Aire de familia. Historia íntima de los Baroja
Francisco Fuster
2 marzo, 2018 01:00Pío Baroja
No es la primera vez que Francisco Fuster (Alginet, 1984) entra en la vida de la familia Baroja, tan sui géneris y extraordinaria como era. Pero en este Aire de familia llega más lejos. Se aleja de la biografía al uso para ponernos un espejo frente a la última vuelta del camino de un clan en su intimidad, y entra de lleno en el alma de sus integrantes. Fuster ha logrado así un librito magnífico sobre el credo barojiano. Entre las peculiaridades de esta familia apasionante, que ha cubierto cien años de la historia de España, está su pasión por la memoria escrita. Todos sus componentes nos han dejado textos autobiográficos muy sustanciosos, que le han servido al autor para marcar el itinerario de su Aire de familia. "Si algo han compartido los Baroja -escribe en la introducción- ha sido una irreprimible tendencia a la melancolía y la nostalgia, unida a la necesidad vital de rememorar cualquier tiempo pasado y poner negro sobre blanco sus vivencias y recuerdos".El libro sigue un orden cronológico, así que empieza con la figura del patriarca del clan, Serafín Baroja, que incrustó en el adn barojiano actitudes innegociables: el individualismo, el liberalismo político, su difi- cultad en adaptarse a las convenciones y, por encima de todo, la independencia. Todas esas cosas que, junto a la indudable vena creadora, hicieron de los Baroja unos tipos gozosamente raros.
Francisco Fuster dedica a cada uno de ellos un capítulo; tras Serafín, llegan Ricardo, Pío y Carmen Baroja, y luego Julio y Pío Caro Baroja, la tercera generación de la saga. Especialmente triste es el de Carmen Baroja, autora de Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, tan negativamente marcada por la educación familiar "y el terrible error de haber pedido a la vida más de lo que en general suele otorgar". Para el autor, Julio Caro Baroja fue la síntesis del heredero, el sobrino que cuidó a don Pío hasta su muerte, el que tomó las riendas de la casa familiar de Vera, el encargado de perpetuar el aroma, "el aire" de una familia que, como dejó él mismo escrito "se salía escandalosamente de las normas".