los jóvenes, incluso de educarnos a cualquier edad, con respecto a las nuevas tecnologías y las redes sociales, la clave está en aprender a identificar los bulos, las fake news, y esa otra pandemia que estamos viviendo que se denomina infodemia, toda esa desinformación y manipulación. Todos necesitamos aprender a detectar lo que no es real, lo que está manipulado, y no siempre es fácil, todos caemos en algún momento sin darnos cuenta.
Viajemos un momento en el tiempo, hace 20 años viviste en primera persona el 11-S. ¿Qué recuerda de aquel día?
Recuerdo ese día con horror, uno de los peores de mi vida, y uno de los más traumáticos no solamente para mí, sino para muchas personas. Porque lo que ocurrió no solo cambió a Estados Unidos, sino al mundo entero: cambió la economía, las relaciones internacionales, la política… hay un antes y un después.
"El aprender a convivir contigo mismo es quizás el pilar esencial para aprender a convivir con los demás"
Hubo unas consecuencias conscientes, como la parte económica o el miedo. Y otras de las que no somos tan conscientes, pero que afectan a nuestra vida: desde las relaciones familiares a la economía familiar, al trabajo y a cómo miramos el mundo, cómo viajamos y cómo sentimos nuestra libertad. Y, sobre todo, un concepto que nos marcó a todos: la seguridad. El sentimiento de seguridad cambió y seguimos sintiéndola diferente.
¿Cómo le afectó a nivel psicológico estar en Nueva York hace 20 años?
Afectó a mi salud emocional y me perjudicó, pero intenté trabajarlo, superarlo, pedir ayuda. Hacer algo al respecto y cuidarme primero para poder hacer mi trabajo. Para muchos que lo vivimos de cerca, nos llevó a revisar nuestra vida, a tomar decisiones personales, a priorizar, a hacer limpieza… Después de eso, me especialicé en trauma y lo sigo trabajando, no solo para las situaciones relacionadas con el terrorismo sino para otras situaciones.
¿Qué aprendizajes saca de una situación como la del 11-S?
Una de las cosas que aprendí es que no puedo cambiar el pasado, forma parte de mí, así que trabajo mi trauma, porque no lo olvidaré jamás. De hecho, hace un par de semanas estuve en Nueva York y fui por segunda vez a la zona cero. Y lo he sentido y vivido diferente: por primera vez he encontrado paz y serenidad.
Convivo con ello como estamos conviviendo todos con esta situación pandémica, pero la vida sigue. Y Nueva York es una ciudad que se regenera, que cae, que vuelve a resurgir… y por eso estoy totalmente convencida de que de esta pandemia, o de cualquier situación personal que no tenga que ver con la covid, se puede trabajar para superarla.
¿Cómo afecta a la salud emocional eventos traumáticos como un atentado?
La experiencia traumática deja un recuerdo terrible. Marca, deja huella en tu memoria emocional para siempre. Hay situaciones, sonidos u olores que forman parte de ti y que a veces hacen de máquina del tiempo y te teletransportan psicológicamente a esos momentos tan dolorosos. Dejan secuela, porque mientras que tengamos memoria estará la secuela emocional de ese recuerdo. Pero la mayoría de las personas aprenden a superarlo, que no es olvidarlo.
Si se hace un trabajo personal bueno y se trabaja ese trauma, uno puede crecer y, sobre todo, desarrollar la personalidad resistente, que es resiliencia, donde uno aprende de la experiencia vivida pasando por todas las dificultades. Pero procesar el duelo es fundamental y forma parte de la vida, como gestionar esas emociones de tristeza, de pérdida, de desazón, de incertidumbre –ya sea con ayuda o por uno mismo–. ¿Qué es lo que yo necesito para superar este dolor? No para olvidarlo y guardarlo en un cajón, sino para tratarlo con cariño.
"Queremos ser queridos, aceptados, pertenecer y ser admirados. Pero no hay que confundir el ego con el amor propio"
Porque, muchas veces, las personas se enfadan con ellas mismas porque sienten algo negativo y no saben cómo deshacerse de ello, como si fuera un parásito. Y no, el dolor, la tristeza, el duelo, la pérdida… hay que tratarlos con amor, aunque tampoco quedarse sentados en el charco, sino hacer algo también cuando uno esté listo para ello.
Otros eventos traumáticos, cada vez más frecuentes, son los derivados del calentamiento global y el cambio climático.
Con respecto al clima, podemos tener una actitud, primero, responsable. Ser responsable y estar pendiente, contribuir al cuidado del entorno, a cómo gestionar nuestra basura, que existe y va a existir, que no podemos borrarla. Es como las emociones negativas, no podemos anularlas, vamos a sentirlas –la ira, la tristeza, la inseguridad–, pero todo depende de qué hagamos con ellas cuando las sentimos.
