Canciones
José Mateos
6 diciembre, 2000 01:00Plenas y completas -unas pocas palabras verdaderas- nos llegan estas canciones, donde tantas cosas se nos dicen sin necesidad de decirlas
Sus prevenciones antes de publicar son semejantes a las de los lectores antes de abrir un libro. ¿Una colección de canciones de un poeta andaluz? ¿Otro gracioso, garboso y vacuo pastiche neopupulista? ¿No habían agotado ya la veta los cien mil hijos de Rafael Alberti?
Sólo quienes ya conocíamos de antemano la obra de José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) sabíamos que no íbamos a encontrarnos con ningún ejército de frívolo o pintoresco virtuosismo. Si en su libro primero, Una extraña ciudad (1990), se aventura a veces con una poesía de irónica narratividad, muy a la moda de los ochenta, ya en su siguiente entrega, Días en claro (1995), habla sólo de las cosas que verdaderamente le importan, del milagro de vivir rodeados de muerte.
La muerte, que espanta y fascina, es la protagonista de Canciones. A ella -esa sombra que nos acompaña siempre- está dedicado el soneto inicial: "Déjame que te mire cara a cara./ Quiero saber. No es mucho lo que pido./ Saber si eres semilla o sólo olvido,/ y si al entrar en ti todo se aclara". Al padre muerto se refieren algunos de los más intensos poemas, como la "Canción 5 (Diálogo en la oscuridad") y la "Canción 7", otra historia de fantasmas que vuelven para recordarnos "culpas, errores, agravios".
Una de las canciones recrea, muy significativamente, la historia de Lázaro, el hombre que volvió de la muerte. A pesar de su obsesivo centrarse en unos pocos temas, casi en un único tema, no hay monotonía en estas canciones, que a veces nos recuerdan al Juan Ramón más esencial y otras al becqueriano y despojado Bergamín de los últimos años: "Cuando me muera, es posible/ que yo esté vivo por dentro,/ que esté dormido y no encuentre/ la salida de mi sueño". La más próxima a la etapa neopopularista del 27 es la "Canción 29", que no en vano lleva el subtítulo aclaratorio de "Al modo de Gil Vicente", pero se trata de un Gil Vicente reinterpretado con mayor melancolía y menor alacridad.
Algunas de estas canciones pueden considerarse como un eco de un poema anterior del propio José Mateos. Ocurre así con la "Canción 18 (Cabo de Trafalgar)" y con la "Canción 21 (Cabo de Trafalgar antes de partir") que se refiere a la misma experiencia que dio lugar al poema Días en Trafalgar, del libro Días en Claro. El final de ese poema anuncia el que será el motivo central de las canciones: "Aunque también, a veces, salgo solo y me pierdo,/ busco un signo en la inmensa soledad de la noche,/ miro el cielo, los ritmos del faro, las estrellas,/ y me asalta, de pronto, la idea de la muerte".
Como en todo verdadero poeta, las coincidencias importan poco. José Mateos, cuando vuelve sobre lo ya hecho, no se repite: ahonda.
"Escribir no es hacer frases, amigo. Es copiarse el alma", dice la cita de Juan Ramón Jiménez que José Mateos incluye en el libro Soliloquios y divinanzas (1998) al frente de sus reflexiones sobre la poesía. En esa obra -donde el autor no le hurta el bulto a las cuestiones más trascendentales- leemos: "Un buen poema -incluso si habla de algo mínimo en un espacio mínimo- nos llega siempre como una plenitud, como una completa intensidad donde todo, absolutamente todo, queda dicho. breve o extenso, sencillo o difícil, si en un poema queda algo por decir, es lo mismo que si no se hubiera dicho nada. Y es que en un buen poema incluso callar algo es siempre decirlo mejor". Plenas y completas -unas pocas palabras verdaderas- nos llegan estas canciones, donde tantas cosas se nos dicen sin necesidad de decirlas.