'Luna sin rostro': Antonio Rivero Taravillo celebra la existencia y la muerte a través de su “labor lunática”
El escritor firma un libro de tono grave, meditativo y elegíaco, ni solemne ni sentimentaloide, dividido en siete series.
25 marzo, 2024 01:38Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) ha escrito un libro de tono grave, meditativo y elegíaco, ni solemne ni sentimentaloide, dividido en siete series, que induce al lector a pensar si el anuncio de que padece una grave enfermedad es aquí testimonial o premonitorio.
“Carga y gravamen” sirve, al empezar, de paradigma. La melancolía se impone: “este hombre de hoy / sin porvenir”, “Esa agua estancada, eso soy yo”, “No hay nada en que no haya fracasado”, “Paseo mi cadáver”… En las múltiples evocaciones de la infancia (globos, témperas), en los recuerdos de sitios y viajes (Grecia, Irlanda, México, San Francisco…). “Qué extraño pegamento, la memoria”, escribe, y “El pasado es pegajoso”.
Mediante un ritmo peculiar elaborado a golpe de encabalgamiento (“Tal vez busquemos en el verso, / en su armonía y ritmo, / el ritmo y la armonía / que no hay en nosotros”), Rivero Taravillo hace frente a la extrañeza de las cosas y se acerca, no sin ironía, a lo más humilde y cercano: una hormiga, el jabón, las patatas, una etiqueta, torres eléctricas con cigüeñas.
Al desnudo, sin ambages: “Va siendo hora de hablar de mí”. Esto es, de la vida (“una inscripción grabada / sobre el vaho”) y la muerte: la de la gata Lolita, la propia, la de tantos. “Siempre encadenados a / la muerte”, “tanto crecer y para nada”, “tanto gasto de tiempo”, “¿Y no penden de un hilo nuestras vidas?”. “Formas de la destrucción” titula la cuarta parte del volumen, la más amarga.
Esta “labor lunática”, la poesía, sirve también al poeta afincado en Sevilla para celebrar la existencia. En “El deseo”, por ejemplo, o cuando “un mirlo en el jardín / viste de fiesta”. “El hombre más curtido se estremece / ante una flor que abre y lo interpela”. De palabras, sí, “el prolijo escudo de armas / del escritor”.