Ucrania, la guerra y el naufragio las conciencias
Hace justo una semana que empezó la guerra en Ucrania, una nueva guerra. Una guerra que nuestras conciencias no se terminaban de creer, ni siquiera como posible; hasta que la realidad y las declaraciones de Vladimir Putin a las 4 de la madrugada y las sirenas sonando sobre Kiev sobrepasaron los límites de nuestra conciencia en aquel momento y sobrepasaron también las declaraciones de Putin unos días antes, en las que dijo que dicha invasión no iba a producirse y que dicha idea respondía a una «invención de Occidente». El sonido de las sirenas retransmitidas por Televisión volvió a sobrecogernos, como cuando antaño lo hicieran las sirenas de Sarajevo en los años 90 en la península de los Balcanes y en nuestro mismo continente Europeo.
El panorama no puede ser más desolador (de nuevo) y como sucede en todas las guerras. Ucrania como país atacado e invadido militarmente por Rusia ha despertado la simpatía de la gran mayoría de nosotros (yo mismo incluido), de la misma forma que despierta nuestra simpatía el compañero de clase débil con el que se emplea precisamente el matón de instituto para demostrar su fuerza y su poder contra quien no puede estar a su misma altura para así someterlo a los designios de su voluntad.
Putin nos demostrado que no es un líder democrático, sino todo lo contrario: autocrático y autoritario, que encarcela a sus principales opositores -como Navalny- y al que no le importa nada el sufrimiento y la destrucción que pueda llegar a causar con tal de conseguir sus metas y objetivos. Pero quizás nos lo haya (de)mostrado demasiado tarde, o quizás la mayoría de nosotros hayamos llegado tarde a reconocer que esa es la verdadera realidad del líder político del país más extenso del mundo, Rusia; al que, entre otras cosas, le hemos estado financiando la campaña militar, que ahora se cierne cruelmente sobre toda Ucrania, con los altos precios del gas y del petróleo y de los cuales Rusia es el principal proveedor de la UE.
No deja de ser aleccionador el hecho de que podamos pensar ahora que las campañas militares anteriores, que desarrolló Rusia desde el año 2000 fueron, en realidad, un entranamiento y una preparación para llevar a cabo la mayor amenaza que enfrenta Europa desde finales de la 2da Guerra Mundial. Operaciones militares rusas como las que llevó a cabo la Rusia de Putin en Chechenia o en Siria en apoyo a Al-Ásad y que apuntalaron a dicho régimen criminal a base de fuego de artillería, bombardeos indiscriminados, cruentas y salvajes operaciones militares y de numerosas y fragantes violaciones de los Derechos Humanos. Operaciones militares generaron un sufrimiento y un éxodo humano inconmensurable que, en aquella ocasión, la mayor parte se quedó a las mismas puertas de Europa, en Turquía.
Es verdad que incluso una parte de la izquierda llegó incluso a justificar y a apoyar a Al-Ásad como paladín laico y socialista, y a la intervención rusa como anti-imperialista y anti-occidental. Todo ello, a pesar de que Putin y Donal Trump se entendían perfectamente bien y eran y siguen siendo muy buenos amigos, y a pesar de que Rusia con todo esto lo que añora es volver a ser un imperio capaz de imponerse por la fuerza militar a sus vecinos y a terceros países. Se justificaba incluso la anexión de Crimea y las operaciones rusas sobre el Donbass ucraniano a partir de 2014. Todo aquello corre ahora el riesgo de quedarse en un mero entrante de lo que puede cernirse a partir de ahora sobre Europa y que esta vez no ocurrirá en un rincón olvidado del mundo y de nuestras conciencias, como lo fue Chechenia o como lo fue Siria a partir de la represión violenta y militar de la primavera árabe.
De esta manera, el autoritarismo nacionalista de un país (que por otra parte cuenta con tantas otras reproducciones afines en tantos otros países del mundo bajo la forma de partidos de ultraderecha, y que hasta la fecha de la invasión de Ucrania se mostraban sin ningún tipo de escrúpulo como amigos de Putin) ha invadido Europa, ha invadido las fronteras de un país Europeo que ansiaba, precisamente, avanzar en la democracia y unirse a la Unión Europea para desvincularse de la herencia autocrática de Rusia y de la extinta Unión Soviética. Una autocracia que sobrevive en la actualidad en clave nacionalista y en un oligarco-capitalismo en la que la riqueza es literalmente robada al pueblo ruso por parte de una élite aristocrática y oligárquica que vive en capitales europeas en medio del lujo de yates de hasta 25 millones de euros.
