Acabo de leer El exclaustrado (Anagrama), la última novela de Álvaro Pombo. ¿Será posible, me digo, que a sus 85 años este escritor no haya recibido aún el Premio Cervantes? ¿A qué demonios esperan? ¿Puede ser tanto y tan perseverante el despiste de los jurados? ¿O se trata de un malentendido?

Solo otro escritor español, a mi juicio, reúne méritos comparables a los de Pombo para hacerse acreedor del premio: Luis Goytisolo, que está por cumplir los 90 años. ¿Se puede creer que el autor de Antagonía cumpla esa edad sin recibir tampoco él el Cervantes? ¿Pero qué es esto?

En el horizonte completo de la lengua española, el único narrador que se me ocurre que pudiera arrebatar a Goytisolo o a Pombo el galardón sería César Aira. Pero Aira tiene 75 años y en estos asuntos la veteranía no deja de ser un grado. Claro que, conforme al disparatado sistema pendular que determina que el Cervantes se lo lleve un año un autor español y el siguiente un latinoamericano, Aira tiene más probabilidades de llevárselo en la próxima edición.

Sólo otro escritor español reúne méritos comparables a los de Pombo para hacerse acreedor del Cervantes: Luis Goytisolo

Si además tenemos en cuenta que de un tiempo a esta parte se procura que el premio se conceda con razonable proporcionalidad a mujeres, y que se vela asimismo por que distinga también a poetas, la probabilidad de que este año se lo lleve un narrador español, después de que el año pasado fuera galardonado Luis Mateo Díez, se reduce drásticamente. Pese a lo cual, pienso que tanto Luis Goytisolo como Álvaro Pombo deberían estar en la primera fila de los premiables, y que, entretanto no le conceden el Cervantes, Pombo debería ser distinguido por lo menos con el Premio Nacional de las Letras, que para mi escándalo tampoco ha recibido aún.

Los tres autores que llevo mencionados constituyen tres modelos tan radicales como admirables de excentricidad bien entendida. Me refiero al tipo de excentricidad que entraña una apuesta literaria desentendida de las convenciones más al uso, de las modas, de los imperativos comerciales. Cada uno a su manera, y en posiciones casi opuestas, vienen cultivando fórmulas narrativas que obligan al lector a reformularse a su vez, a cambiar sus conductas y, conforme lo hace, a experimentar distintamente la operación misma de leer.

A su modo siempre extravagante y entretenidísimo, El exclaustrado constituye un paso más, lleno de atrevimiento y de gozo, pero también de angustia existencial, en la exploración moral y metafísica que Pombo viene desarrollando desde hace mucho, pero muy en particular en sus últimos libros, incluido su arriesgado ensayo titulado La ficción suprema. Un asalto a la idea de Dios (Rosamerón, 2022). Empleando el término en la fértil acepción que le imprimió Edward Said, cabe hablar, a propósito de Pombo, de un pronunciado “estilo tardío”, en el que este escritor, con soberana libertad, ha ido extremando su aventura filosófica –y religiosa–, siempre dentro del marco de la ficción entendida como agente de la imaginación, esa herramienta de la que se sirve el ser humano para ampliar una realidad cada vez más empobrecida.

El personaje de Juan Cabrera, un monje que colgó los hábitos para proseguir por su cuenta su propia búsqueda espiritual, constituye una muy distorsionada contrafigura del mismo Pombo, que se sirve de él para ejemplificar los riesgos y las calamidades que supone cerrarse a los demás y cultivar la soledad, así sea por compromiso con la obra que uno se propone sacar adelante. En “un mundo afectado por una exterioridad irredimible, una intimidad desustanciada”, la sórdida peripecia de Cabrera –quien sospecha, como Sartre, que la de Dios “es una idea anticuada”– examina de manera perturbadora las equívocas relaciones entre soledad, inocencia y pureza, y aboga resueltamente por los efectos benéficos de la compañía, el coloquio y la sociabilidad.