Suárez y el Rey
Abel Hernández
6 noviembre, 2009 01:00Suárez jura su cargo como presidente ante el Rey. Foto: Archivo
Su autor, un conocido analista de larga y brillante trayectoria, es también un excelente conocedor de ese periodo, sobre el que nos ha dejado crónicas y ensayos de gran valor. Hace tres años recogíamos en estas mismas páginas el esclarecedor testimonio que nos ofreció en La España que quisimos. Diario de un periodista el año de la Constitución. El libro recogía el diario del autor en 1978 y complementaba la información contenida en otros testimonios, como el de Conversaciones sobre España (1994), la actuación de la Iglesia Católica, abordada en El quinto poder (1995), o la edición de discursos de Suárez, que se nos ofreció con el sugerente título de Adolfo Suárez. Fue posible la concordia (1996). En todos esos volúmenes, Abel Hernández (Sarnago, Soria, 1937) demuestra un buen conocimiento de las interioridades de la vida política, aunque no siempre queden claras sus fuentes de información.
La crónica sentimental que propone Abel Hernández está construida a partir de lo mucho que hay ya publicado sobre aquellos años, aunque no aparezca citado con excesiva precisión, y con testimonios orales de notable valor. En ese sentido, uno de los pasajes más atractivos del libro es el de los recuerdos del recientemente fallecido Sabino Fernández Campo sobre las circunstancias en las que se produjo la dimisión de Suárez a primeros de 1981. Era el final de una prodigiosa aventura que se había iniciado en los primeros días de julio de 1976, cuando el Rey le encargó la presidencia del Gobierno y, con ella, la tarea de rea-lizar el programa de la reforma política, que trató de incorporar a España a las instituciones democráticas que eran propias de los países europeos de nuestro entorno.
El autor, en todo caso, toma el hilo de su ensayo en los años finales del franquismo y, con un excelente ritmo narrativo, nos conduce por los vericuetos de la política de un régimen dictatorial que se agotaba, pero que tenía en el entonces Príncipe de España una baza para encontrar la salida hacia posiciones democráticas. Suárez fue "hombre del Príncipe" por voluntad de éste, desde su puesto en la Dirección general de Televisión Española Y volvería a serlo del Rey cuando se vio la necesidad de desatascar la situación de inmovilidad del gobierno de Arias Navarro.
A comienzos de 1981, por el contrario, el Rey se dejó ganar por la opinión de quienes veían a Suárez como una opción agotada. Un arroyo que ya no llevaba agua, en palabras de un íntimo colaborador del presidente. De ahí que fueron muchos los que entendieron que el acceso de la izquierda al poder supondría la mejor garantía de la solidez de la transición política.
Adolfo Suárez se difuminaría poco a poco de la escena política y, más tarde, los contratiempos familiares y la enfermedad lo sacarían también de la vida diaria.