Leí a Charles Simic por recomendación de Claudio López Lamadrid, que era muy aficionado a este poeta. Una de las últimas fotos de Claudio es un selfie junto a Simic, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2018, creo.
Simic falleció el pasado 9 de enero, en vísperas de que se cumplieran cuatro años de la muerte de Claudio. La cercanía de las dos fechas me tocó supersticiosamente y me movió a leer por fin Una mosca en la sopa (2003; Vaso Roto, 2010), el libro en que Charles Simic rememora sus años de juventud.
Qué libro tan bueno. Y qué divertido. Puro Simic, no se lo pierdan. Si no lo han leído todavía, bien puede servirles como puerta de entrada al resto de su obra. Si el tipo que se pinta allí no les cae simpático, déjenlo correr.
El caso es que, en su recuento autobiográfico, Simic habla de un libro que “cambió radicalmente”, dice, su concepción de la poesía. “Fue una antología de poetas latinoamericanos contemporáneos que compré en la calle Ocho”. Se trata de Anthology of Contemporary Latin-American Poetry, seleccionada por Dudley Fitts y publicada por New Directions en 1942. Las traducciones de Fitts, entre ellas las de clásicos griegos, son al parecer legendarias. El caso es que a través de sus versiones se asomó Simic a la poesía de Jorge Luis Borges, de Pablo Neruda, de Nicolás Guillén, de Vicente Huidobro, de César Vallejo, de Octavio Paz y muchos otros.
“Después de leer aquello –escribe Simic– la poesía de las revistas literarias que frecuentaba me parecía demasiado cauta”.
En esta obra se asomó a la poesía de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Vicente Huidobro, César Vallejo, Octavio Paz y muchos otros
La antología de Fitts incluía a un buen número de poetas, muchos de ellos apenas recordados en la actualidad. Charles Simic cita un poema del poeta haitiano Émile Roumer, francófono: “Marabú de mi corazón, de pechos de mandarina, / sabes mejor que las berenjenas rellenas de cangrejo, eres la carne de mi guiso, / los tropezones de mis guisantes, mi té de hierbas aromáticas / […] / Mi anhelo de amor te sigue donde vayas. / Tu culo es una hermosa cesta rebosante de frutas y carnes”.
Y añade a continuación: “El surrealismo popular, el erotismo, los raptos de romanticismo y la retórica de estos poetas me resultaban mucho más atractivos que lo que había encontrado en la poesía francesa y alemana que había leído hasta entonces. Como era de esperar, empecé a imitar a los latinoamericanos inmediatamente”.
La antología de Fitts estaba ya descatalogada por las fechas en que Simic se la agenció, hacia finales de los años 50. Su testimonio –el de un veinteañero recién llegado de Europa, que malvive con trabajos de mierda, que deambula por las calles de Nueva York sin rumbo fijo, que por las noches garabatea furiosamente cuanto le pasa por la cabeza, cuando no está leyendo todo lo que tiene a su alcance– contribuye a cobrar conciencia del resplandor que a mediados del siglo XX emitía la poesía latinoamericana, repleta de grandes figuras. Y eso dos décadas antes del estallido del boom.
Por los años en que Simic leía a los poetas latinoamericanos, uno de ellos, Nicanor Parra, acababa de poner patas arriba las coordenadas de la poesía del continente con la publicación de sus Poemas y antipoemas (1954).
Sorprenden, retrospectivamente, los paralelismos de la poesía de Parra con la que Simic comenzó a publicar no mucho después. El primer libro de Simic, What the Grass Says, es de 1967, el mismo año en que New Directions publicó en inglés Poems and Antipoems, con traducciones de Lawrence Ferlinghetti, Thomas Merton, Allen Ginsberg y James Laughlin, entre otros.
Escribía esto y recordé que estos días se han cumplido cinco años de la muerte de Parra, el 23 de enero de 2018. “La muerte es un hábito colectivo”, decía. Eso parece.