La reacción de los obispos españoles ante el catastrófico informe que acaba de presentar el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, acerca de los abusos sexuales en el ámbito eclesiástico ha sido desconcertante en general. También la del metropolitano de Ciudad Real, Gerardo Melgar, que uniéndose al de otros mitrados españoles considera un “fallo” y tacha de “decepción” la colaboración que la Iglesia española ha tenido con el Defensor del Pueblo en la elaboración de semejante informe. Una frustración, según Melgar, que sin embargo afecta a unas 440.000 víctimas de pederastia que durante su infancia sufrieron abusos en el ámbito religioso por parte de sacerdotes, religiosos y laicos al servicio de la congregación. Un vil atropello que para el obispo de Ciudad Real es tan sólo “un ejercicio de discriminación clara hacia la Iglesia".
Una exclusión que revela la dimensión de un gravísimo problema que sufrieron cientos de miles de personas en este país, y que durante años la Iglesia ocultó, desdeñó o ignoró. Un informe necesario “para dar respuesta a una situación de sufrimiento y de soledad que durante años se ha mantenido, de una u otra manera, cubierta por un injusto silencio”, sostiene en su informe el Defensor del Pueblo. Sin embargo, el obispo de Ciudad Real -que el pasado mes de septiembre presentó su renuncia ante el papa Francisco al cumplir los 75 años- sigue sin reconocer la magnitud del problema y el daño causado a las víctimas y sus familias. Melgar antepone la reputación de la Iglesia, a la que pretenden quitar “el valor y el prestigio”, al justo reconocimiento, reparación de los damnificados y castigo para los culpables.
Resulta todavía sorprendente que el obispo de Ciudad Real y otros prelados e instituciones de la Iglesia sigan reacias a reconocer la certidumbre y nieguen sistemáticamente la evidencia de un problema que ha sacudido también a las sociedades de otros países. Naciones, sin embargo, cuyas conferencias episcopales hace tiempo que por iniciativa propia investigaron los abusos sexuales en su área de influencia, dándose a conocer tanto los resultados como el reconocimiento de los hechos. También por el Papa Francisco que en varias ocasiones ha mostrado su inequívoca actitud respecto a estos abusos, y su determinación por sentar las bases de una progresiva transformación de la Iglesia acorde con los considerables cambios de la sociedad en los últimos años. Un proceso donde el obispo Melgar niega la magnitud del problema, empecinado en seguir encubriendo, despreciando e ignorando un informe consternador que ha sacudido a la población de este país.