Tambores de guerra (electoral)
Aún no se ven con claridad, pero las elecciones autonómicas y locales empiezan a intuirse. Y esa ligera sospecha, la certidumbre de que las urnas se esconden detrás de los árboles del próximo curso político, es suficiente para que unos y otros empiecen a acicalar el casco, a preparar la armería (dialéctica, estratégica) y a salivar ante una hipotética victoria.
Se palpa en el ambiente ese olor especial, verdad, ese gusanillo que empieza a recorrer el estómago de diputados, alcaldes, senadores, concejales, y, sobre todo, de aquellos que aspiran a ser algo de todo eso. En la mente de un político, las elecciones son el marcapasos que mueve sus instintos, esa frontera que, cada cuatro años, les acelera el pasaporte. ¿Cuál será mi próximo destino?, se preguntan frente al espejo, mirando el calendario, soñando con la tribuna de oradores, con que le suene el móvil y al otro lado haya un periodista, imaginando cómo será eso de tener mando sobre el presupuesto.
No está siendo una legislatura fácil para el gobierno regional. Llegó Page al poder extasiado: aquella noche de mayo en que le venció a Nacho Villa (perdón, a Cospedal) le pilló de improviso, no se lo podía creer, y tanta felicidad le impidió atisbar el infierno aritmético al que se enfrentaba. Podemos, que es el monstruo que ha venido a vernos a todos, se ha acabado comiendo la imagen centrista de García-Page. El presidente moderado del PSOE es ahora el jefe de un ejecutivo que vicepreside el representante de un partido que defiende la ruptura del gran consenso de la transición. Y, mientras, Milagros Tolón de alcaldesa aspirante a casi todo y con los apoyos pertinentes más acá de la M-30.
En el PP, la cita con las urnas es algo así como una botella a medio llenar. Es la última oportunidad del tándem Cospedal-Tirado para regresar al poder antes de que el partido vuelva a dinamitarse. De momento, el todopoderoso secretario general mantiene el barco a flote con los argumentos de toda la vida y los candidatos, los seguros y los probables, a medio vestir. La clave es Toledo, como siempre. En los últimos años, la capital era el regalo envenenado de las listas, básicamente por las reiteradas negativas de Arturo García Tizón. En cambio, Jesús Labrador se está fajando en el ingrato día a día de la política municipal. Dicen que su futuro está en Madrid y que en la Posada de la Hermandad huele a candidata. Si es en la que todos estamos pensando, que tiemble la citada Tolón.
Una línea sobe los nuevos: Podemos afila la hoz y el martillo sin disimulos y en Ciudadanos confían en que la próxima cita con las urnas no se les vuelva a atragantar la ley electoral. De sus pactos del día después dependerá casi todo.
Y el tambor de las elecciones suena también en los medios. Hoy he leído en uno de los tradicionales feudos del soplo socialista cómo insultan a Carmen Riolobos. Dicen de ella que no sabe conjuntar bien su vestuario. ¿Dónde están las que decían? Lo del feminismo de algunos debe ser que se fórmula en depende.
Se acercan las elecciones y empieza a valer todo, los matices se van perdiendo y la verdad empieza a ser reformulada. Dijo Bismarck que “nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”. Y en eso estamos.