Desde las bulerías de Bernarda y Fernanda de Utrera o Adela la Chaqueta, no se había visto palmeo más grande en la escena española que el de María Jesús Montero a Pedro Sánchez cada miércoles por la mañana. La historia del flamenco hubiese sido otra si a nuestra diva le hubiera dado por acompañar a Falete o en su momento, a Bambino. Nadie toca las palmas como ella, tan grandes, tan abiertas, tan locas. Es un dechado de virtudes y alegrías, a medias entre el tanguillo y los fandangos, dependiendo de la letra y el espíritu del artista cada día. Pero no hay duda de que María Jesús Montero se ha convertido en la mejor y mayor aplaudidora del régimen. No obstante, forma parte de él, como cuando a Solís Ruiz le decían la sonrisa de Franco. Cada momento tiene su lectura y este, sin duda, entre amnistías, corruptelas y fascistas, es el de las palmas de Chiqui. O Chiki para los del PNV y Bildu.
Tampoco los Cantores de Hispalis pensaron en ella y la declaración de la renta que habremos de presentar estos días cuando cantaban aquello de “tócala, tócala, toca las palmas”. Así llevamos el mes de junio, en un termidor fiscal que no se acaba nunca, como las sevillanas de María del Monte… Todo para pagar la fiesta de la aplaudidora y la financiación especial de Cataluña. Vamos, para que Pedrito de Moncloa siga cantando unos cuantos meses más en el Patio del Congreso. Los leones de la Carrera de San Jerónimo, fundidos con plomo de Tetuán, juntan también las pezuñas cuando Chiqui palmea a cara abierta cada miércoles por la mañana. Estamos como en aquel programa de los ochenta que se llamaba Aplausos. Montero, en cambio, tiene una manera de aplaudir que hacía mucho tiempo no se veía. Un clásico, podríamos llamarla. Separa el meñique del resto de la mano, con lo que es muy difícil retener el aire entre los dedos y el efecto es mucho mayor. Pruébenlo ustedes en casa y verán. Y si pueden, con el Se me va, de Bambino. Sale la ecuación y regla de tres perfectamente.
La derecha rancia dirá que no son tiempos de aplaudir. A la derecha siempre le falló el sentido del humor. No como a María Jesús, que dejó su acordeón pero le dio por las palmas. Nadie aplaude como ella en el ruedo ibérico. Ni sus rizos corren tanto como cuando sus manos hablan. La Pradera cantaba con las manos. Ella habla por los codos, pero las palmas son testigo de su arte. Un amigo andaluz me advirtió hace tiempo de la joyita que mandaban para Madrid. No le faltaba razón. El aire se viste de duende cuando agita las manos… Y si abre la boca, ya es gloria bendita. Nunca el arte tuvo tanto pellizco cuando sus labios deliran. Su poema está aún por escribir. Yo me pongo y me pongo, pero no me sale… Temo que se me escape el aire y no me alcance. Pero yo la admiro. En silencio. Porque ya habla ella y se zarandea sola. Los palmeros, eternos secundarios, nunca tuvieron musa tan canalla. Ole, ole y ole.