Lo mismo cuando hablamos del clima: si lo tratamos de manera responsable, contribuimos a un entorno y tenemos una actitud ecológica, será positivo porque nos ayudará a nosotros mismos como a nuestra casa.
El tener una actitud responsable, pero también realista es fundamental. No pensando sólo en el ahora, en el presente, sino en el futuro. Y en ese futuro tener una visión y una misión, y tener un propósito sin obsesionarse. Porque todo lo que lleva a la obsesión nos lleva a vivir en el miedo, y no pensamos bien cuando vivimos en el miedo, no resolvemos los problemas cuando estamos atascados en la parálisis por análisis. Cuando estamos asustamos tenemos visión túnel, no podemos analizar, ni explorar, ni pensar, ni usar bien la imaginación.
Lo mismo ocurre con la pandemia, ¿no?
Uno de los aprendizajes que hemos tenido dentro de esta tragedia pandémica es que todos hemos recibido un impacto: se ha visto afectada nuestra salud mental, y eso nos ha hecho ser más conscientes, buscar e informarnos más. La necesidad es lo que lleva al ser humano a cubrir las necesidades posteriormente.
En España hay muy buenos profesionales tanto en la salud pública como en la privada, pero no son suficientes. Mi objetivo durante este periodo tan difícil no ha sido solo concienciar o sensibilizar, sino naturalizar que es esperable que estés teniendo ataques de ansiedad o angustia por la situación, o que el trauma lleve a desarrollar el síndrome de estrés postraumático.
La salud mental en España ha sido una de las grandes olvidadas en el sistema sanitario.
Ahora hace falta hacer una inversión importante en salud mental, a partir de esta concienciación, porque si no vamos a tener unas consecuencias devastadoras. Y todo eso no solamente va a afectar a la salud de la población o a nuestro día a día y bienestar, sino que va a afectar a la economía, a las políticas, al sistema de salud…
Una población que esté sufriendo, que esté dañada, y que no reciba los cuidados que necesita, va a dejar secuelas. Tener una actitud responsable en estos momentos es fundamental.
Respecto al trauma, hay un tiempo para actuar: tenemos un tiempo para poder abordarlo y prevenir lo que puede ocurrir después. Si no nos ocupamos ahora, lo que vendrá es diez veces peor que lo que estamos viviendo.
Las cifras son alarmantes, en 2020, solo en España, 3.941 personas se quitaron la vida. ¿Estamos fracasando como sociedad?
El suicidio es un indicador, más que de fracaso, de que aquí hay un problema al que hay que prestar atención. Quizás el término fracaso es la conclusión a la que llegamos, pero estamos a tiempo. Esos números son devastadores. Pero no solamente en términos de suicidio.
"Para una buena convivencia es importantes colaborar, contribuir y ser coherente"
Investigaciones de la revista Lancet señala que durante el 2020 y el 2021 –los años de pandemia– han aumentado en un 170% las ventas de antidepresivos y ansiolíticos, por ejemplo. También ha aumentado de manera drástica –y me preocupa profundamente porque no se le está prestando la suficiente atención– las adicciones al alcohol o a las drogas –las adicciones a sustancias– y a lo que se denomina las adicciones sin sustancias, como a las nuevas tecnologías, a las redes sociales o la ludopatía.
En España ya hay más de medio millón de ludápatas.
La ludopatía no es solo apostar dinero, es que hay plataformas que aparentemente parecen un juego para niños que tienen monedas virtuales. Son los creadores de los futuros ludópatas. En las investigaciones se ha encontrado que la ludopatía ha subido en porcerntajes altísimos en chicos y chicas de entre 14 y 25 años.
Están pasando una serie de cosas que no estamos haciendo bien. Estamos fracasando en no prestar atención, pero tenemos la oportunidad de hacer algo al respecto, así que vamos a hacerlo.
¿Eres optimista?
Ya en muchas situaciones y círculos se está haciendo algo. Ahora bien, ¿vamos al ritmo que necesitamos? No. Vamos lentos. Pero vamos avanzando. Aunque necesitamos meter un poco más de presión, porque si seguimos por el mismo camino vamos a dejar en la cuneta a muchas personas que después provocan consecuencias no solo en su propia vida, sino en sus entornos.
Las adicciones son los destructores de familias, es devastador y si lo podemos prevenir, ¿por qué no? Vamos a esforzarnos por el bien de todos, para crear una sociedad saludable, con un buen sistema inmune a nivel social, que pueda reaccionar para protegernos y proteger a otros.