Responsabilidad y abismo: los dos ensayos con los que José Luis Villacañas sondea el presente incierto
- El filósofo publica 'Max Weber en contexto' y 'Giorgio Agamben. Justicia viva', donde explora la actualidad a través de dos mentes preclaras.
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Tras Ortega y Gasset. Una experiencia filosófica española, ensayo valorado por los críticos de El Cultural como el más relevante de 2023, la brújula teórica de José Luis Villacañas (Úbeda, 1955) sigue comprometida con la necesidad de clarificar nuestro incierto presente, de cara a las nuevas generaciones, a la luz de sus profundos estratos históricos.
Este prometido libro sobre Max Weber era esperado desde hace décadas. Muchos nos preguntábamos qué forma tendría su ajuste de cuentas filosófico y ético con, junto con Kant, el gigante sobre cuyos hombros mejor ha perfilado el autor su ontología del presente como un horizonte moderno marcado desde las claves de la teología política.
Digamos que la espera ha valido la pena, pues esta monumental reconstrucción histórica del contexto de Weber no solo es un estudio riguroso y pormenorizado de las constelaciones y debates teóricos sobre las que trabajó el autor de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, un clásico actualizado aquí de forma brillante, sino un ambicioso programa filosófico de trabajo futuro para las ciencias de la cultura.
Un lector avezado podría también preguntarse qué vetas de oro habría extraído Villacañas si su acercamiento hubiera ahondado en los parámetros psicoanalíticos de la biografía intelectual weberiana (Mitzman, Radkau), pero el resultado es imponente. En las tensiones contemporáneas Weber aparece menos como un elitista nietzscheano trágico (el profeta) y más como un republicano kantiano consecuente (el demócrata). Las consecuencias éticas y políticas que se deducen de esta gigantomaquia son para Villacañas decisivas.
Tratando de superar las limitaciones de las filosofías de la vida y el marxismo, Weber aspiró a desplegar una idea de ciencia social y antropológica donde la hybris prometeica de conocer la racionalidad intrínseca de lo real quedaba refrenada por una libertad dignificada por el sentido de la responsabilidad. Aquí, a pesar de la distancia, el vibrante retrato que hiciera Karl Löwith de su maestro en el mayor momento de desgarramiento histórico del siglo XX nos sigue aún interpelando.
Si ya Weber comentara, en célebre cita, que el buen contemporáneo debía medir su honradez con Marx y Nietzsche, ¿no estaríamos hoy en condiciones de decir algo parecido en relación a Weber y Giorgio Agamben (Roma, 1942)?
Si por algo destaca el equilibrismo filosófico del italiano es por sus malabarismos en cuatro pistas: la sensibilidad micrológica y teológica de Walter Benjamin (cuya edición italiana estuvo a su cuidado); una exquisita erudición acerca de las tradiciones poético-filosóficas antiguas y medievales; la sospecha ante la violencia del humanismo aventada por Heidegger, de quien Agamben fue alumno en Le Thor en los sesenta; y, por último, la crítica a la modernidad procedente del pensamiento francés.
"El libro de Weber ofrece un ambicioso programa filosófico de trabajo para las ciencias de la cultura"
Una preocupación que se conecta, por un lado, con el "situacionismo" de Guy Debord y su denuncia de la sociedad del espectáculo; y, por otro, con los diagnósticos de Michel Foucault. Aquí su interés por un nuevo "vitalismo" tiene un enemigo indiscutible, un nuevo orden de soberanía: el "biopoder".
Ante este sondeo radical en un presente que parece desprenderse hasta de su gramática trágica, resulta comprensible el interés de Villacañas por medirse con Agamben en G. A. Justicia divina (Trotta, 216 páginas, 14 euros), un ensayo en el que resalta, por contraste, un Weber, a pesar de todo, moderadamente fáustico.
Allí donde este no renuncia a la herencia humana, Agamben se interna en un camino criptoreligioso en donde solo cabe el ocaso de la diferencia antropológica, esto es, de la praxis, la temporalidad y la historia. Recuperar hoy este "espíritu", en un momentum donde la "jaula de hierro" ha dejado paso a otras figuras más inquietantes, puede ser un programa de mínimos, pero no un programa menor.