Medio Siglo de Oro de la poesía española
Una parte de mi tiempo de arresto domiciliario la dedico a repasar viejos libros empolvados y me encuentro con una fotografía en la que aparecen reunidos, y algo perplejos, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Luis Buñuel, Guillermo de Torre, José Caballero, Pepín Bello... y María Teresa León, María Antonieta Hagenaar, Delia del Carril. La esposa y la amante de Neruda juntas tras un almuerzo literario en Madrid.
Pablo Neruda lloró el desdén de Albertina Rosa Azócar. Desmedidamente enamorado, escribió para ella una veintena de poemas de amor y una canción desesperada, pero Albertina se casó con Juan Guzmán Cruchaga, que, para mayor inri, era poeta, y no desdeñable. Conocí a la frustada musa de Pablo Neruda en su floristería de Santiago.Tenía ya más de ochenta años. El joven Pablo Neruda refugió su dolor en Asia, en misión diplomática representando a Chile. En Java conoció a María Antonieta Hagenaar, una atractiva mujer holandesa a la que Rafael Alberti llamaba “la gigante” en atención a su altura física, a su belleza y a su idiocia. Pablo se casó con ella en Yakarta, para olvidar los amores desdeñados; y en Madrid, en 1934, nació la única hija del poeta: Malva Marina. Federico García Lorca escribió un poema para la niña que no se publicó hasta 1984, siendo yo director del ABC verdadero. Vicente Aleixandre escribe que se quedó horrorizado al ver a la niña.
Malva Marina nació prematura, con hidrocefalia y deforme. Federico se guardó su poema, cuatro cuartetos publicados en ABC cincuenta años después gracias a la intervención de mi inolvidada amiga Matilde Urrutia, la esposa que Pablo adoró hasta su muerte en 1973, cuando triunfaba el golpe y la dictadura de Pinochet. “Niñita de Madrid, Malva Marina –escribió Federico–, no quiero darte flor ni caracola. Ramo de sal y azul, celeste lumbre, pongo pensando en ti sobre tu boca”. En contra de lo que alguien ha publicado, Neruda me dijo que atendió a su hija siempre enviando incluso dinero al Ámsterdam ocupado por los carros de combate de Hitler. La madre se desentendió de la pobre niña y Malva Marina murió en Gouda en 1943, acogida por una familia extraña, cuando se escuchaban allí las pisadas de los soldados nazis.
Pablo Neruda y Federico García Lorca estrecharon su amistad en Madrid. En Buenos Aires, donde se conocieron y homenajearon a Rubén Darío, dedicaron una revista de un solo ejemplar a Sara Tornú. Pablo asumió los textos; Federico, las ilustraciones, de aliento surrealista, entre las que estremece una en la que se pinta sangrando con la cabeza cortada. Los textos del poeta chileno se encuadran en su mejor poesía. Alguien me dijo en Santiago, hace años, que esta joya literaria no se encuentra en la biblioteca de la Fundación Neruda. La compró, tal vez, un escocés en una subasta y yo no he vuelto a saber nada de su paradero.
Desgrano estos recuerdos para afirmar que los primeros cincuenta años del siglo XX fueron el medio Siglo de Oro de la poesía española, porque a los poetas de la fotografía que abre y habla en esta Primera palabra –García Lorca, Alberti, Miguel Hernández– se unían entones los nombres de Guillén, Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Cernuda, Salinas, Juan Eduardo Cirlot, Luis Rosales, Dámaso Alonso, Ángela Figuera, León Felipe, Gabriel Celaya, José Hierro, Carlos Bousoño, Caballero Bonald... Un largo rosario,en fin, que desbordaría con sus cuentas doradas esta página escrita por un veterano periodista enamorado de la poesía.
La poesía iberoamericana no le iba a la zaga a la española, con nombres como Pablo Neruda, Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias, Gabriela Mistral, Eduardo Carranza, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, José Lezama Lima, Alfonsina Storni, Nicolás Guillén, Pedro Antonio Cuadra, Nicanor Parra, Gastón Baquero y tantos, tantos otros.