Europa, la Unión Europea, ha estado a la altura y ha respondido automáticamente a la materialización de las amenazas rusas y ha emprendido numerosas sanciones contra la economía de la guerra rusa. Se trata, no obstante, de sanciones que tardarán producir sus efectos y la clave estará en si conseguirán parar la maquinaria de la guerra de Putin antes de que las fuerzas ucranianas, armadas de valor y de arrojo por defender a su país, pero en clara inferioridad de medios, dejen de tener capacidad de resistir la embestida militar rusa.
Además de las sanciones económicas, se va a apoyar con armamento, que igualmente se espera que no llegue demasiado tarde. Y se va a hacer -lo de entregar armas al Estado y al pueblo ucraniano- como no se hizo pero se debió de hacer en el siglo pasado con España por parte de las potencias democráticas europeas -Reino Unido y Francia-, cuando ésta sufrió un golpe de estado militar, que desencadenó una guerra civil; pero en la que intervienen unidades militares de la Alemania nazi y de la Italia fascista de Mussolini en favor del bando sublevado contra la democracia española. Que se esgrime por parte de algunos que hay parte de la población ucrania sería racista o de ultraderecha… Respondo a ello que eso mismo puede decirse de una parte de la población de nuestro país, España; pero que no por eso dejaría de pedir y exigir ayuda para mi país en caso de que este sufriera una invasión de una potencia extranjera.
Personalmente me resulta altamente insoportable comprobar como una mal llamada así misma «izquierda» se opone a dogmáticamente todo lo anterior y sigue defendiendo que «la diplomacia es el único camino», cuando la realidad es que Putin no es sino un criminal de guerra, que es experto en marear a políticos y diplomáticos europeos, y que lleva desde el año 2000 distribuyendo su propaganda por medio de canales y medios de comunicación patrocinados directamente por el propio Kremlin. Pero unos canales que gracias a la actuación de la Comisión Europea han empezado a ver bloqueada y restringida su emisión en Europa a partir de ahora. Aquellos que se niegan a tales medidas representan a una izquierda escolástica, que ha perdido el contacto con la realidad, que se se resiste a abandonar las categorías y conceptos ancestrales propios de la Guerra Fría y del siglo XX; y que se resiste a reconocer la gravedad del momento ante el que nos encontramos. Quizás ello suceda porque les debe de resultar muy reconfortante pensar que siguen teniendo razón contra viento y marea y en contra de precisamente la realidad misma. Todo ello a pesar de que el mundo ha experimentado un enorme vuelco -pues ha cambiado enteramente- y de que la realidad sigue una y otra vez sin darles la razón y no se atreven a comprobarlo por ellos mismos.
Es verdad -y esto es algo de lo que nadie duda- que se suele confundir de manera un tanto oportunista libertad o liberalismo político con el (neo)liberalismo económico. Ambas cosas no son lo mismo, e incluso pueden llegar a ser cosas contradictorias la una con respecto a la otra. Pero, por favor, que los que se crean «de izquierdas» no confundan y hagan lo propio con respecto al autoritarismo e imperialismo oriental de Rusia y el anti-capitalismo o el anti-imperialismo; pues sería un error fatal el unir o ligar una cosa con la otra. Un error fatal que implicaría que nuestra conciencia naufragase en un mundo demasiado peligroso, y que ahora mismo se encuentra asomado ante el mismísimo abismo. Pero un fatal error que puede hacer que el mundo se precipite aún más sobre él si nuestras conciencias naufragan. Europa vive sus horas más críticas desde el final de la 2da Guerra Mundial. Esperemos que Europa, como unión que es de Estados democráticos y de Derecho, como países de una parte del mundo que representan los valores de la libertad, de las normas y reglas democráticas y respetuosas del Derecho Internacional terminen resistiendo la embestida neo-imperialista rusa; y así el mundo tal y como lo conocemos no termine sucumbiendo junto con nuestra conciencia ante la oscuridad y los peligros que la están amenazando, tanto a ella como al resto del mundo. Por tanto, pido que triunfe la Paz, la Libertad y la democracia y que éstas no sucumban, resistan y le ganen la batalla al autoritarismo. Pero, para que eso mismo ocurra, es preciso también que nuestras conciencias no naufraguen y no se suman en la oscuridad.
¡No a la guerra de Putin! ¡Gloria al pueblo de Ucrania!