Image: Pasaje techado

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Poesía

Pasaje techado

John Ashbery

10 febrero, 2017 01:00

John Ashbery. David Shankbone

Traducción de M. Rodríguez-Gaona. Visor. Madrid, 2016. 220 páginas, 14 €

John Ashbery (Nueva York, 1927) es ya un autor clásico. No pocos especialistas consideran que se trata del poeta norteamericano más influyente del siglo XX. Desde Turandot y otros poemas (1953), sigue esforzándose por abrir nuevas vías literarias. Su veintena de poemarios ha tenido un eco especial entre los escritores de Hispanoamérica. En 1976 obtuvo el Premio Pulitzer con Autorretrato en espejo convexo, obra traducida al español por Javier Marías.

Las cuatro páginas firmadas por el prologuista y traductor Martín Rodríguez-Gaona sintetizan el contenido de Pasaje techado. En ellas se advierte a los lectores de la dificultad y riesgo que encierran las obras del poeta. A juicio de Rodríguez-Gaona, un volumen de estas características tendría escasas posibilidades de ser editado sin el respaldo del prestigio de Ashbery. Se refiere a un "lenguaje de incertidumbres". Opina que el escritor neoyorquino es "un espejo para quienes pretendan continuar por la senda experimentalista".

Pasaje techado, penúltimo libro de versos publicado por Ashbery en su país, se compone de sesenta y nueve poemas. El título del primer texto, "El sueño del diablillo de la tostada con salsa de queso", revela un gusto por los juegos de la ironía. Leemos a un hermano artístico de Mark Twain. Ashbery demuestra ser un maestro de la elipsis. Al fondo de sus palabras, unos leves rastros de melancolía. Un padre ocioso, un revoltijo o el sabor extraño del agua resumen la tristeza que el autor padece.

Los materiales de las composiciones son variados; están unidos con paradojas, lenguaje coloquial, sorpresas. En la misma pieza figuran la familia Kardashian, la reverencia de un líder, un animal extinguido y el J´accuse del célebre alegato de Émile Zola. Las descripciones fluyen deshaciendo cualquier lógica. La libertad del poeta se sirve de una canción de Charles Trenet, de geografías inventadas, de bromas inconexas. John Ashbery mantiene una convicción y la utiliza en su arte: la sintaxis es el espejo que mejor refleja la neurosis de nuestra sociedad. Y, cuando menos lo esperamos, transmite la nitidez de una línea: "Anhelo hablar con el fantasma de algún antiguo amante".

Ashbery, que recurre a su agudeza cómica para definirse como "manija de espíritu aburrido", observa los detalles de la vida cotidiana, incluidos los minúsculos. Las decepciones, un desayuno, la venganza y un corte de pelo caben en sus poemas. Menciona una monotonía hecha de parloteo, mugre, grietas sentimentales. No excluye los cachivaches de la modernidad. Mezcla Google y el píxel en una travesía nubosa. Al final logra crear una atmósfera con viajeros que se cruzan en un aeropuerto o en una estación de trenes. Asigna etiquetas a las personas que llegan, huyen, pasan por su lado. Sin olvidarse de unas misteriosas siluetas recluidas en casas. Todo ello introducido en una gran red de preguntas. Y el conjunto da un fruto: la soledad. John Ashbery lo expresa con tres versos que superan su sarcasmo habitual: "Desde las villas / de hierro de los beatos hasta las chozas de plumas / de los pobres de espíritu, se bordeó un silencio toda la noche".

Hace algunos años, Jaime Siles atinó al escribir que el neoyorquino es "un poeta de la inteligencia que no ha renunciado a la emoción". Sí, entre sus alardes de ingenio se filtra ahora cierta fragilidad. A pesar del pudor del poeta, el libro permite entrever un declive íntimo. Con alusiones a las citas médicas, se percibe el deterioro físico de un hombre que pronto será nonagenario. También la Naturaleza insinúa un apagamiento. Lo dice Ashbery: "Las catalpas de la reconciliación languidecen".

El artista José Luis Pastor ilustra de manera sugerente la cubierta de Pasaje techado. Gracias al prólogo de Martín Rodríguez-Gaona, sabemos que Pastor identifica la poesía de John Ashbery con un "extenso y desquiciado dial radiofónico". Es una imagen certera. Invita a sintonizar con un escritor que continúa renovando su lenguaje.

@FJIrazoki

(FRAGMENTO)

¿Por qué vacilar? Él no me apuñalará
cuando nos sentamos ampliamente pixelados
entre el horizonte y el piojo.
Hemos salido al mar, alguien dijo.
Dirijámoslo a nosotros
y nuestros varios gozos. Odio cuando
somos hechos de moco un minuto,
de piedra común al siguiente.
Lo pensaría primero,
y entonces allí estábamos,
más pronto otro que ese.

Todo esto podría haber sido evitado
si no estuviéramos haciendo nada.
Servicio de bayas disparado por ardillas,
no tienes que agradecer a todo el mundo.
El encanto del abuso canta en formas que no somos.
O nos podemos sentar y viajar, ceremonia sin propósito.