Álvaro Pombo. Foto: Real Academia Española

Álvaro Pombo. Foto: Real Academia Española

Letras

Álvaro Pombo y el fragoroso combate de San Jorge y el dragón

Publicada
Actualizada

Álvaro Pombo ha obtenido el Premio Cervantes. Cabe decir que ya era hora. Era hora no sólo por los méritos adquiridos para tal distinción, sino para que se produjera, por fin, un alineamiento conceptual de fuste. Pombo ha ganado muchos premios sustanciosos, pero le faltaba el premio sustancial de las letras en español, que, no hay duda, es el Cervantes.

La sustancia es muy importante en la obra de Pombo. El santanderino de buena y compleja familia que se había desenvuelto en las catacumbas bancarias de Londres, debutó, tardíamente, en la narrativa, gracias al buen ojo de Rosa Regás, con Relatos sobre la falta de sustancia (1977), y ahí se vio que si algo no iba a faltar en la futura obra de Pombo era la sustancia.

Su literatura, definible, como todas, desde varios ángulos, se caracteriza por la búsqueda denodada de lo sustancial, tarea de héroe que sin temblar explora y acepta perderse por los laberintos, como Teseo, al encuentro del Minotauro. La sustancia es el Minotauro.

El alineamiento conceptual al que me refería antes tiene que ver también con Cervantes. La literatura de Pombo, de un realismo en riesgo constante de dejar de serlo, es cervantina, abierta en canal a las digresiones, a la convivencia de historias, de historias que se agregan y se pelean. Que la pelea también es una forma de convivencia, si bien se mira.

En sus mejores sueños, Pombo tal vez habría querido ser renacentista, pero, como Cervantes, termina siendo barroco, uno de los grandes barrocos de la literatura en español de los siglos XX y XXI. Y también es quijotesco, un Quijote que rehuyendo al Sancho Panza que también lleva dentro, y por tener el ideal de luchar por las causas justas, arremete contra los molinos de viento por creerlos gigantes. ¿Locura? No. Pombo posee un algo locoide, sí, ¿pero es que acaso los molinos de viento no son gigantescos?

En sus mejores sueños, Pombo tal vez habría querido ser renacentista, pero, como Cervantes, termina siendo barroco, uno de los grandes

Las causas justas de Pombo, que afloran entre los personajes y argumentos de sus novelas, tienen que ver con el esclarecimiento y la ponderación del bien, la bondad y la verdad, para lo que es necesaria la concurrencia de sus contrarios. Eso le ha movilizado también como ciudadano que se implicó en la política y que no rehúye -menos aún cuando se le busca- la opinión y la polémica.

En todo ello le sale el filósofo que es. Filosofía Pura estudió. Pombo, como buen filósofo, abomina de las recetas resueltas y ultimadas. Por encima de todo, trata de indagar e, indagando, encuentra lo claro junto a lo oscuro, lo negro junto a lo blanco. El pensamiento en permanente acción de Pombo se lleva mal con los que ven todo claro, o todo oscuro, o todo negro, o todo blanco. O todo azul, o todo rojo, podríamos añadir, ya puestos, también.

Eso, aparte de sus efervescencias psicológicas, le convierte muchas veces en un aguafiestas que no se aviene a la comodidad de lo consabido, de los casos cerrados, de la conclusión común. En tal sentido, y con ayuda de su bullente personalidad, es un excéntrico, un extravagante, un extraño.

La clase burguesa, la religión y la homosexualidad son algunos de los territorios que explora en sus novelas. Burgués, religioso y homosexual, Pombo no está conforme ni consigo mismo ni con que haya una manera canónica de ser todo eso que es. Es alguien que asiente para, enseguida, disentir. Tiene credos en construcción, anhela reglas y normas -necesita de todo ello como creador y ser moral que es-, pero, ojo, que no le caigan encima o no se le presenten para una aprobación sin matices. Pombo se pirra por los matices. Y aquí los matices impacientan e irritan al personal, que tiende a un maniqueísmo que Pombo detesta.

Filósofo, pues. Lógico, moralista, ético, metafísico, fenomenológico, existencialista. Todo a la vez, faltaría más. Pombo es muchas cosas a la vez y en conflicto. Como filósofo, en sus novelas, utiliza las anécdotas (argumentales), qué remedio, pero pretende fijar las categorías. Las ambiciones menores no van con él. Lo suyo es la ambición máxima. Y la persigue de manera exhaustiva, hasta el agotamiento. Toda una forma y todo un estilo de ser, que se concreta, mira por dónde, en la forma y en el estilo.

Hemos dicho que Álvaro Pombo es barroco. Él es barroco -lo que se manifiesta en su gestualidad-, su obra es de gesto y contenido barroco. ¿De dónde le viene el barroquismo a Pombo? Quién sabe. Pero podría ser que su barroquismo novelístico le viniera del intento de controlar y armonizar al filósofo, al poeta y al narrador que hay en él. Esas tres personalidades son placas tectónicas que friccionan en el interior de sus novelas, en las que se oye cómo buscan su lugar las ideas, el lirismo y la prosa narrativa mientras construye, lo obligado, ambientes, personajes y tejidos argumentales que han de ser consistentes, fluidos y distinguibles.

En las novelas de Pombo se percibe el combate que el autor ha mantenido con su escritura, la batalla que un San Jorge ha librado con un dragón de varias cabezas. Pero es que Pombo es, a la vez, el San Jorge y el dragón. Se escucha el ruido, el fragor de la disputa, porque, entre otros objetivos, hay dos indeclinables: el logro de lo sustancial y categórico y la perfección del estilo.

Y en esa riña se enfrentan también el Pombo culto y cultista y el Pombo seducido por la cultura popular, el Pombo que gusta de la oralidad de la calle y el Pombo que anhela la expresión intelectual y estética exacta, el Pombo, al fin, que discurre con seriedad y el Pombo que es un humorista rechiflado. En suma, el Pombo desbordante y desbordado que sabe que su trabajo literario ha de consistir en la tarea épica de dominar ese desbordamiento.

Las novelas de Pombo oscilan entre la piscina de aguas densas y el río de caudal torrencial. Sus lectores han de ser buenos lectores. Es decir, tienen que saber nadar y bucear. O sea, respirar.